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PCE-IC: crónica de un conflicto anunciado

Antonio Elorza

En cierto modo las relaciones entre los comunistas catalanes del Partit Socialista Unificat de Cataluña (PSUC) y los del resto de España encuadrados en el PCE solo podían explicarse acudiendo a la articulación entre las personas de la Santísima Trinidad: eran dos en esencia y un solo partido verdadero. El PSUC constituía un partido independiente, pero defendía punto por punto la misma línea política que el PCE.El origen histórico de esa peculiar coincidencia se encuentra en la decisión adoptada el 29 de octubre de 1932 por parte del Secretariado Político de la Internacional Comunista, y que transcribimos de los archivos del que fuera partido mundial de la revolución: "Aceptada la propuesta del camarada Wassiljew: para asegurar una mejor dirección de la lucha de clases revolucionaria del proletariado catalán y de la lucha de liberación nacional de las masas obreras de Cataluña, el Secretariado Político acuerda: que es necesario que la organización regional catalana del PCE se constituya como Partido Comunista de Cataluña, que debe quedar respecto del PCE del mismo modo que los partidos de Bielorrusia y Ucrania occidental pertenecientes al Partido Comunista de Polonia". Dicho de otro modo, se trataba de una independencia meramente formal, puesta al servicio de la creencia que entonces sostenían los lugartenientes de Stalin en la Internacional de que era preciso jugar a fondo con el derecho de autodeterminación, hasta el punto de conferir aparente independencia a las organizaciones comunistas de nacionalidad, para utilizar a éstas como palanca en la desintegración del Estado burgués.

No obstante, muy pronto pudo verse en el caso del partido comunista catalán que la dinámica social y política propia de Cataluña generaba demandas y exigía respuestas inmediatas en las que no cabía ajustar las piezas al esquema de dependencia deseado. La primera ocasion llegó al fundarse el PSUC, a partir de organizaciones socialistas y del propio partido comunista catalán cuando es aplastado en Barcelona el levantamiento militar de julio de 1936. La formación de este tipo de partidos unitarios respondía a las directrices del VII Congreso de1ª Internacional Comunista, pero en este caso la decisión fue autónoma, ignorando al delegado de la Internacional en Madrid, el argentino Víctor Codovila. Todo fue espontáneo y demasiado rápido, pero sólo pudo quejarse por el error. Más grave fue aún la admisión por el PSUC en septiembre de 1936 de integrarse en un Gobierno de la Generalitat con participación del poumista Andreu Nin, "tan criminal y asesino como Trotski", según la entrañable descripción que Codovila remite a Moscú. El PSUC, se lamentaba el delegado-tutor del PCE, no era todavía un partido comunista, tenia en su seno "elementos con mentalidad trotskistizante", y rehusaba "la ayuda política" -eufemismo del lenguaje oficial para designar el control-del PCE por albergar componentes nacionalistas y socialistas. Uno de ellos, Joan Comorera, era precisamente el secretario general del PSUC, y a pesar de su evidente estalinización, no logró prolongar su autonomía durante el exilio, siendo expulsado en 1949 como titista, "traidor al partido, a la clase obrera y a su pueblo". Así acababa el ensayo, reconstruido admirablemente en la biografía de Miquel Caminal, de aproximar el comunismo a "la veritable Catalunya nacional".

