Cara a cara
Se acordaba muy bien Edmond Jabès de cuando Paul Celan había estado en su casa por última vez. Y, al acordarse, miraba fijamente hacia el lugar que el otro, que "casi siempre" hablaba con dulce voz, había ocupado entonces, durante aquella despedida no explícita. Las palabras que antaño pronunciaran para reconocerse al preguntarse, ayunas de un semblante cercano, habían perdido ya presencia y ánimo; sólo el silencio del presente, del recordar, era capaz de darle algún sentido verdadero, un apretón de manos, a ese vacío tan palpable. Pero la intensidad de tal ausencia, señal muda y agujero en el aire hospitalario, presuponía, por fuerza y gracia, el existir de una tensión previa en dirección a "otro rostro" legible, tatuado con la sentencia esencial: "No matarás".De esa tensión, dádiva irreprimible, nos habla el propio Jabès en su homenaje o acompaña miento al filósofo Emmanuel Lévinas, recientemente fallecido. Se celebra allí la atracción ciega que sentimos por un rostro lejano que acabará por cegarnos; la crispa ción de nuestras facciones al acercarse, en fantasía o en carne y hueso, a otras facciones parecidas a las nuestras bajo una diferencia aparente; la llamada reprimida, contenida, hasta el punto de ser sólo ganas, deseo, ese esperar perpetuo de la, llamada en el centro de todas las llamadas, de todos los encuentros y todos los rechazos; el clamor, el leve rumor, la turbación y el contento, confuso que amaga, que se cierne como amenaza, del cual somos nosotros sus herederos o sus víctimas; en fin, el amor del amor, el dolor del dolor, la huella de la huella que los denunciaría al denunciarse, los explicaría al explicarse...(Torbellino de una pasión que, por interrogarse en el otro, sin separar jamás el No del Sí, termina por hablar de una tercera situada "más allá del ser", que puede ser la muerte, "esa realidad ausente en nombre de la cual toda realidad se va a pique".)
En un Atardecer de febrero, bajo la luz de la luna y ante la indiferencia de una pandilla bulliciosa de jóvenes, Umberto Saba volvió a decirse que, a fin de cuentas, el pensamiento de la muerte es el que nos ayuda a seguir con vida. Muere ahorá Emmanúel Lévinas, filósofo asomado de continuo al rostro del otro, y recuerdo el suyo, entrevisto, en un lejano mediodía, un París, del otro lado del cristal de la terraza de un café, saludando a Jabès al pasar, con una sobria sonrisa: "Ahí va Lévinas. Ayer tarde, aquí mismo, estuvimos charlando un buen rato. Sabe hablar de Poesía". Doble silencio ya, junto a otros muchos, roto o acentuado por el ensayo que el autor de Quatre léctures talmudiques y ¿De l'existence à Fexistant le dedicó a Paul Celan. Se Abre con la evocación de la frase deslizada por el poeta en su célebre carta a Hans Bender: "No veo diferencia alguna entre un apretón de manos y un poema". Ante esa frase, imposibilidad alcanzada, Lévinas, tan dado a la templanza "casi siempre", se ve empujando a exclamar: "¡Ése es el poema, lenguaje acabado, reducido al nivel de una interjección, de una expresión tan poco articulada como un guiño, como un ñsigno q1ue se entrega al ppprójimo!" Y, entregado a la búsqueda del otro, del otro, del otro rostro, da con ese canto "que asciende en el dar, en el uno-para-el- otro, en el propio significar de la significaqción".
'Desterrados, Celan, Jabés y Lévinas conocían su dependencia extrema del otro, del otro rostro, a su vez heredero y víctima de una fraternidad ilimitada. Y los tres vieron en el poema, "trayecto de una voz hacia un tú vigilante", la intensa forma de saludar al otro, de poner a prueba su dubitativo interior. Tensa religación, difícil libertad; o cara a cara sobre un paisaje nevado. Para que la conciencia, al anochecer de cada Instante, no engendre nuevos monstruos, nuevos rostros enmascarados. Es evidente, que Célan, Jabés y Lévinas nunca pudieron olvidarse de aquellos rostros nazis que intentaron borrar del mapa todas las facciones de la otredad. Ninguno de los tres ignoraba en tanto, que lectores de Dostoievski, que hay noches acechantes y que la pavorosa figura de Filippovich puede reaparecer. Con un rostro autosuficiente en el cual, tan sólo destaca una mirada dura y cruel. Un rostro que no es, el del otro ni el de la muerte, sino el del mal. La cruz de un cara a cara deseado, así, sin más, como, apretón de manos o saludo de feliz año nuevo.
Babelia
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