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A los toros les da por morirse

Torrestrella / Joselito, Ponce, Jesulín

Toros de Torrestrella (2º, inválido y 6º, descoordinado, devueltos; 4º, inválido, apuntillado en la muleta): desiguales de trapío, sospechosos de pitones, inválidos y amodorrados, excepto 5º, encastado y noble. Dos sobreros de Lamamié de Clairac, sospechosos de pitones, inválidos.

Joselito: estocada -aviso con mucho retraso- y dobla el toro (ovación y salida al tercio); 4º, apuntillado. Enrique Ponce: pinchazo muy tendido y trasero, otro hondo, rueda insistente de peones y dos descabellos (silencio); bajonazo -aviso con mucho retraso- y dobla el toro (oreja). Jesulín de Ubrique: primer aviso con dos minutos de retraso, bajonazo trasero, rueda de peones, dos descabellos -segundo aviso- y descabello (ovación y saludos); pinchazo bajo, media baja, rueda de peones -aviso con mucho retraso- y dos descabellos (palmas).

Plaza de Vista Alegre, 25 de agosto. 7ª corrida de feria. Lleno.

A los toros les da por morirse, qué traviesos. Antes les daba a los toros por caerse -unos morrazos mayúsculos, unas panzadas de abrigo- pero ahora prefieren irse muriendo poco a poco mientras los toreros se ponen farrucos y hacen como que los torean. Algunos son tan ansiosos, que se pasan y salen ya muertos. A otros, en cambio, les da por beber.Toros de todos estos gustos y temperamentos salieron en la importante, mundial y mítica feria de Bilbao. Nadie podrá decir que la corrida de Torrestrella, a cuyo hierro pertenecían, no era variada. Desde los muertos vivientes al que se murió por las buenas, pasando por uno que apareció cantando La del soto del parral con una cogorza como un piano, hubo donde elegir.

Por haber, hasta irrumpió un salpicao capirote de bonita lámina, que embistió encastado según recomendaban las antiguas tauromaquias. Ese toro hizo quinto y la faena que tuvo a bien instrumentarle Ponce duró más que Lo que el viento se llevó. Empezó con ayudados enjundiosos y siguió por derechazos, divididos en tandas surtidas: una con enganchones, la siguiente sin ellos, otra destemplada. El molinete y la trincherilla sirvieron de transición para perpetrar unos naturales astrosos. Pero no había de quedar ahí la cosa: volvió a los derechazos, hasta agotar la paciencia de los más santos, acabó con un infamante bajonazo y le dieron una oreja de Bilbao.

¿Quién ha dicho que eso es torear? ¿Quién ha dicho que torear consiste en ponerse a pegar derechazos a destajo? ¿Quién ha dicho que merezcan una oreja diez minutos largos de monserga (fueron doce), desesperante repetición del tema, la música tachín-tachín, el público callado a la espera de que llegara el pase de pecho para aplaudir, el trabajador poniendo posturas y marcándose contoneos?

Torear, si el toro desarrolla encastada nobleza y hay en el redondel un, diestro de arte y torería, ceñimiento y ligazón, es mando y templanza; es fundir la suerte con el toro encelado y embebido; son olés profundos, emoción; y a la docena de pases, acaso docena y media -tres o cuatro minutos de reloj bastan- ya está el público en pie, el toro sometido, ganada la oreja, un clamor en el graderío, entusiasmo, apoteosis.

Eso es torear; eso es ser maestro y ostentar la categoría real de figura del toreo. Estos otros que necesitan acumular pases hasta el agotamiento -cualquiera de la terna: Ponce, Joselito y Jesulín, son ejemplos paradigmáticos- no pasan de ser unos aburridos pegapases, unos pelmazos insoportables que ocupan sin ningún derecho los altos puestos del escalafón.

Los ocupan y permanecen inamovibles en ellos porque han logrado imponer allá don de vayan unos toros a los que les da por morirse, o que salen ya muertos del toril, o que se han mamado la cosecha del 93. Aparecen esos animales, apenas toman un pase ruedan por la arena, esbozan un rictus de contrariedad las figuras, van a cobrar, sus corifeos les disculpan poniendo el cazo, y hasta la próxima, que será mañana.

Joselito dio al primer moribundo de la tarde unos muletazos vulgarísimos quitándose de en medio, y el cuarto se le murió. Este torito cuarto le miraba con los ojos entreverados suplicando piedad. Evidentemente no podía con su alma. En cuanto le citó Joselito se desplomó y hubo que apuntillarlo. El segundo estaba tal cual y Ponce sólo pudo darle medios pases. Jesulín los instrumentó más completos al tercero, con inclusión de espaldinas, parones, rodillazos y otros excesos, pues, aunque amodorrado, tomaba con franquía la muletaza ubriqueña.

El sexto apareció convulso, pegaba tumbos, hacía eses y fue devuelto al corral. El sobrero padecía invalidez y con sus medias arrancadas, unidas a sus batacazos, imposibilitó el lucimiento que pretendía Jesulín porfiándole pases hasta la extenuación. Dos horas y, media duró aquel petardo de corrida. Dos horas y media tardaron las tres figuras en liquidar el saldo de toros borrachuzos, tullidos y cadavéricos. Dos horas y media de tostón y música maestro, con un elocuente balance final: cinco avisos y una oreja de Bilbao.

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