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Las sirenas del Manzanares

Juan José Millás

En octubre de 1994 nos enteramos de que 24 años antes, en 1970, las aguas del Manzanares habían sido enriquecidas con 700 litros de orines radiactivos. Todas las huertas de los alrededores se regaron con aquella leche contaminada, así que estuvimos comiendo lechugas radiactivas durante una temporada. A mí me salieron unas manchitas oscuras en el lóbulo de la oreja derecha y mi carácter sufrió una mutación que los médicos no sabían a qué atribuir. Yo, íntimamente, sabía que la culpa la tenía el Gobierno, pero no podía demostrarlo, así que finalmente le dieron carpetazo al lóbulo y al carácter diciendo que se trataba de una rareza psicosomática. Lo malo es que el cuerpo y el alma los puse yo, mientras que el Gobierno sólo puso la radiactividad. Los italianos, que están políticamente más evolucionados que nosotros (soportan todo el rato radiaciones políticas sin que se les alteren los genes), saben que la culpa de todo la tiene el Gobierno y hasta cuando hace mal tiempo se ciscan en él con toda la razón. Aquí estamos tan politizados que si se te ocurre maldecir al alcalde porque te ha salido un orzuelo, enseguida te llaman exagerado. Y ya vemos que no, que a lo mejor ese bulto que le salió a usted en la ingle en las navidades de 1970 fue porque el Gobierno municipal no advirtió a la población de que las lechugas de la ribera del Manzanares tenían radiactividad. En cuanto hurgas un poco en la superficie de los tumores, te das cuenta enseguida de que la culpa de todo la tiene el Gobierno. Bueno, hay que ser justo: de todo, no. Por ejemplo, de la salmonelosis suele ser responsable el langostino con mayonesa que te dan en la boda de tu cuñado, o en la comunión de su hija. El otro día, en un restaurante de La Venta de Meco (4.000 habitantes) se intoxicaron 62 personas invitadas a una primera comunión.. Así que podemos afirmar que los males del mundo emanan de los Gobiernos y de los cuñados, dos instituciones de las que hoy por hoy no podemos prescindir sin socavar los fundamentos mismos de la realidad.

El caso es que esta semana nos hemos enterado de que en marzo de 1993 el Manzanares, que lo aguanta todo, parece italiano, recibió unos 10.000 litros de ácido sulfúrico procedentes de un depósito de Papelera Peninsular. No estoy seguro, pero me parece que este ácido es el que utilizaban los gánsters de las películas en blanco y negro para estropearle la cara a la novia del bueno.

No quiero ni imaginar cómo deben tener el rostro los pobres peces y las sirenas de ese río entre los desechos radiactivos de 1970 y el sulfúrico de 1993. Bucear por ahí tiene que ser como entrar en una leprosería medieval.

Pero lo peor es que nos enteramos de todo tarde, mal y nunca. Éso cuando nos enteramos, porque aquí todavía no nos han explicado, por ejemplo, porqué la última semana de octubre de 1994 el agua de los grifos de algunas zonas de Madrid olía a truenos y sabía a rayos. Nos lo dirá algún funcionario resentido en el 2010, cuando sea imposible demostrar que la culpa de esa úlcera de duodeno que te amargó los festejos del final de siglo la tenía el Gobierno.

No sé si fue este verano o el anterior cuando una nube, de olor fétido atravesó Madrid igual que un pensamiento malo. Tampoco llegamos a averiguar sus causas, aunque impregnó todas las glándulas odoríferas de la ciudad de una pestilencia que se ha quedado ahí, como una culpa moral. De manera que vamos acumulando bultos, úlceras, pecados que nos amargan la existencia, y en lugar de pedir cuentas al Gobierno municipal, que es el responsable de estas patologías menores, nos culpamos por fumar demasiado, o por comer callos. Y ya vemos que no es por eso, sino por falta de información. ¡Porco goberno!.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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