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Genio y vestido

No está de más desfrivolizar a Cristóbal Balenciaga del tono habitual en que suele moverse la crítica del vestido. El donostiarra es el único de los nombres legendarios de la alta costura que lo merece y que resiste el paso del tiempo y del rodillo de la razón, algo que la moda, en su obsesión por innovarse, olvida. Algo así como que las personas que visten alta moda también, por lo general, apoyan sus pies en suelo real:Con Balenciaga acabó el que la alta costura marcara el rumbo. Ahora en tal égida los cerebros individuales han sido sustituidos por los equipos de las grandes firmas internacionales, lapiceros anónimos (muchas veces mercenarios del pasado) que diseñan al propio consumidor y lo que hay que consumir.

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Balenciaga basó su éxito en no hacerle demasiadas carantoñas a la fama (sólo las necesarias que le exigía su propio trabajo), en cultivar -con prudentes distancias- una pléyade de santas mujeres de inagotable talonario y sobre todo en el arte de reaccionar siempre cartesianamente con. sus hallazgos formales.

El modista explotaba cada línea conseguida (del dos, piezas al sari) hasta la saciedad temporada tras temporada: no tenía la obsesión de cambiar, y eso le hacía jugar con ventaja, profundizar como nadie en aquello de "la voluntad de estilo".

La cruda verdad es que su espíritu profesional no pasa hoy día de eso: el aura venerada y mitificada a la distancia de un concepto de la labor de hacer ropa a la medida que ya no volverá jamás. La propia alta costura cambia apresuradamente de fisonomía para subsistir entre tanto prêt-à-porter que no lo es. Balenciaga intuyó esa decadencia y ese final de una época y del vestido de élite. El primer apogeo del prêt-à-porter fue precisamente su tiro de gracia, y así, entonces cerró en silencio, sin avisar, las puertas del estudio de la avenida Georges V, algo así como una elegante manera de morir para las pasarelas.

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