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El G-7 habrá muerto otra vez

Joaquín Estefanía

Hace un año, en Italia, el grupo de los siete países más ricos del mundo se autoencargó un estudio sobre la reforma de las instituciones de Bretton Woods, para adaptarlas a la nueva dinámica mundial de unos mercados financieros enormemente volátiles y descontrolados.Desde entonces, las cosas han ido a peor y el G-7 se ha tenido que enfrentar ahora, esta vez reunido en Canadá, a unas condiciones bastante desestimulantes: guerra de Bosnia, con la incapacidad explícita ante la opinión pública de los países más influyentes de lograr una cooperación mínimamente coherente para acabar con el conflicto; crisis financiera de México, que no advirtió el G-7 de modo previo a su estallido y que, una vez emergida, tampoco supo sofocar como colectivo (fue Estados Unidos el que, en solitario, por una de cisión personal de Bill Clinton, tuvo que encabezar el paquete de rescate); constante caída del dólar respecto al yen y el marco y desmayo del Sistema Monetario Europeo, en parte como consecuencia del efecto tequila (hay indicios permanentes de la posibilidad de otros efectos tequila, identificados con distintos países emergentes); amenaza de una guerra comercial entre Estados Unidos y Japón, dos de los miembros más poderosos del club de los siete, referida al sector del automóvil, que evidencia que cuando sus intereses están en juego, los más liberales se hacen proteccionistas; y síntomas de una recesión en el seno de la recuperación económica, de la que todavía no se conocen sus grados y extensión.

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Frente a estos factores de descomposición de la cooperación intemacional se alzan los partidarios de un mayor nacionalismo económico, de un mayor aislamiento político, dejando que cada palo, aguante su vela. Los enemigos principales del Grupo de los Siete o de un FMI fortalecido y con ganas de intervenir, ya no están en los movimientos alternativos, tipo del denominado Con 50 años basta (que celebran sus cumbres paralelas en el mismo lugar y tiempo en que se reúne el G-7 o la asamblea del FM1), sino en muchos personajes de Washington, identificados con la extrema derecha republicana y con el Contrato con América, partidarios de la introspección norteamericana. "Ésta es la opinión de muchos estadounidenses", escribía recientemente The Economist: "Temiendo que se produzca un embrollo exterior,, siempre celoso de su libertad de acción, Estados Unidos es por instinto un colaborador reticente. Ultimamente esta reticencia ha aumentado. Ahora hay una fuerte sensación de abatimiento ante lo que se prevé que será un fracaso de la cooperación y de las instituciones creadas para expresarla. Los pilares del orden internacional liberal -ONU, FMI, OMC- encuentran sus críticos más severos en Washington. El comunicado que ya ha sido redactado para ser difundido en Halifax sin duda reforzará este estado de ánimo de desengaño intensificado. Es una lástima, no sólo para el resto del mundo, sino también, y en algunos sentidos, particularmente para Estados Unidos. La cooperación internacional se merece que EE UU hiciera un mayor esfuerzo".

El fin de la guerra fría, al eliminar el principal elemento que mantenía unido al G-7, ha hecho aflorar las diferencias entre sus miembros. El G-7 no está en condiciones de ejercer sus responsabilidades, y la sensación de que nadie está al frente de la tienda estimula la desconfianza y la inestabilidad mundial. Por ello, de Halifax habría de salir, independientemente de los comunicados oficiales, la voluntad política de reformar tanto las reglas del juego como las instituciones económicas internacionales. O el G-7 habrá muerto otra vez.

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