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LA MUERTE DEL ARABISTA MÁS INSIGNE

Una mezcla de cortesía y atrevimiento

Antonio Muñoz Molina

Don Emilio García Gómez era, él solo, una tradición, una memoria de tiempos intelectualmente menos brutales, un testigo de aquella edad en la que, al mismo tiempo que se universalizaba nuestra literatura, la ciencia y la filología españolas alcanzaban una categoría y una fecundidad que hizo falta una guerra civil para extirparlas. La edad de plata de los años veinte y de los primeros treinta en España no lo fue sólo de las letras, sino también de la medicina, de las matemáticas, del periodismo, de los estudios históricos, y si hay figuras en ese tiempo que resaltan admirablemente en una sola disciplina -el filólogo Menéndez Pidal, el cardiólogo Juan Negrín- hay otras, como la de García Gómez, que sin pérdida de rigor transitan de unos campos a otros, estableciendo vasos comunicantes que vigorizan por igual todos los ámbitos intelectuales por los que discurren. Su Antología de los poetas arábigo-andaluces, que apareció en 1930, fue, al mismo tiempo, una aportación filológica y una influencia inmediata en la literatura que se escribía por entonces: sin aquellas traducciones difícilmente habría existido el Diván del Tamarit, de Federico García Lorca, por ejemplo.Don Emilio era un sabio en la acepción antigua y solemne del término, un investigador que llevó a cabo a lo largo de su vida la tarea de devolver á la cultura española la Atlántida de una historia y de una civilización, las de Al-Andalus, desdeñadas o rechazadas, o simplemente perdidas por pura negligencia. Pero además era un magnífico escritor, de la escuela de prosa brillante y precisa de los años veinte, con una parte de influjo de Ortega y otra del romanticismo narrativo de los historiadores del Islam español. El arabismo, como el orientalismo, era desde el siglo XIX una disciplina propicia por igual a las exactitudes de la historia y a los esplendores de la imaginación. García Gómez, discípulo del gran Lévi-Provençal, otro escritor de primera categoría, no era ajeno a los bríos expresivos que el propio Lévi-Provençal había aprendido de quien fue su maestro, el, maravilloso y algo atrabiliario arabista holandés Reinhar P. Dozy, autor de una Historia de los musulmanes en España, cuyos cuatro volúmenes de letra avariciosa y márgenes escasos constituyen una experiencia de primera categoría para quien a la afición por la historia añada el puro gusto de leer.

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Remotas voces del islam

Pero tal vez lo que yo más agradezco como lector a don Emilio García Gómez es que gracias a él se han incorporado al repertorio de nuestra literatura dos remotas voces del Islam español que tienen en común la perentoria singularidad con que se nos vuelven próximas: la voz de Abd Allah, un triste rey sin ninguna importancia que reinó en el siglo XI en Granada y murió pobre, exiliado y nostálgico en el norte de África, y la del formidable polígrafo cordobés Ibn Hazm, que presenció el hundimiento de su ciudad y del califato de Al Andalus, y tuvo tiempo, en medio de una vida de persecuciones, guerras civiles y exilios, de escribir una obra total que se calcula en 80.000 páginas manuscritas: de los 400 volúmenes que las contenían sólo queda uno, El collar de la paloma, un tratado sobre el amor que unas veces nos recuerda a Stendhal y otras a Proust y que don Emilio García Gómez tradujo y publicó tan limpiamente como las Memorias de Abd Allah, subtituladas por él El siglo XI en primera persona.

Ése era sin duda el secreto de su erudición, la mezcla de cortesía y de atrevimiento necesaria para escribir siempre en primera persona, lo mismo una monografía sobre inscripciones cúficas que la traducción de un poema amoroso. Con la muerte de don Emilio se pierde un ejemplo y casi se extingue Una tradición de sabiduría apasionada, pues éstos son tiempos en que la sabiduría tiende a la frigidez y el apasionamiento a la incompetencia o al barullo. Puede que en el desaliento último de la extrema vejez don Emilio García Gómez se sintiera postergado en un exilio tan melancólico como los que padecieron hace 10 siglos Ibn Hazm y Abd Allah.

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