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El fin del 'prêt-a-porter'

Entre las muchas ventajas de la crisis, sin duda la mayor es la muerte del todo vale, del culto a la estupidez permanente en el que hemos vivido las últimas décadas y, de una forma. obsesiva, en los años ochenta. La irrupción de los creadores en la sociedad de consumo, su encumbramiento a los primeros escalones de la mitología, su pacto con el mercado han sido mortales. Pillados entre la vanidad de la comunicación de masas y la adulación de los nuevos ricos, los artistas han caído en la trampa. De esta forma, han pintado cuadros a la moda, han escrito novelas a la moda, han construido edificios a la moda, han compuesto música a la moda, han dado conferencias a la moda y, naturalmente, han diseñado a la moda. Inesperadamente, se han visto convertidos en el centro de atracción social. Y han sucumbido en una trampa para elefantes.

Les reto a que hagan la prueba de una cata ciega. Y que, por una vez, no sea de vinos. A que visiten una exposición o lean las críticas de los periódicos sin saber de qué pintor' se trata. Confabúlense con sus amigos, reúnan durante la semana catálogos, fotografías e imágenes de televisión, eliminen cualquier rastro que identifique a los autores y jueguen, el próximo fin de semana, al terrible juego de las adivinanzas. O al de las semejanzas. Muy pocos se salvarán de la mascarada. El fenómeno no es exclusivo del mundo del arte. Pasa lo mismo con la literatura, la arquitectura, la música o el diseño. Por ignorancia o por pudor, todos somos cómplices de este fraude colectivo.

La semana pasada, una amiga me pidió que leyera las pruebas de un libro. Me quedé espantado. Aparentemente, hablaba de arte y recogía la obra de una serie de artistas que aparecían convenientemente catalogados: posminimal", "expresionista marginal", "conceptual-industrial", "neorromántico". Finalmente, se trataba de un malentendido. Aquellos nombres no eran de artistas de dos patas, sino de gatos, y la maldita obra se refería a los pises de los animalitos, que algunos iluminados quieren identificar como auténticas obras de arte. ¿Había picado yo solo el anzuelo? Relativamente. Estoy seguro de que en los catálogos de las exposiciones de los últimos 20 años se han dicho muchas más barbaridades. Hoy no queda ni rastro de la mayoría de aquellas estrellas fulgurantes. Que se lo digan a los inversores más oportunistas. En el pecado han llevado la penitencia.

Hace poco, hablando de un periodo de crisis artística personal, en el París. de la posguerra, el escultor Eduardo Chillida recordaba su situación: "Yo estaba en un momento en el que ya no es, pero todavía no es". El dilema refleja la auténtica tensión de la creación. El momento culminante en el que el artista se enfrenta al papel, al lienzo o a los planos en blanco y empieza a desarrollar un proyecto. Y lo hace al margen del mercado. Al margen de la moda, de las escuelas o de las conveniencias. Como un trabajo desarrollado por pura pasión personal.

La indignación de los creadores de moda ante la última película de Robert Altman, en la que pone pingando al mundo de las pasarelas, es un magnífico síntoma. Significa, lisa y llanamente, que la mascarada se está terminando. El mercadeo del yo te admiro y tú me admiras tan habitual en el mundo oficial de Hollywood, y que aquí han practicado con un enorme desenfado algunos artistas habituales en las páginas del Hola, está a punto de terminar. No hablo de las folclóricas, sino de las contemporáneas tribus urbanas, de las cortes que se han creado en torno a los nuevos fenómenos. De las chicas o los chicos Almodóvar y de los bailarines posando con ropa de prestado para las revistas de moda. Del besito, la sonrisa y el protocolario "has estado genial" que han invadido el mundo de la cultura de consumo oficial. Del prêt-á-porter intelectual, que ahora toca a su fin.

Frente a tanta parafernalia, queda la insistencia en la obra personal, el rigor en la creación, el trabajo en el estudio o en el despacho. Salimos ganando con el cambio.

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