_
_
_
_

México da vida a una Berlinale muerta

ENVIADO ESPECIAL Hace mucho tiempo que no se recuerda un cementerio cinematográfico, como el de esta fúnebre edición de la Berlinale. Pero ayer, tras la devastadora agresión a las retinas de Trasatlantis, puro plomo fundido alemán a palo seco, México trajo por fin vida al rosario de cadáveres de películas que se suceden estos días en la pantalla del Zoo Palast.

Más información
"¡Machismo, conmigo, no!"

El callejón de los milagros, dirigida por Jorge Fons e interpretada por una docena de actores que creen en lo que hacen y nos transmiten su convicción arregló algo las cosas, mientras en el rincón de los cortometrajes la española Mercedes Gaspar logró, con El sueño de Adán, alzarse por encima de la barrera del desaliento y el silencio.Christian Wagner y su Trasatlantis colmaron ayer el cazo del aguante y el recipiente se derramó. Provocó (en una multitud hambrienta de pretextos que, por endebles que sean, ofrezcan una coartada para no moverse de las incómodas butacas del salón de actos del Kongresshalle) auténticas oleadas de desertores, que huyeron a respirar entre las alamedas del Tiergarten. La fúnebre colección de falsas películas que des de hace seis días ofenden los ojos, encontró en la incalculable petulancia de esta concienzuda y disuasoria paliza, la grieta que necesitaba la irrita ción para convertirse de pronto en urticaria. Incluso los alemanes con tragaderas más doctorales se escaparon de ella, buscando un poco de vida e intentando ponerse a salvo del alcance de tanta vaciedad disfrazada de cine. Las cosas se han puesto aquí tan crudas que, en medio de un campeonato de películas simuladas, la simple aparición de una de verdad, por normalita que sea, hace flotar de agradecimiento a las tribus de cinéfilos, que se despellejan las manos aplaudiendo cualquier indicio de vida en la pantalla. Y este indicio surgió ayer, tras la losa alemana, en una película mexicana que probablemente no pase a la historia del cine, pero que aquí fue recibida con el mismo alborozo que un sorbete de limón en un mediodía del Sáhara.

La película se titula El callejón de los milagros y está inspirada en una novela del premio Nobel egipcio Naguib Mahfouz, el mismo que hace dos años dio pie a otro cineasta mexicano, Arturo Ripstein, para urdir la trama de una de las más bellas y audaces películas del cine reciente: Principio y fin, estrenada en España tras su triunfo en el festival de San Sebastián. Ambos filmes, pese a tener un inevitable parentesco argumental, son en realidad muy distintos y, formalmente hablando, casi opuestos. Pero en cierto modo, se complementan y dan idea de la homogeneidad existente en la variedad y riqueza que animan el interior del enérgico despertar del cine mexicano en los últimos anos, que lo está situando entre los mejores del mundo.

Es, junto a (las también normalitas) Nobody' s fool y la primera parte de Rosa roja, rosa blanca, el único verdadero cine visto hasta ahora en estos días berlineses, y la palabra verdadero pronúnciese con la boca pequeña, sin oquedad retórica alguna y referida al abecedario de este arte, a su condición de lenguaje dirigido a los habitantes de este planeta que de vez en cuando se colocan frente a una pantalla con objeto de indagar en ella por qué lloran o ríen. Cine simple, sencillo: cine considerado en sentido primordial, esa forma de consuelo humano inventada ahora hace un siglo y convertida aquí en golpe en la nuca y en desconsuelo.

Dirige El callejón de los milagros José Fons, lo escribió Vicente Leñero, y lo interpretan aproximadamente una decena de actrices y actores con ganas de jugar y de que juguemos con ellos, de esos que soñándose nos sueñan, nos embaucan, nos meten en la pantalla y, una vez que nos han atrapado en ella, no meten en su pellejo, pues al fingir emoción, logran emocionarnos sin fingimiento. Baste decir que en el reparto de esta noble película está María Rojo, una maravillosa actriz a la que en España hemos tenido la suerte de ver en La tarea y Danzón, y que aquí se funde con humildad en una interpretación coral de gran altura, que se mueve ágilmente entre el sainete y el melodrama, entre el tragedión arrabalero y la comedieta de costumbres. Nada más que eso, pero que visto estos días en Berlín se convierte en nada menos que eso.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_