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Mejor, la antropofagía

Fue conquista indirecta de las sociedades protectoras de animales que los escritores perdieran, cuando más la necesitaban, su torre de marfil. Quedaron, por lo tanto, a salvo los hermosos colmillos africanos; aunque algunos occidentales, por puro amor a las costumbres amplias, se instalaron, a escape y a sus anchas, en el resto camal del grandioso elefante. Desde ahí reciben. Y, en este veraniego mes de marzo, invitan a menudo a cenar. Así, pues, confundiendo el afecto vago con el paréntesis del criterio, fui la otra noche a una de esas cenas "donde pondremos algo para picar". Se habló allí, sin embargo, de comida a raudales. Los nombres de afamados colegas, empleados como abanico o fuelle para aliviar el general sofoco, sirvieron de pretexto cabal: Cunqueiro, Dumas padre y Lezama Lima; los tres, comilones felices, probadores capaces, salivas sabias, disponibles y agradecidas. Y, por ese camino del buen gusto, como el lector ya sabe, suele llegarse siempre a la pregunta autónoma que te golpea en la nuca: %Y tú que opinas". Y, sí, acabé opinando que fuera gloria clueca de escritor consagrado merecer unas Obras completas donde, a modo de gancho publicitario, figurase este liminar de receta salida de la pluma de Picadillo, señor feudal del Pazo de Anzobre: "El pavo en galantina, aunque algo anticuado, y desterrado, por consiguiente, de las mesas elegantes, es una. de las viandas más exquisitas que se conocen, y su preparación ofrece alguna dificulta". Se avisa, en fin; no se traiciona. Y puede rematarse, de reojo, con la jaculatoria, mítica y poética, de Alfredo Talla para preparar los percebes según la línea clara de la experiencia: "Con agua y sal, en pote, van al fuego, / se sopla un poco... y a comerlos luegoCuidar su halo

Un poeta narrativo, allí presente, que marfil no precisa para cuidar su halo, tampoco anduvo con rodeos, y fue derecho al grano. Hizo el elogio compungido de una película premiada con el Dragón de Oro en el Festival de Cracovia. Por lo visto se trata de un truculento cortometraje donde se desarrollan escenas reales de canibalismo actual. 0 sea, un documental de verdad, en el que aparece un grupo de osetios devorando a unos cuantos enemigos inguses, justo después de una batalla celebrada en noviembre de 1992.

En esto que una directora general, que prepara un libro de ensayos sobre la Pardo Bazán, empezó a acordarse de Issei Sagawa, el frágil japonés que fue zampándose en pedacitos a su propia novia, una dulce holandesa afincada en París, a la que dijo amar sin límites. El dueño de la casa en la cual estábamos, novelista neonaturalista de profesión, relató con esmero, a continuación, la comilona de 53 inocentes por parte del ucranio Andréi Tchikatilo, eximio profesor universitario al tiempo que eficaz confidente del KGB. Pero un joven filósofo, interesado por las artes plásticas, interrumpió el discurso evocador del dueño para asegurar que, en realidad, todo es leve reflejo de la primera voluntad do, los dioses. Recordó que Moloc reclamaba niños como nosotros gambas al ajillo. Y Cronos y Saturno se cebaban con sus propios hijos. ¿Y el Minotauro? A ése sólo le gustaban los recién nacidos. Más tarde nos condujo a China para decimos que en el año 757, en la región de Hunán, 30.000 personas fueron paladeadas por el ejército victorioso. (No es mero antojo, pues, que, en pleno siglo XII, los chinos continuaran identificando la carne humana como la de "cordero con dos patitas".) Pero puso las cosas en su sitio al matizar que la práctica caníbal nace en Egipto, 2.200 años antes de Cristo. Alguien recordó la gran cena descrita por Antonio de Herrera: cuando los aliados de Cortés, los tlaxcaltecas, dieron cuenta de un guiso de brazos y piernas que dio para 50.000 cacerolas. Y los civilizados ingleses, añadió un filólogo que había permanecido toda la noche silencioso, hacían un codiciado jarabe medicinal con la espuma del cráneo de los ahorcados.

Todo iba, según habrán visto, como miel sobre hojuelas. Hasta que allí, en las entrañas testimoniales de un. literato paquidermo, estalló la tormenta: "Bueno, bueno, ¿pero que me decís de Luis Roldán?".

Le devolví a la cena su fin de fiesta romano, tiré de la cadena y salí de esa casa echando leches.

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