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43 FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

La competición oficial del certamen se clausura sin favoritos

Valeria Sarmiento presenta una arriesgada revisión buñueliana

Todo acabó como se había ido configurando a lo largo de estos 10 días de competición: sin un solo filme al que quepa adjudicar con claridad los números para la Concha de Oro. El jurado oficial deberá elegir sólo entre pocas películas ligeramente por encima de la, por otra parte, buena calidad media de la selección. Aunque no puede juzgarse como indicativa, la votación de la crítica, que cada día recoge El Diario Vasco, ha señalado ya no obstante cuatro filmes que, con matizaciones, son también los que este cronista vislumbra con más posibilidades: Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, de Agustín Díaz Yanes; Leaving Las Vegas, de Mike Figgis; My family, de Gregory Nava, y El demonio vestido de azul, de Carl Franklin. No parece que Elle, la última película, de la chileno-francesa Valeria Sarmiento, consiga hacerse con un lugar en el palmarés, a pesar del interés, el descaro y la osadía de la realizadora al abordar, con sorprendentes cambios de óptica, nada menos que la novela que sirvió a Luis Buñuel para hacer una de sus películas más emblematicas: Él.Nunca resulta fácil aventurar pronósticos en una muestra cinematográfica, y no es ciertamente San Sebastián 95 una excepción. A la composición plural de los jurados, en los cuales coexisten actrices con programadores culturales, productores con directores y hasta, es el caso de este año, con escritores y guionistas, se añaden intereses culturales y gustos personales casi siempre rigurosamente incompatibles. Por tanto, resulta inútil intentar establecer, a priori, qué saldrá del amigable aquelarre que este mismo mediodía parirá un palmarés que, a buen seguro, tendrá sus detractores.

Las cuatro películas que, según las más extendidas valoraciones, tienen las mayores posibilidades ya han sido mencionadas antes, y este cronista tan sólo incluiría en la lista la película iraní Safar (El viaje), de Alireza Raisian, no tanto por la factura final que presenta, sino sobre todo porque su director, que es además debutante, ha asumido el riesgo de una narración a contracorriente, fiándose sobre todo de las bondades de una construcción de personajes sólidamente establecida.

Mejor director

Si difícil es dilucidar la mejor película, menos lo es decidir quién ha sido el mejor director, aunque parezca un contrasentido. Así, un filme como Nadie hablará de nosotras..., que tiene problemas de guión y una excesiva acumulación temática, muestra las buenas maneras de un debutante, el guionista Agustín Díaz Yanes, la firmeza de su pulso, su seguridad para hacer llegar a buen puerto una materia ficcional abundante y desproporcionada. Claro está que Carl Franklin, sobrio y seguro a la hora de reproducir las andanzas de un detective aficionado negro en el racista submundo americano de los años cuarenta, también tiene sus opciones, como le ocurre a Gregory Nava: un jurado encandilado por la narración torrencial que presenta My family, su opción por una saga-río que se sigue con suma facilidad, bien podría premiar al vasco-chicano.

Donde sí estarán reñidas las cosas es en lo que hace referencia a la Concha de Plata a las mejores interpretaciones femenina y masculina: el festival ha estado dominado por las ficciones con fuertes presencias femeninas y ha mostrado trabajos. excepcionales, como los de Victoria Abril en Nadie hablará...; Pilar Bardem, que le da una soberbia réplica en el mismo filme; Elizabeth Shue, en Leaving Las Vegas, descubrimiento sensacional, y María Barranco, ejemplar en su caracterización de la sensual criada de El palomo cojo. Con los hombres ocurre algo parecido. Para este cronista, que no suele apreciar el talento histriónico de Nicolas Cage, le parece en cambio impecable su caracterización de alcohólico sin moralina en Leaving..., como también la del trío protagonista de la claustrofóbica pesadilla ártica Zero grados Kelvin, del noruego Hans Petter Moland; la del adorable excéntrico Paco Rabal, en El palomo..., o la del atormentado Jimmy Smits, en My family.

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