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Tribuna
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Manuscritos

La Biblioteca Nacional ha organizado una impagable exposición de manuscritos de escritores españoles. Desde el Poema de Mío Cíd hasta Rafael Alberti, desde los códices medievales, algunos bellísimos, hasta la letra nítida y justa de Luis Cernuda, se exhiben en ella lbs manuscritos más diversos. A las vidrieras se asoman de este modo copias límpidas y elegantísimas como esos códices de la Edad Media o como el gran manuscrito Chacón con los poemas de Góngora. Pero tanto o más que la simétrica, sosegada, implacable letra del copista del Poema del Cid impresiona la visión de los autógrafos de los escritores, que ambién comparecen: los hay, enre los clásicos, del padre Las Casas, de Quevedo, de Lope, de Calderón, de Luis Vélez de Guevara. Es su aliento, su espíritu, lo que se dibuja, casi físicamente, en estos papeles, que llegan a nosotros venciendo la marea de los siglos. Todos los manuscritos de los grandes creadores se hacen de alguna manera así, sobre todo los borradores, aunque también las copias autógrafas en limpio llevan la huella del escritor verdadero.A partir de este siglo, las cosas empezaron a cambiar con la invención de la máquina de escribir, que poco a poco se fue generalizando, aunque, escritores hay -así Camilo José Cela- que siguen escribiendo siempre a mano, sin, que la irrupción de los ordenadores haya modificado sus, hábitos. La generalización del ordenador va a acabar, si no ha acabado ya, con la copia a máquina corregida por el autor. El ordenador permite la correción casi infinita, con lo que las copias corregidas pasarán pronto al olvido, como el soporte del papel. Todavía muchos escritores hacen sus últimas correcciones sobre la copia que sacan del ordenador para luego pasarlas al texto electrónico. Pero ya hay quienes prescinden del papel, como el gran José Saramago, quien me ha echado en cara mi escasa formación informática que me obliga a proceder así, mientras él corrige exclusivamente sobre la pantalla.

La exposición de la Biblioteca Nacional tiene algo de adiós a todo un ciclo de Cultura. La crítica textual, el estudio los manuscritos, pronto será a ciencia cerrada. Los críticos del futuro tendrán que vérselas con los disquetes, que, llegado el caso, podrán nombrar con letras, como ocurre hoy con los manuscritos: disquete A, disquete B... En realidad, tampoco se trata de lamentamos. Al cabo, lo que importa es el espíritu que habla en la palabra. A algunos -¿o, a muchos?- de los grandes escritores del pasado el ordenador les hubiera hecho muy felices. Lo que hubiera disfrutado Juan Ramón Jiménez, cuya letra árabe y hermosa se recoge aquí en un poema de 1914, y que quiso como título para toda su obra el de Metamórfosis (con esdrújula), pues expresaba fielmente su voluntad de cambio, su anhelo de perfección, que se lograba en la reescritura constante, ya que pensaba que el poema, el texto ideal, sería aquel que fuera reescrito, al borde de la hora final y quedara así revisado, "revivido", como él decía, retocado hasta alcanzar la Plenitud de Dios.

Por eso, Umberto Eco, que entre best seller y best seller, dice cosas sensatas ha señalado que el ordenador permite la verdadera escritura automática. El borrador limpio y no borroso es posible con el ordenador, sobre el que se pueden arrojar las palabra al azar, como un cubilete, y luego ir organizándolas, distribuyéndolas, sometiéndolas a la disciplina ineludible de toda escritura. Pedro Salinas llamó en cierta ocasión girls a las teclas de la máquina Underwood: "Treinta, eternas ninfas / contra el gran mundo vacío, blanco en blanco". Las teclas del ordenador pueden ser igualmente esas ninfas, pero unas ninfas acaso más poderosas, más capaces de traer nuevos mundos al mundo vacío al que todo creador se enfrenta.

Todo esto último puede ser mera retórica. La inspiración llega por las teclas de la máquina Underwood o por las teclas de los ordenadores no más que por el punzón, el cálamo o la pluma de ave. Con estilográficas de tinta verde escribía, oceánico, Pablo Neruda; con lápiz a veces romo ponía García Lorca del revés el mundo. Sin lápiz ni papel, Juan de la Cruz compuso mentalmente en su celda de religioso maldito el Cántico espiritual, que memorizaba estrofa a estrofa para dejarlo bien grabado en las firmes cuartillas de su alma poderosa. Y dicen que Miguel Hernández se despidió del mundo escribiendo en la pared de otra celda, ésta civil y fascista, sus versos de despedida del mundo. Papiro, pergamino, tablas de cera, papel, disquete ... : depósitos al cabo del logos, el verbo, la palabra.

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