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Crítica:CINE - 'FLAMENCO'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Bellísima exploración de un universo

El flamenco es inabarcable, un universo. No hay manera de encerrarlo en un concierto, un disco, una película. Adentrarse en él requiere que los exploradores elijan un itinerario, que por fuerza ha de ser insuficiente, pequeño, parcial. Saura (es decir: su ,quipo, pues Flamenco no es obra de un individuo, sino un trabajo de forzosa autoría colectiva) elige y traza en el bosque un camino y sabe desde él mirar y hacer ver lo que encuentra a su paso.Tal elección y tal trazado son legítimos, pero igualmente legítimo es considerar que hay otros trazados y otras elecciones distintas y quien sabe si mejores que éstas. El filme por ello puede y seguro que tiene detractores (el que esto escribe es uno de ellos) de algunas insuficiencias de su fondo, pero esto no hará más que enriquecerlo, porque lo que está fuera de discusión es la precisión, inteligencia, hermosura y elevación con que, una vez elegido el discutible itinerario, los creadores de Flamenco llevan a cabo su exploración. Incluso quienes no lo llevamos puesto, nos quitamos el sombrero.

Flamenco

Dirección: Carlos Saura. Fotografía: Vittorio Storaro. Decorados: Rafael Palmero. Montaje: Pablo del Amo. Cámara: J. Madurga. Dirección musical: 1. Muñoz. España, 1995. Cante, baile, toque: Agujeta, Manuel Moneo, Enrique Morente, Fernanda de Utrera, Farruco, José Menese, Chocolate, Manolo Sanlúcar, Carmen Linares, La Paquera de Jerez, Remedios Amaya, Chano Lobato, Matilde Corral, Manúela Carrasco, El Grilo , La Macánita, Paco Toronjo, Juana la del Revuelo, José Mercé, Matilde Coral, Merche Esmeralda, María Pagés, Rancapino, Tomatito, Potito, Duquende, Belén Maya, Lole y Mahuel, Ketama, Mario Maya, Paco de Lucía, Joaquín Cortés y otros. Madrid: Palacio de la Música y Renoir Cuatro Caminos.

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Aludimos a la autoría colectiva de esta joya, pero hay que dejar fuera de referencia a sus creadores esenciales, los que están delante de la cámara, entre los que hay artistas geniales, por lo que el simple enunciado de lo que hacen rompería los bordes de esta crónica de urgencia. Metidos en astronomía, solo cabe hablar de los astrónomos, no del firmamento que indagan. Un par de explosiones estelares: el doble martinete con que Agujeta y Moneo nos golpean con un soplo de tragedia; o la siguiriya que Morente trenza con un dolor, hondura y delicadeza que nos hace soñar a qué alturas hubiera llegado un mano a mano suyo con el degarrado vendaval de aquel portentoso siguiriyero muerto llamado Camarón. Estos y otros instantes del filme forzosamente están, en cuanto creación, en rango superior al de la película.

Es la, virtud mayor de esta obra mayor: está filmada de rodillas, conscientes los filmadores de su imposibilidad de superar lo que miran y arman formalmente. Por ejemplo, dentro de la apasionante sencillez -un ámbito acotado por paneles que parecen desgájados de una composición de Piet Mondrian- del abstracto escenario ideado por Palmero, la cámara de Storaro esculpe espacios cumbres -de elegancia, por que su virtuosismo -se pueden detectar diez o más campos de luz en una toma con cámara inmovil del acercamiento de una bailaora- está ennoblecido por el pudor: es imperceptible o lo que de él vemos es su invisibilidad: ¡asombroso Storaro!.

Sobre estos cimientos, el pulso de Pablo del Amo interpreta con altísima precisión las cadencias con que Saura dirige la filmación y le sugiere, una vez hecha esta, enlazar y convertir en ritmos, en secuencia, el transcurso de esta penetración del color en el abismo de los sonidos negros. Es Flamenco la quinta incursión dirigida por Saura dentro de la música gitano-andaluza y -engrasada por la gozosa ligereza de Sevillanas- la mejor, sin duda, aunque sea la más discutible, y tal vez por eso mismo.

El resultado es un espectáculo explosivo y contagioso, que puede -si se conduce bien- recorrer el mundo y revelar- pues su sobriedad no expulsa de él astucia didáctica- a muchos una, fuente desconocida de asombro. La película se devora como se respira. Sólo su final, cuando la cámara se eleva hacia las nubes, propone un desenlace con liviana sombra de globo. Pero antes de esta discutible última burbuja quedan como rocas, ancladas al suelo, imágenes de instantes geniales en todo su explendor.

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