85.000 refugiados de Ruanda y Burundi huyen para evitar su expulsión de Zaire
Más de 60.000 refugiados de Ruanda y Burundi huyeron ayer de la región de Uvira, al este de Zaire, para evitar que se les obligue el regreso a sus países. La decisión de la ONU de levantar el embargo de armas que pesaba sobre Ruanda desde que el año pasado el odio étnico explotara para cobrarse más de medio millón de vidas ha sido el desencadenante de una operación masiva de desalojo forzoso. Desde el sábado, las tropas zaireñas han expulsado a más de 11.000 personas. Y los testimonios sobre sus métodos brutales se multiplican. El Consejo de Seguridad pidió ayer detener la deportación.
"La situación puede convertirse en un desastre si no se hace algo por detenerla", aseguré Ron Redmond, portavoz del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en Ginebra. Redmond confirmó los testimonios de los refugiados que denunciaron pillajes, palizas, separaciones forzosas de familias e incendios perpetrados por los soldados zaireños en los centros de Kagunga, Runingo y Luvarisi, en la región de Uvira.En el campo de Mugunga, cercano a Goma, los soldados "se volvieron como locos, saqueando y, según los testimonios, violando a las mujeres", añadió el portavoz. Había muchos niños entre los cerca de 2.000 refugiados que fueron expulsados de allí: son la presa más fácil para los soldados. Cerca de 25.000 personas han huido de este centro para evitar su deportación y la brutalidad de las tropas, que lanzan gritos y blanden sus rifles para demostrar su alegría ante la expulsión de los refugiados.
Entre el sábado y el lunes, 5.800 personas fueron expulsadas del Zaire, 4.269 a Ruanda y 1.540 a Burundi, según las cifras del ACNUR, demasiado exactas para ser ciertas, habida cuenta de la confusión reinante en la zona. En la mañana de ayer, 3.400 refugiados fueron deportados y el Ejército había reunido a otros 11.000 en Bukavu. Muchos de los refugiados cuentan que fueron detenidos a punta de pistola y que los soldados les golpearon y despojaron de sus escasas pertenencias antes de conducirles en camiones y autobuses hacia la frontera. En Bukavu, un hombre prefirió lanzarse desde un puente.
"He visto lo mismo en Goma, Bukavu, en la frontera con Tanzania... Siempre es igual: un grupo de gente inocente, totalmente desorientada, que es empujada de un lado a otro a punta de pistola", explicaba un miembro de ACNUR que luchaba desesperadamente por socorrer a los refugiados que se agolpaban, bajo un sol abrasador, en la frontera con Burundi.
"No sé dónde está mi familia, no quiero volver a Burundi todavía", explicaba una mujer que había dejado atrás a su marido y a su hija al ser expulsada. Las muertes y la violencia continúan en Burundi. ¿Quién nos protegerá?", se preguntaba.
Su miedo era compartido por los miles de personas que están siendo obligadas a regresar a Burundi, donde la creciente violencia interétnica entre la minoría tutsi, que domina el Ejército, y la mayoría hutu ha hecho que la situación se asemeje peligrosamente a la que desencadenó la guerra civil en Ruanda el año pasado.
Los refugiados "hacen sus maletas en cuanto ven aparecer al primer soldado", explicó Peter Kessler, portavoz de ACNUR en Nairobi. Los más de 60.000 que han abandonado los campos, de refugiados de la región de Uvira se esconden en las montañas, sin agua ni comida, y están en una situación muy vulnerable, puesto que el ACNUR no puede acudir en su ayuda por la falta de seguridad. "Estamos muy preocupados, porque en las montañas no hay agua potable y pronto empezarán a enfermar", añadió Kessler.
El ministro de Asuntos Exteriores de Ruanda, Anastasa Gazana, se ha mostrado indignado por la forma en la que se han producido las expulsiones: "Aunque sean refugiados, tienen derecho a ser tratados como seres humanos y no como desechos", dijo.
El retorno de los refugiados "no nos preocupa por el momento, aunque pueden producirse problemas logísticos si los números aumentan", explicó el ministro ruandés de Información, Jean-Baptiste Nkuliyingoma. Las autoridades de Kigali han establecido campos de tránsito desde donde se llevará a los refugiados "a su casa, cada uno a su colina", precisé el ministro. "Son bienvenidos y haremos todo lo posible por garantizar su seguridad".
Sin embargo, pese a estas palabras tranquilizadoras, las organizaciones no gubernamentales que operan en la zona temen que el retorno masivo de refugiados cause un grave problema de superpoblación, ya que la mayoría de las casas y explotaciones agrícolas abandonadas por los hutus en 1994 han sido ocupadas por los tutsis.
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