La flor prometida
Este texto es una respuesta del autor a los intelectuales y artistas españoles firmantes de la carta al director Una salida política para el conflicto de Chiapas, publicada el pasado 21 de febrero en EL PAÍS, así como a todos los que han manifestado su solidaridad y apoyo.
A los hombres y mujeres que, en lenguas y caminos diferentes, creen en un futuro más humano y luchan por conseguirlo hoyHermanos:
Existe en este planeta llamado Tierra, y en el continente que llaman americano, un país cuya figura parece haber recibido un gran mordisco por el oriente y que, por occidente, clava en el océano Pacífico un brazo para que los huracanes no lo alejen mucho de su historia. Este país es conocido por nacionales y extranjeros con el nombre de México. Es su historia una larga batalla entre su deseo de ser él mismo y las ganas extrañas de arrebatarlo para otra bandera. Este país es el nuestro.
Nosotros, nuestra sangre entonces en la voz de nuestros más grandes abuelos, ya lo caminábamos cuando no era todavía su nombre ése. Pero luego, en esta lucha de siempre, entre ser y no ser, entre estarse e irse, entre ayer y mañana, llegó en su pensamiento de los nuestros, ahora con sangre de dos ramas, que se llamara México este pedazo de tierra y agua y cielo y sueño que tuvimos nosotros porque regalo era de nuestros más anteriores. Entonces fuimos otros con más y entonces cabal estuvo la historia que así nos hizo porque nombre tuvimos los todos que así nacíamos. Y mexicanos nos llamamos y nos llamaron. Luego, la historia se siguió dando tumbos y dolores. Nacimos entre sangre y pólvora, entre sangre y pólvora nos crecimos. Cada tanto venía el poderoso de otras tierras a querer robamos el mañana. Por eso se escribió, en el canto guerrero que nos une, "Mas si osare un extraño enemigo profanar con su planta tu suelo, piensa, oh Patria querida, que el cielo un soldado en cada hijo te dio". Por eso peleamos ayer. Con banderas y lenguas diferentes vino el extraño a conquistarnos. Vino y se fue.
Nosotros seguimos siendo mexicanos porque no se nos daba estar a gusto con otro nombre ni se nos daba en caminar bajo otra bandera que no fuere la que tiene un águila devorando una serpiente, sobre fondo blanco, y con verde y rojo a los flancos. Y así lo pasamos. Nosotros, los habitantes primeros de estas tierras, los indígenas, fuimos quedando olvidados en un rincón y el resto empezó a hacerse grande y fuerte y nosotros sólo teníamos nuestra historia para defendernos y a ella nos agarramos para no morirnos. Llegó así esta parte de la historia que hasta parece de risa porque un solo país, el país del dinero, se puso por encima de todas las banderas. Y entonces ellos dijeron "globalización" y entonces nosotros supimos ya que así le llamaban a este orden absurdo en que el dinero es la única patria a la que se sirve y las fronteras se diluyen, no por la hermandad, sino por el desangre que engorda a los poderosos sin nacionalidad. La mentira se hizo moneda universal y en nuestro país tejió, sobre la pesadilla de los más, un sueño de bonanza y prosperidad para los menos. Corrupción y falsedad fueron los principales productos que nuestra patria exportaba a otras naciones. Siendo pobres, vestimos de riqueza nuestras carencias y, tanta y tan grande fue la mentira, que acabamos por creer que era verdad. Nos preparamos para los grandes foros internacionales y la pobreza fue declarada, por voluntad gubernamental, un invento que se desvanecía ante el desarrollo que gritaban las cifras económicas. ¿Nosotros? A nosotros más nos olvidaron, y ya no nos alcanzaba la historia para morirnos así nomás, olvidados y humillados. Porque morir no duele, lo que duele es el olvido. Descubrimos entonces que ya no existíamos, que los que gobiernan nos habían olvidado en la euforia de cifras y tasas de crecimiento. Un país que se olvida de sí mismo es un país triste, un país que se olvida de su pasado no puede tener futuro. Y entonces nosotros nos agarramos las armas y nos metimos en las ciudades donde animales éramos. Y fuimos y le dijimos al poderoso "¡Aquí estamos!" y al país todo le gritamos "¡Aquí estamos!" y a todo el mundo le gritamos "¡Aquí estamos!".