Las piezas no encajaban, y, ello no era sólo responsabilidad del estalinismo, sino que tenía unas motivaciones más profundas. Desde los primeros pasos del asociacionismo obrero en la década de 1840, pudieron apreciarse las dificultades para enlazar al movimiento obrero catalán con el del conjunto de España. El atraso español dejaba prácticamente solos a los tejedores catalanes a la hora de movilizarse frente al doble poder, estatal y patronal, para reivindicar el derecho a la asociación. Una industrialización focalizada, en el marco de un país agrario, con una débil demanda interior y un pésimo sistema de comunicaciones, generaba un desfase espectacular entre el desarrollo económico, cultural y societario de Cataluña en relación con el resto de España. En otros países, como Italia, el foco de modernización, encarnado en el eje Piamonte-Lombardía, hace la nación en el siglo XIX; en España debe conformarse con la adecuación a las insuficiencias del conjunto, con un dato esencial, el poder político del Estado, afincado en Madrid, que siempre se le escapa. En el plano político, desde Prat de la Riba a Pujol, la burguesía regional hubo de servirse del catalanismo, para intentar conjugar el desarrollo de la nacionalidad y una influencia, conservadora y modernizadora a un tiempo, sobre la política de Madrid. No ha sido como sabemos, un camino fácil, pero tampoco los proyectos políticos de las clases populares dejaron de acusar ese mismo desfase estructural entre Cataluña y el resto de España. Desde el asociacionismo obrero de 1840 al federalismo, y al propio anarcosindicalismo, que asienta la Confederación Nacional del Trabajo sobre las sociedades obreras catalanas con un propósito de implantación española que sólo alcanzó una existencia simbólica. En esta serie de enlaces fallidos, el PSUC ha sido el último intento, también el más consciente, pero una y otra vez acusará ese doble estrangulamiento: primero, el desfase económico y cultural en su favor, por contrasté con unas organizaciones españolas más rígidas y atrasadas, y segundo, el hecho de, que, a pesar de lo anterior, el centro de poder corresponde a estas últimas, está localizado en Madrid; en el grupo dirigente del PCE.

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Bajo el franquismo, en la circunstancia excepcional del exilio, y a pesar del repliegue centralizador que supuso la expulsión de Comorera, el PSUC fue escapando a la tutela. Los centros de decisión se encontraban fuera de la Península, y existía en consecuencia un amplio campo de aplicación para una política propia. Como consecuencia, el PSUC cumplió involuntariamente la propuesta de Comorera, jugando un papel de primer plano en la construcción de una política nacional y democrática en las dos décadas que preceden a la muerte de Franco. De este modo, sin alterar el organigrama, en 1975 es, en implantación, nivel teórico y cultura política, muy diferente de su hermano mayor, el PCE. Pero quién decide es Carrillo y quien hace la política de Estado es el PCE. Así, el éxito pesquero en las primeras elecciones de 1977, con un 20% de votos por poco más de un 9% estatal de media comunista, sirve sólo para crear una dinámica de frustración, traducida en contiendas internas y en abandono y envejecimiento de la militancia. De ahí que, curiosamente, en 1980 la crisis "eurocomunista" se abra en lo que era aparentemente su bastión en España, y que el capital político acumulado por el PSUC se diluya en pocos meses, al lado del partido español. Incluso el sector obrerista, tradicional y filosoviético del comunismo catalán, se constituyó en núcleo de ese curioso episodio, en la línea de La noche de los muertos vivientes, que fue la refundación por Ignacio Gallego de un partido comunista pro-URSS mediada la década de 1980. Ahora muchos están de regreso en el grupo que lidera Ribó, y sin duda no le harán la vida fácil.

Gracias quizá a esa fractura, el pequeño PSUC superviviente pudo enfilar una recuperación, paulatina y limitada, pero con claros signos de modernidad. Entre ellos, la disolución progresiva del propio partido en una organización sociopolítica de izquierdas más amplia y no comunista, Iniciativa Per Catalunya, apartándose insensiblemente del modelo FAI-CNT, que impone el PCE dentro de Izquierda Unida: esto es, la organización nuclear que controla a la aparentemente más amplia y democrática. Nada tiene de extraño que en la etapa de repliegue que ahora vive el PCE, con una clara obsesión por dominar más férreamente Izquierda Unida, acabar con la autonomía de Comisiones Obreras y reafirmar la ortodoxia, la huida de puntillas de Ribó haya sido denunciada.

Hacen falta más muertos vivientes: mientras unos recuperan al leninismo, otros desentierran al PSUC tras su fructífera fusión en IC. El dirigente símbolo de la exhumación, Francesc Frutos, habla de fraude porque los delegados del PSUC vienen a Madrid a explicar su extinción. Cuando el verdadero fraude consiste en mantener ideas y modos como los de esta nueva ortodoxia para maniatar desde dentro a un sector de la izquierda española del fin de siglo.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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