La NEP de Castro
LENIN TRATÓ de salvar la revolución, comunista cuando ésta se hallaba en su infancia con la NEP -la nueva política económica-, que era la aplicación, como antídoto, de . los mismos principios de aquel mismo capitalismo, aunque limitado, que se quería eliminar. Fidel Castro parece que trata de reinventar una idea similar de capitalismo bajo control para mantener con vida a un paciente que acusa últimamente graves signos de consunción.Hace sólo unos años habríamos dicho que el líder bolchevique había tenido éxito con la terapia de caballo que suministró al naciente Estado soviético y que, quizá , el tremendo error fue el de Stalin al liquidar ese periodo intermedio, para imponer una comunistización salvaje y criminal. Hoy parece claro que nadie podía salvar nada y que todo era cuestión de tiempo.
En la Cuba castrista el fin del sistema soviético ha supuesto también un desmejoramiento radical de la salud del Estado socialista, que desde hace unos años ve reducirse el producto nacional bruto, deshilacharse las mejores conquistas de la revolución, como la sanidad, y desnutrirse, directamente, a buena parte de la población.
Ante esa situación dramática, y descartando Castro una apertura democrática, ha comprendido, sin embargo, que había que introducir esa curiosa palabra que parece ser capitalista, pero menos: el incentivo. Y con ello una cierta medida de juego de la oferta y, la demanda.
Como consecuencia de todo ello se ha hecho un listado de nuevas profesiones a las que pueden dedicarse los cubanos, pero siempre en condiciones de rigurosa libertad vigilada: restaurantes -llamados paladares- como negociejos personales, aunque todos ellos con limitación de mesas, empleados, de lo que sea. Al mismo tiempo, una parte de la producción agrícola se vende ahora en mercados libres, lo que instantáneamente ha hecho aflorar una producción que a los precios estatales o no se cosechaba o no se fabricaba. Y junto a todo lo anterior, una nueva posibilidad de inversión desde el exterior que se centra en el turismo y la industria de extracción y tratamiento de ciertos minerales.
Todo ello, que ha dado lugar a un modesto revivir de la economía, no tiene todavía nombre ni modelo. La reciente visita de Castró a China y los súbitos elogios a una experiencia que no había merecido grandes halagos de su boca hasta que el régimen se ha visto con el agua al cuello hacen pensar que La Habana quisiera ser Pekín. El régimen chino está consiguiendo fenomenales tasas de crecimiento, aunque con corrupción y grave desigualdad en el reparto de la nueva riqueza, sin que la dictadura afloje ni un ojal en el tenso cinturón del poder.
Es perfectamente posible que las mínimas liberalizaciones que se registran en La Habana, básicamente económicas -las políticas no pasan de una mínima tolerancia hacia el disentimiento más inofensivo-, le hagan creer a Castro que basta con hacer, como ahora, demasiado poco y demasiado tarde para salvar la, desvencijada barraca en que se ha convertido la isla. Pero no parece que eso sea muy verosímil.
China es un gran mercado que atrae la concupiscencia económica de Occidente; una gran potencia militar a la que el Reino Unido va a devolver Hong Kong en 1997, mientras que nada similar cabe avizorar del Guantánamo norteamericano; y un continente en sí mismo hasta cierto punto autosuficiente. Mientras tanto, Cuba se halla en muy distinta vecindad geográfica e histórica, que no permite prestidigitaciones económicas sin paralelas medidas de liberalización política.
El único camino para Cuba sigue siendo la negociación de una apertura política que dé paso al poscastrismo, es decir, a la democracia. Y lo único que se puede aún decir en contra de ello es que no está claro que Estados Unidos se halle dispuesto a aceptar una salida de la situación en la que no se haga pagar al castrismo la osadía de haberse rebelado contra Washington. Ésa es la suerte que aún tiene Fidel Castro.
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