Y miren lo que son las cosas porque, para que nos vieran, nos tapamos el rostro; para que nos nombraran, nos negamos el nombre; apostamos el presente para tener futuro; y para vivir... morimos. Y entonces se vinieron los aviones y los helicópteros y los tanques y las bombas y las balas y la muerte y nosotros nos fuimos de regreso a nuestras montañas y hasta allá nos persiguió la muerte y muchas gentes de muchas partes dijeron "Háblate" y los poderosos dijeron "Hablemos" y no sotros dijimos "Bueno pues, hablemos" y nos hablamos y les dijimos lo que queríamos y ellos no muy entendían y nosotros les repetíamos que queríamos democracia, libertad y justicia y ellos ponían cara de no entender y revisaban sus planes macroeconómicos y todos sus apuntes de neoliberalismo y esas palabras no las encontraron por ningún lado y "no en tendemos" nos decían y nos ofrecían un rincón más bonito en el museo de la historia y una muerte a más largo plazo y una cadena de oro para amarrar la dignidad. Y nosotros, para que nos entendieran lo que queríamos, empezamos a hacer en nuestras tierras lo que queríamos pues. Nos organizamos con el acuerdo de la mayoría y nos dimos a ver cómo era eso de vivir con democracia, con libertad y con justicia y así pasó:
Durante un año gobernó en las montañas del Sureste mexicano la ley de los zapatistas y ustedes no están para saberlo ni yo para contarlo pero los zapatistas somos nosotros. O sea los que no tenemos rostro ni nombre ni pasado y somos indígenas la mayoría, pero últimamente ya se están entrando más hermanos de otras tierras y otras razas. Todos somos mexicanos. Cuando nosotros gobernamos estas tierras hicimos así:
Cuando nosotros gobernamos bajamos a cero el alcoholismo, y es que las mujeres acá se pusieron bravas y dijeron que el trago sólo sirve para que el hombre le pegue a las mujeres y a los niños y haga barbaridad y media y entonces dieron la orden de que nada de trago y entonces pues nada de trago y no dejamos pasar el trago y los más beneficiados eran los niños y las mujeres y los más perjudicados eran los comerciantes y los del Gobierno. Y, con el apoyo de unas que se llaman "Organizaciones No Gubernamentales", nacionales y extranjeras, se realizaron campañas de salud y se elevó la esperanza de vida de la población civil, aunque el desafío al Gobierno redujo la esperanza de vida de nosotros los combatientes.
Y la mujer, o sea las mujeres, empezaron a ver que se, cumplían sus leyes que nos impusieron a los hombres y la tercera parte de nuestra fuerza combatiente es de mujeres y son muy bravas y están armadas pues y nos "convencieron" de aceptar sus leyes y también participan en la dirección civil y militar de nuestra lucha y nosotros no decimos nada y qué vamos a decir. Y también se prohibió la tala de árboles y se hicieron leyes para proteger los bosques y se prohibió la cacería de animales salvajes, aunque fueran del Gobierno, y se prohibió el cultivo, consumo y tráfico de drogas y estas prohibiciones se cumplieron. Y la tasa de mortalidad infantil se hizo pequeñita, así como son los niños de por sí. Y las leyes zapatistas se aplicaron por igual, sin importar posición social o nivel de ingresos. Y todas las decisiones más grandes, o "estratégicas", de nuestra lucha las tomamos por el método que llaman de "referéndum" y de "plebiscito".
Y acabamos la prostitución y desapareció el desempleo y también la mendicidad. Y los niños conocieron los dulces y los juguetes. Y cometimos muchos errores y fallas. Y también hicimos lo que ningún Gobierno del mundo, de cualquier filiación política, es capaz de hacer honestamente y que es reconocer los errores y tomar las medidas para remediarlos. Y en eso estábamos o sea aprendiendo, cuando llegaron los tanques y los helicópteros y los aviones y muchos miles de soldados y decían que venían a defender la soberanía nacional y nosotros les dijimos que a ésa la estaban violando en los IUESEI y no en Chiapas y que la soberanía nacional no se defiende atropellando la dignidad rebelde de los indígenas chiapanecos. Y ellos no escuchaban porque el ruido de sus máquinas de guerra los hizo sordos y ellos venían de parte del Gobierno y para el Gobierno la traición es la escalera por la que sube al poder y para nosotros la lealtad es el plano igualitario que anhelamos para todos. Y su legalidad del Gobierno vino montada en bayonetas y nuestra legalidad estaba en el consenso y la razón y nosotros queremos convencer y el Gobierno quiere vencer y nosotros decimos que ninguna ley que tenga que recurrir al empleo de las armas para hacerse cumplir en todo un pueblo puede llamarse ley y es sólo una arbitrariedad por más que se cubra de ropajes legaloides y el que manda una ley acompañada de la fuerza de las armas es un dictador aunque diga que la mayoría lo eligió.
