Brasil, cárceles con 'peaje'
Cuatro españoles acusados de narcotráfico esperan juicio en la sede de la Policía Federal de Río de Janeiro
Los altos muros grises, los guardias armados y la angustia dibujada en los rostros tensos no permiten olvidar que se trata de una cárcel. Por lo demás, el patio de la sede de la Policía Federal en Río de Janeiro, donde están recluidos los presos acusados de tráfico internacional de estupefacientes, ofrece al visitante un aspecto tan cosmopolita como la rambla de Copacabana: rubicundos ingleses y estadounidenses, robustas alemanas, varios latinoamericanos y cuatro españoles.Entre estos últimos, Isabel Verdejo Justo, de 41 años, no puede contener el llanto cada vez que la conversación con EL PAÍS llega a su hijo de seis años, a quien trajo consigo en mayo, cuando vino a Brasil a buscar una partida de cocaína.
Menuda, de cabellos cortos y ojos siempre enrojecidos, cuenta que los presos están viviendo una situación espantosa: "Somos 10 mujeres hacinadas en una celda de cuatro por cuatro, no tenemos ningún derecho a menos que sobornemos a los guardias, y el consulado no hace nada o casi nada para ayudarnos". Sin embargo, minutos más tarde, ella misma admite que, "gracias a Dios", el consulado español en Río de Janeiro se encargó de repatriar a su pequeño hijo.
Junto a ella, Belén Suárez Alvarez, de 26 años, natural de Oviedo, también detenida en el aeropuerto carioca con cocaina en las maletas, insiste en las quejas contra el consulado español, y carga las tintas sobre las "condiciones infrahumanas" en que se encuentran. "La comida es horrible y casi nunca salimos a tomar el sol", comenta. No obstante, precisa: "Nosotras no pedimos nada, tan sólo que nos depositen para poder cumplir la pena en nuestro país, donde, por lo menos, las condiciones son más humanas".
Belén afirma que "algunas mujeres salen por la noche para estar con los [policías] federales y tener así algunas regalías en la cárcel, tales como cocaína, cerveza y poder salir de la celda". Con una, mueca de sarcasmo añade: "Ellas y los presos que tienen dinero no lo pasan tan mal".
Colchón maloliente
De la babel de lenguas emerge otro español que sólo da su nombre de pila, José, también preso por tráfico internacional de drogas. José se acerca al grupo para afirmar que "todos los guardias son corruptos". "SI no les pagas 30 dólares [3.600 pesetas] por un colchón maloliente tienes que dormir en el piso; todo lo que les pides tienes que pagárselo".Al preguntar sobre las condiciones de los reclusos, la funcionaria de la oficina de Comunicación Social de la Policía Federal se limita a decir: "Éste es apenas un lugar de detención provisional; después, cuando el reo es condenado, va a un presidio".
"¿Cómo te envolviste con el narcotráfico?". Isabel explica que había comprado una tienda de caramelos en Móstoles (Madrid), pero no lograba pagarla. Estaba desesperada y agobiada por deudas cuando un cliente, "un señor negro que siempre estaba por allí", le preguntó si quería ganar 1.500.000 pesetas enviando a su hijo de 18 años a Brasil a buscar joyas de contrabando.
"¡Claro que quería! Pero tuve miedo de mandar a mi hijo y me ofrecí a viajar yo misma por las joyas. Vine con mi hijo menor, que tiene seis años, porque ellos me dijeron que así sería más seguro", narra entre sollozos.
"Cuando me entregaron las joyas en el hotel Brazilian Palace, de Sâo Paulo, sentí el peso del paquete y me di cuenta de que aquello debía ser cocaína. Entonces llamé a Madrid y les dije que no haría el transporte. Me respondieron que si no lo hacía matarían a mi nieto", murmura en un nuevo acceso de llanto.
"Sólo quiero volver a mi país", repite, "Esto acaba con la moral de las personas. En este aislamiento total, pienso todo el tiempo en mis padres, en mis hijos... no sé si le ha pasado algo a mi padre..., la carga de mi madre, que tiene que sustentar a mis tres hijos y a mi nieto con una pensión de 100.000 pesetas. Cartas sólo a través de abogados, porque el consulado no se ocupa de nosotras".
"El dinero que traía conmigo lo dejé en el consulado para mayor seguridad, pero como nunca aparecen por aquí no tengo ocasión de pedirlo. ¿Podrías llamar al cónsul y pedirle que venga con urgencia?", demanda. (El Vicecónsul Víctor Manuel Llorca, que acaba de volver de sus vacaciones, asegura que hará una visita lo antes posible, pero explica que no tiene autoridad para comentar estos temas con la prensa).
En vivo contraste con la angustia de Isabel, Belén parece tranquila y segura de sí. Reconoce que no lo hizo por necesidad: "Mi familia tiene una buena situación en Oviedo; yo estudiaba Derecho y trabajaba como camarera porque quería, para poder vivir con mi pareja", señala.
"¿Entonces por qué lo hiciste?". "Venía a Brasil de vacaciones y unos amigos me pidieron que al volver llevase droga", dice con una naturalidad pasmosa. "¿Pero cuál era tu objetivo?". "Ningún objetivo, sólo hacer un favor, no me costaba nada, o por lo menos eso pensé, pero ¡vaya si me está costando!".
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