Canción para oír y ver
Tenía ese instinto escénico de los genios del espectáculo. Fue única. No era una gran cantaora, ni una gran cantante, ni -seguramente- una gran bailaora. Pero verla y oírla se convertía con frecuencia en una experiencia inolvidable.Dolores Flores Ruiz no era gitana, aunque lo pareciera porque hubo mucho de gitanería de buena ley en su físico, en sus decires, en sus modos y en su arte. Había tenido ya una actividad profesional bastante intensa, aunque sin lograr la consagración que perseguía, antes de encontrarse en 1943 con Manolo Caracol. Y poco después formaban una pareja, artística y sentimental, irrepetible.
Con ellos nació la estampa escenificada. Caracol tuvo la idea, y había hecho algunos tanteos antes de trabajar con Lola, sin demasiado éxito. El primer espectáculo de ambos fue Zambra 1944; se estrenó en Valencia y registró un estrepitoso fracaso de La niña de fuego. Cuando la obra llegó a Madrid, Caracol tuvo la genialidad de recuperar el tema, cambió la escenografía, le sugirió al maestro Quiroga nuevas entonaciones y cuando fue presentada de nuevo se escuchó "la más larga ovación que se ha producido en un teatro". Después vinieron La Salvaora y otros títulos inolvidables. Lola explicaba cómo era el trabajo. en común: "Manolo y yo, en el aspecto artístico, nos compenetramos totalmente desde el primer momento. Él ( ... ) concebía genialmente los cuadros. Debo decir que Manolo me hizo bailaora, aunque él no era bailaor. Me decía cómo tenía que mover los brazos. Cómo y cuándo tenía que taconear, o en qué tercio cogería mi pelo con su mano... Estábamos tan compenetrados que, si un día él no estaba bien de voz, yo bailaba, pero...".
Lola se convirtió en una estrella, se casó con el guitarrista Antonio González, El Pescaílla, y tuvo tres hijos. Amó y vivió apasionadamente, como lo hizo todo ella, porque ciertamente fue una mujer de enorme corazón.
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