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ADIÓS A LA FARAONA

Unas manos que llenaban la pantalla

Su última aparición en el cine, en Sevillanas (1992), de Carlos Saura, duraba sólo unos minutos, pero en ellos se concentraba el instinto, la rara armonía, el talento a veces crispado de esta bailaora genial, que se dejaba llevar por los compases de una música de ocultos parentescos asiáticos. Lola Flores llenaba la pantalla con el baile de sus manos, con sus giros improvisados, con el movimiento de un pelo esta vez recogido... Es una de las más bellas estampas que el cine ha reflejado de su talento.Porque no tuvo suerte con las películas que interpretó. O tuvo la suerte de su época, en la que las mi arma, el cine folclórico, inundaba las pantallas españolas buscando un populismo horroroso, con malos argumentos y flojos directores, destinado al consumo barato y urgente de cines de barrio. Y aunque folclóricas ha habido en el cine español desde sus años mudos, fue en los cincuenta cuando reinaron en las pantallas. Aquel público quería oír las canciones de la radio y ver interpretarlas a sus intérpretes, y a complacerles se dispuso el ministerio de turno. El resto importaba poco. Enredos amorosos de final feliz en los que las mi arma (Lola, Paquita Rico y Carmen Sevilla, especialmente) se manifestaban con un primitivismo que el público aceptaba como propio. Ellas, siempre chicas pobres, vencían a los ricos con su picaresca y su alegría. El mundo era feliz y la justicia social una evidencia.

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Fue artista de cine a la talla de sí misma. Los personajes que interpretaba eran suyos y exclusivos, dándoles una dimensión tan personal y acrática que nadie podía parecérsele. Lola Flores dio siempre la impresión de que hacía en la pantalla lo que le venía en gana, y que eso era lo mejor que podía ocurrir. Y así fue aceptada en España y en México, donde interpretó sus películas fundamentales. Presumía ella de ese éxito, de que Pena, penita, pena fuera conocida en países anglosajones (Little sorrow), de que organizara el guirigay donde fuera ("soy la mejor embajadora que España ha tenido"), de que le hubiesen dado el premio del sindicato por Una señora estupenda (1967)..., y eso le hacía soñar con proyectos de gran actriz, como Anna Magnani, a la que citaba siempre como el modelo que en España no le confiaban. Por eso se atrevía a bailar el Bolero de Ravel en La faraona (1955), rodada en México junto a Agustín Lara, o ese rarísimo título Cómo me las maravillaría yo, en Casa Flora (1972), en las que su peculiar sentido de lo "moderno" rozaba a veces lo grotesco.

Actriz de instinto

Fue actriz cinematográfica de instinto, como sus contemporáneas, y el instinto era lo que les hizo sobrevivir en la descarada explotación del productor de la época, Cesáreo González, que sacó a estas mi arma de la miseria pero con un coste del que ellas se suelen doler entre agradecidas y rencorosas. La edad fue dando otro registro de actriz a Lola Flores, y lo demostró en Truhanes, 1983. Pero es posible que al cine español de hoy le diera miedo su vehemencia y prefiriera arrinconarla en aquel género de pandereta, de españolada, que hoy sólo puede verse con una sonrisa exculpadora.

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