Patrimonio gitano
¿Hay alguien en España, en Andalucía, en Jerez de la Frontera, que sea capaz de trazar una línea divisoria entre "lo gitano" y "lo payo" después de haber conocido a Lola Flores? Lola significa para mí, y me consta que para la inmensa mayoría de los gitanos españoles, la síntesis espléndida con que Dios quiso darle forma de mujer a todas las teorías sobre la convivencia y el respeto entre las culturas. Lola, por la gracia de Devel, es un patrimonio del que nos hemos apoderado los gitanos para ofrecérselo luego a España y al mundo como muestra del ser más generoso, más humano y más artista que ha conocido España en el presente siglo.Mis recuerdos de Lola vienen de muy lejos. Mi amistad con Lola se inscribe en la veneración y en el respeto que siempre le tuve. Porque Lola ha sido para mí mucho más que una artista famosa e irrepetible. Cuántas veces, hablando con ella, le he recordado lo que mi abuela María, mi tía Rosario y hasta mi madre, Salud, me habían contado con orgullo, como cuando se habla de lo propio y se sabe que es excepcional.
Deuda
Los gitanos tenemos una deuda contraída con Lola Flores de imposible cuantificación. Porque Lola ha sido, y lo seguirá siendo
-en la memoria de todos nosotros, el modelo humano que mejor simboliza lo que para los gitanos es verdaderamente trascendente. El amor a la familia -la familia, incluso la familia extensa, con razón o sin ella, siempre ha de ser lo primero-, la entrega a los hijos por encima de cualquier planteamiento de racionalidad y la generosidad sin límites. Una generosidad que los gache descalifican como despilfarro y los más benevolentes de imprevisión por el futuro.
Sin embargo, nosotros, los gitanos, como Lola, como todos los hombres y mujeres que anteponemos la vida sin más al egoísmo de vivirla a cualquier precio, sabemos distinguir, como ella, lo que es flor de hoy y paja para mañana. Por eso un día se peleó con Hacienda y le ganó la batalla. Y ese mismo Gobierno que un día tanto la mareara reconoció su error y acabó rindiéndose ante ella concediéndole, al fin, la medalla de oro al mérito en el trabajo.
Estamos aturdidos. Por más que lo esperásemos no acabamos de creernoslo. Personas como Lola no se debían de morir nunca, aunque nos quede el consuelo de su recuerdo, de su voz y de su imagen tantas veces difundida. Hoy los gitanos de España, los andaluces y quienes hemos sentido pellizcos en las carnes viéndola bailar o escuchándola cantar, sólo nos queda recitar por siguirilla lo que musitó Manuel Balmaseda, poeta popular de Sevilla, obrero de los ferrocarriles andaluces, que murió de hambre en la Málaga de 1882: "Al pie de un olivo, I me puse a llorá: I pa los pajaritos que cantando estaban, I se acabó el cantó".
Babelia
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