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Imposturas de rábula

Joaquín Estefanía

El rechazo parlamentario a los Presupuestos es el acontecimiento más significativo de una semana repleta de hechos políticamente importantes. Si hasta ahora cada vez que pedía elecciones anticipadas (por ejemplo, con motivo de los resultados de las elecciones europeas o municipales) el PP cometía una impostura democrática, en esta ocasión ha adquirido legitimidad para demandar que algo se mueva. La devolución de los Presupuestos suele suponer, en los países de nuestro entorno, una crisis política que se solventa mediante la convocatoria de nuevos comicios, la dimisión del jefe del Ejecutivo o, en el caso más tenue, a través de la remodelación del Gobierno con la dimisión del ministro de Economía. Esta última opción hubiera sido paradójica, ya que Pedro Solbes sólo es la víctima de una coyuntura política envenenada y ha presentado unos números sustancialmente correctos.Lo que no pasa en ese entorno es que nada cambie, que todo permanezca, como si la Cámara no hubiera retirado el voto mayoritario que ha ido concediendo al presidente del Gobierno para salir adelante. Felipe González es presidente con el voto de sus parlamentarios y el apoyo de diferentes grupos (por acción u omisión) que hoy le han abandonado. Ello es, de hecho, una moción de censura encubierta; sin la confianza de la Cámara, el Ejecutivo no puede gobernar.

La denuncia que hace González al PP de que presente una moción de censura, instrumento constitucional, para conseguir sus objetivos es una respuesta retórica pero no exenta de razón política. Socialistas y populares tendrían que andar más prestos en respetar el espíritu de la Constitución no sólo la letra; no son rábulas, sino políticos electos. La imagen de que a los conservadores les falta valor político para plantar cara al Gobierno está tomando carta de naturaleza mayoritaria en los comentarios. El miedo escénico de Aznar frente a González y la sensación de que hasta el último segundo, el PP vaya a aprovechar el desgaste del PSOE y no va a enseñar la patita de sus propias respuestas es demoledor para la confianza en la alternativa.

Un día antes de iniciarse el debate sobre los Presupuestos, el gobernador del Banco de España insistió en la necesidad de más reformas estructurales para equilibrar la economía española. Y ello fue considerado un varapalo adicional a los Presupuestos. El papel de los bancos centrales es -desde que se aceptó la dinámica de la unión económica y monetaria a través del Tratado de Maastricht- el de guardianes de la ortodoxia: han de medir únicamente las consecuencias económicas de las decisiones políticas. Es decir, declarar siempre el y yo más en los ajustes y ser antipáticos y desalmados (cualquiera que conozca a Rojo sabe que no es precisamente un desalmado) en sus recetas técnicas. Son los políticos los que deben enmarcar las dimensiones de la economía.

El problema surge cuando algunos de estos últimos se disfrazan de técnicos independientes y tratan a la economía como algo aislado, puro; para ellos, el marco institucional, la experiencia histórica y los deseos de los ciudadanos están completamente excluidos de la teoría económica; reivindican, en esencia, al Adam Smith de La riqueza de las naciones. Pero para presumir del fundador de la ciencia económica y llevar puestas con consecuencia las corbatas con su esfinge (penúltima moda de algunos liberales) hay que recordar que Smith también escribió la Teoría de los sentimientos morales, en la que insistió en los valores globales de la economía. Es otra impostura resaltar sólo la búsqueda del propio beneficio y olvidarse del contexto político y social en el que suceden las cosas.

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