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El novelista y su maestro

Juan Cruz

La pasada primavera leyó Fernando G. Delgado parte de la novela que ahora. le han premiado con el Planeta ante un auditorio de estudiantes de la Complutense; él mismo sonreía tímido, inseguro pero satisfecho, en medio de las escenas en las que superaba las fronteras del pudor, como si hubiera conseguido con su transgresión dar el salto adeIante de una apuesta literaria que le viene de muy lejos: contar, contar historias, y contar las con toda libertad.Fernando fue, cuando aún iba en pantalón corto a llevar sus versos a los periódicos locales de Tenerife, un poeta de la experiencia, preocupado por lo que ocurría alrededor, y vitalmente comprometido con una idea que entonces le resultaba obsesiva: la autenticidad. Trabajó desde adolescente en la radio, en los periódicos, y en todos esos campos prosperó, mientras vivió en Tenerife y desde que se trasladó a Madrid, donde ha desarrollado una fecunda labor profesional, la personalidad que ahora perciben tantos españoles: elegante, respetuoso, culto, imaginativo. Un creador. Desde que la poesía le resultó un andamiaje demasiado sintético para expresar su obsesión por las historias, prefirió que los demás dejáramos de considerarlo un lírico, pero él mismo sabe que si su literatura narrativa ha alcanzado los niveles de conviccion que ahora ha consolidado el Planeta ha sido porque: detrás de esa frente de escritor de novelas sigue estando la adolescencia madura de la poesía.

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Tachero, Exterminio en Lastenia, Ciertas personas y Háblame de ti, que son sus novelas hasta el momento, tienen bastante de esas dos vertientes de su personalidad literaria y de su estatura humana, que en su caso Van parejas: es también un crítico -y un autocrítico- de las costumbres, y quizá en ese ejercicio suyo de control literario sobre el mundo que ve ha conseguido asentarse como un extraordinario analista -lleno de humor y de paradoja- de la hipocresía que domina por todos los lados la convivencia, y acaso ése constituye el tema central de toda su obra novelística.

Esas actitudes literarias y personales, así como los rasgos de autenticidad que no han abandonado nunca a Fernando, provienen en gran parte del considerable efecto que sobre él y sobre su generación tuvo, Do mingo Pérez Minik, el crítico que introdujo en España el ejercicio respetuoso de la curiosidad y de la pasión como uno de los mejores instrumentos para relacionarse con los otros y con la literatura de los otros. A pe sar de que dejó las islas muy pronto, ese magisterio no le abandonó jamás, y parece pertinente recordar al viejo maestro comun como el hombre que in trodujo, a pesar de la oscuridad de los otros tiempos, la ilusión por la literatura y la convicción de la libertad en personas como Fernando G. Delgado, que luego han ido por el mundo libres pero enraizadas en ese riquísimo recuerdo.

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