Y nos corrieron de nuestras tierras. Y con los tanques de guerra llegó su ley del Gobierno y se fue la ley de los zapatistas. Y detrás de los tanques de guerra del Gobierno vino otra vez la prostitución, el trago, el robo, las drogas, la destrucción, la muerte, la corrupción, la enfermedad, la pobreza. Y vinieron gentes del Gobierno y dijeron que ya se había restablecido la legalidad en las tierras chiapanecas y vinieron con chaleco antibalas y con tanques de guerra y sólo estuvieron unos minutos y se cansaron de decir sus discursos delante de pollos y gallinas y puercos y perros y vacas y caballos y un gato que se había perdido. Y así hizo el Gobierno y a lo mejor ustedes ya lo saben porque de por sí muchos periodistas lo vieron y lo publicaron. Y ésa es la legalidad que manda ahora en nuestras tierras. Y así fue la guerra por la "legalidad" y la "soberanía nacional" que hizo el Gobierno contra los indígenas chiapanecos. A los demás mexicanos también les hace guerra el Gobierno, nomás que en lugar de tanques y aviones, les aventó un programa económico que los va a matar igual pero más lento...
Y ahora que me acuerdo, esto lo estoy escribiendo el día 17 de marzo que es el día de San Patricio y en aquel México que peleó, el siglo pasado, contra el imperio de las barras y las turbias estrellas, hubo un grupo de soldados de diferentes nacionalidades que peleó del lado de los mexicanos y ese grupo se llamó Batallón San Patricio y por eso los compañeros me dijeron "Órale, aprovecha para escribirles a los hermanos de otros países y dales las gracias porque detuvieron la guerra" y yo creo que es su maña de ellos para irse a bailar y que no los regañen porque ahí anda el avión del Gobierno y puro bailar quieren estos compañeros que con todo y guerra le están dale y dale a la marimba. Y entonces yo les escribo a nombre de todos mis compañeros y compañeras, porque, así como en el Batallón San Patricio, nosotros ya vimos claro que hay extranjeros que quieren más a México que algunos nacionales que hoy están en el Gobierno y mañana estarán en la cárcel o en el exilio físico, porque del corazón ya están fuera, de por sí quieren otra bandera que no es la suya y otro pensamiento que no es el de sus iguales. Y nosotros supimos que hubo marchas y mítines y cartas y poemas y canciones y películas y otras cosas para que no hubiera guerra en Chiapas, que es la parte de México donde a nosotros nos tocó vivir y morir. Y supimos que así pasó y que "¡No a la guerra!" dijeron en España y en Francia y en Italia y en Alemania y en Rusia y en Inglaterra y en Japón y en Corea y en Canadá y en Estados Unidos y en Argentina y en Uruguay y en Chile y en Venezuela y en Brasil y en otras partes no lo dijeron pero lo pensaron. Y entonces nosotros vimos que hay gente buena en muchas partes del mundo y que esa gente vive más cerca de México que los que viven en Los Pinos, que así se llama la casa donde vive el Gobierno de este país.
Nuestra ley hizo florecer libros, medicinas, risas, dulces y juguetes. La ley de ellos, la de los poderosos, vino sin argumento alguno que no fuera el de la fuerza, y destruyó bibliotecas, clínicas y hospitales, trajo tristeza y amargo caminar a nuestra gente. Y nosotros pensamos que una legalidad que destruye el conocimiento, la salud y la alegría, es una legalidad muy pequeña para hombres y mujeres tan grandes, y que nuestra ley es mejor, infinitamente mejor, que la ley de esos señores que, con vocación extranjera, dicen que nos gobiernan.
Y nosotros queríamos decirles a ustedes, a todos, que gracias. Y que si tuviéramos una flor pues se la regalábamos y como no tenemos flores bastantes para cada uno o para cada una, pues una basta para que se la repartan y guarden un pedacito cada uno y cuando ya sean viejitos o viejitas entonces les platiquen a los niños y a los jóvenes de su país que "Yo luché por México en los finales del siglo XX y desde acá estaba yo con ellos y sólo sé que querían lo que quieren todos los seres humanos que no se han olvidado que son seres humanos y que es democracia, libertad y justicia, y no conocí su rostro pero sí su corazón y era igual al nuestro".
Y, cuando México sea libre (que no quiere decir que sea feliz o perfecto, sino sólo libre o sea que pueda elegir libremente su camino y sus errores y sus aciertos), entonces un pedacito de ustedes, ese que está a la altura del pecho y que, a pesar de las implicaciones políticas o precisamente por ellas, está un poco cargado a la izquierda, será también México y esas seis letras querrán decir dignidad y entonces la flor será para todos o no será. Y ahora se me ocurre que, con esta carta, pueden hacer una flor de papel y colocarla en el ojal o en el cabello, según el caso, y salir a bailar con tan encantador adorno. Y yo ya me voy porque ahí viene otra vez el avión de los desvelos y tengo que apagar la vela, pero no la esperanza. Esa... ni muerto.
Vale. Salud y la flor prometida: tallo verde, blanca flor, hojas rojas, y no se preocupen por la serpiente, eso que aletea es un águila que se encargará de ella, verá usted...
Desde las montañas del sureste mexicano.
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