Gran idea sin precedentes
Desde hace unos años he adoptado la decisión deliberada de evitar comentarios sobre la política española, tanto en mis artículos para España como en cualesquiera otros que a veces escribo para el extranjero.Es cierto que sigo la política española con fascinación y . sé prácticamente tanto de lo que acontece en Madrid y Barcelona como de lo que ocurre en Londres. He conocido a muchos jugadores importantes, como ahora gustan denominar a los políticos en Estados Unidos como si fueran jugadores de una mesa de ruleta.
En cualquier caso, cuando Televisión Española o Radio Nacional de España me pide que haga comentarios sobre los GAL O las elecciones municipales, el nuevo libro de Semprún O la caída de Narcís Serra, me niego a decir cosa alguna. Alego ignorancia o mi inevitable atención a un enfermo en una remota cama en Canterbury (recuerden Sir Charles Grandison, la novela de Richardson sobre el caballero perfecto, en la que el protagonIsta, para creciente consternación de la heroína, siempre está haciendo viajes a esa ciudad para visitar, tal como se sabe finalmente, a su esposa demente).
El hecho es que no creo que sea de caballeros pronunciarse sobre el estado de los asuntos internos de un país del que uno no, es ciudadano. Actualmente vivo en Estados Unidos, pero no se me ocurriría decirle a la prensa de Nueva York lo que opino del juicio de o. J. Simpson.
En España no siempre fue así. Durante la época de la transición me daba la impresión de que siempre estaba haciendo declaraciones, tal como decía mi querido amigo y editor Juan Grijalbo. Pero era una época distinta, y aquellos de nosotros que pensábamos que España podía alcanzar la libertad mediante la refor-. ma de las instituciones existentes en lugar de por la ruptura teníamos razón, y hacíamos bien en decirlo así.
Tras esta prolongada negativa a hacer comentarios respecto a cualquier cosa, puede resultar paradójico que ahora escriba-cuestionando la actitud que, aparentemente, ha adoptado la Junta de Andalucía en lo que respecta a la propuesta transferencia de los archivos de la Fundación Medinaceli, que ahora están en la Casa de Pilatos, al proyectado archivo de la nobleza en el Hospital de Tavera, en las afueras de Toledo.
He decidido hacer este comentario porque muchas personas a quienes no les preocupa la historia, y mucho menos la investigación histórica, probablemente no estarán interesadas en el tema. Puede que vean un pequeño artículo sobre el tema, un diminuto titular en un periódico nacional que haga referencia a la cuestión y luego prosigan, pensando, comprensiblemente, que, en esta era democrática, tienen mejores cosas que hacer que preocuparse por el destino de los archivos de una familia noble.
Creo, S'in embargo, que es muy posible que se equivoquen al hacer caso omiso del tema. En primer lugar, la idea de crear un archivo de la nobleza española es una idea verdaderamente genial de la que no existen precedentes en Europa. Hay, por supuesto, archivos de familias nobles, pero generalmente están integrados en los archivos nacionales de los países respectivos. En el mío, por ejemplo, están en el gran archivo público conocido como el Registro Público, que ahora está en- un práctico edificio, nuevo y grande y, por supuesto, feo, cerca de Kew Gardens, en la zona de Richmond de Londres. Algunos archivos se guardaron ilógica pero alegremente en el Museo Británico, pero pronto serán transferidos en u mayor parte a la nueva Biblioteca Nacional (cuya sala de lectura principal impone tanto respeto como para haber sido definida por el príncipe de Gales como nada menos que la habitación ideal para servir de sala de entrenamiento de la escuela de la policía secreta).
Otros documentos permanecen en manos de particulares o han sido entregados en algún momento del pasado remoto o reciente a doctas instituciones como, por ejemplo, las bibliotecas de un colegio de Oxford o de Cambridge o las bibliotecas generales de estas o aquellas universidades. La mayoría de los países tienen disposiciones, similares, o falta de disposiciones porque, indudablemente, muchos documentos fascinantes languidecen en habitaciones abandonadas de grandes mansiones, obligando al estudioso concienzudo a hacer muchas excursiones interesantes a grandes y pequeños lugares.
