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Tribuna:43 FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN
Tribuna
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Los restos del olvido

Este festival inició hace tres años la conmemoración del centenario del cine con una llamativa expresión de la pasión cinéfila: Los mejores cien años de nuestra vida, que redondeaba el título del genial melodrama de William Wyler y con él envolvía una preciosa selección de películas inolvidables procedentes de todo el mundo. Pues bien, este año, en la tercera entrega de esta selección conmemorativa, quienes la han urdido dan la vuelta como un saco a su idea y, en vez de dedicarla a aumentar la lista universal de inolvidables, barren hacia dentro de casa y devuelven a nuestra (escasa, y así nos va) memoria histórica un impagable ramillete de películas españolas olvidadas.Hay de todo en este precioso cajón de sastre: cortometrajes, mediometrajes, películas largas, mudas, habladas, en blanco y negro, en color, de las llamadas de autor, de las de género, antiguas, recientes. Sólo un rasgo común las enlaza, convirtiéndolas en un conjunto coherente. Todas ellas han sido barridas de las retinas ambientales y sobreviven escondidas en latas de cinematecas y en la memoria museo de un puñado de historiadores, críticos y cineastas, que ahora las hacen volar de nuevo, además de en las pantallas donostiarras (y dentro de poco en las de las cinematecas españolas), en un libro encabezado con otro título de otra tan hermosa obra como aquélla de Wyler: El bazar de las sorpresas en que un día de hace cosa de medio siglo nos metió el gran Ernst Lubitsch.

Y de nuevo una vieja cuestión: dentro de eso que en nuestras tabernas, aceras, mesas, camillas y otros puntos de confluencia de nuestro desierto mental colectivo los blandos llamaron "la españolada" y los duros "esa mierda del cine español", resulta que se esconden diamantes sin brillo, porque están cubiertos por el polvo de un rincón de lo que Unamuno y Ayala llaman "el trágico olvido español". Trágico y -por si esta noble palabra no entra en el pobre vocabulario de esos desmemoriados que se autotitulan modernos y que, para dar el pego de que tienen algo nuevo que decir, dicen, por ejemplo, que Tío Vania o Los puentes de Madison son antiguallas- ridículo, asqueante. Porque además de esas joyas dscondidas hay en nuestro cine muchas más no escondidas pero igualmente olvidadas.

O peor todavía: conocidas, pero ignoradas o menospreciadas no sólo en aquellos puntos de confluencia del desierto mental español, sino también -y el ridículo se agrava y lo asqueante se hace delictivo- rostros televisivos, bocas radiofónicas y plumas periodísticas supuestamente informadas, pero que ofrecen ignorancia en forma de conocimiento y consuman uno de los actos de usurpación que padece este país de intrusos.

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