Creo que la idea de reunir el mayor número posible de documentos de toda una aristocracia no se le había ocurrido antes a nadie, y creo que es una idea excelente. Puede que a algunos les parezca un mausoleo para una sola clase, pero, le guste a uno o no, esa clase en cuestión desempeñó un papel dominante en la historia de España a lo largo de 10 siglos, hasta 1914 e incluso después, y todos los historiadores serios desearían poder consultar los documentos pertinentes con la mayor facilidad posible.
El hecho de que la familia Medinaceli haya facilitado el maravilloso Hospital de Tavera, uno de los edificios del Renacimiento más hermosos de España, para que sea la sede central de esta nueva empresa será recibido con entusiasmo y gratitud por todos los estudiosos y amigos de la his toria española. Es evidente que el nuevo archivo no será capaz de reunir los documentos de todas las casas nobles españolas, por que muchos de esos documentos ya se encuentran en el Archivo Histórico Nacional de Madrid o en el Archivo General de la Nación en Simancas. Otros documentos de indudable importancia aristocrática están, y permanecerán, en otros archivos, algunos públicos, como los archivos pro vinciales de protocolo e. incluso en el Archivo General de Indias en Sevilla; después de todo, inclu so Hernán Cortés era marqués, y es antepasado directo de la actual familia Medinaceli.
Pero la idea de un nuevo a chivo nacional, financiado en parte con fondos privados -como los de la generosa Fundación Mapfre América y situado en un lugar soberbio, a escasa distancia de la capital, en una ciudad encantadora con numerosos hoteles, debería aclamarse como un golpe maestro, un verdadero servicio a los historiadores, y no sólo a los españoles o europeos.
Parece que la Junta de Andalucía tiene algunas dudas sobre las ventajas no tanto de la idea misma del archivo en el Hospital de Tavera como de permitir que el magnífico archivo de la familia Medinaceli, que se encuentra actualmente en la Casa de Pilatos, sea transferido a Toledo.
Sin embargo, esos archivos pertenecen a la familia que puso en marcha la idea de fundar un archivo en Toledo y, por tanto, cosa natural, se han considerado el núcleo más probable de la nueva institución. Si se impide que el archivo Medinaceli viaje a Toledo, otras casas se preguntarán cuál es la ventaja de hacerlo.
Más aún, si hay un archivo nacional que pertenece a toda España, tanto como a la familia Medinaceli, es éste. La actual duquesa de Medinaceli se trajo el archivo con ella desde Madrid cuando se vino a vivir a la Casa de Pilatos hace una generación. Pudo haberlo dejado en su casa de Madrid o haberlo trasladado a una u otra de las casas que los Medinaceli tienen la fortuna de poseer todavía, incluso una en Galicia.
Medinaceli es, por supuesto, un título castellano, como se darán cuenta los que conocen la magnífica ciudad de ese non-ibre en Soria.
Finalmente no hay nada especialmente andaluz en el archivo. Es cierto que tiene material sobre los duques de Alcalá (de los Gazules), pero también hay de muchas otras familias cuyos documentos, al igual que sus títulos, han heredado los Medinaceli. Yo mismo he consultado por mi propio interés la pequeña colección de documentos de los condes de Medellín, en la provincia de Badajoz, que hay en los archivos Medinaceli.
Espero, por tanto, que la Junta de Andalucía se dé cuenta, tras la debida reflexión naturalmente, de que su justificable deseo de mantener la fuerza cultural de su maravillosa región, su casi divina región diría yo, no sean tan poco prudentes, o tan poco generosos, como para impedir la consolidación de una nueva y gran colección nacional que, si funciona bien, más que un archivo será una contribución permanente a la historia de España.
Babelia
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