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11 años después

Luis R. Aizpeolea

Los 11 años que van del primer asesinato de un candidato electoral vasco, el dirigente socialista Enrique Casas, al del segundo, el líder del PP de Guipúzcoa, Gregorio Ordóñez, han cambiado sustancialmente la situación del terrorismo en el País Vasco. En febrero de 1984, cuatro bandas -ETA Militar, ETA Político-militar VIII Asamblea, los Comandos Autónomos Anticapitalistas y los GAL- competían en atentados. La cifra anual de víctimas se acercaba al centenar.En esa época también los partidos políticos estaban profundamente divididos frente al terrorismo. Amplios sectores del nacionalismo moderado argumentaban aún que la violencia terrorista era una consecuencia de la insatisfacción de las aspiraciones nacionales vascas, porque el Estatuto de Gernika era de "mínimos". El temor de la sociedad vasca al terrorismo era pavoroso. Los militantes vascos de AP -predecesora del PP- estaban en las catacumbas, y la militancia socialista, pese a estar más organizada, se recluía en las casas del pueblo, que eran frecuentemente atacadas por militantes del radicalismo abertzale. En esas circunstancias fue asesinado Enrique Casas, el 23 de febrero de 1984, por los Comandos Autónomos Anticapitalistas.

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Acuerdos de Ajuria Enea

Pero el tiempo no ha corrido gratis. El cúmulo de atentados, como la matanza de Hipercor, y asesinatos de especial impacto, como el de Enrique Casas y el del primer jefe de la Ertzaintza, sensibilizaron a los partidos. Con la firma de los acuerdos de Ajuria Enea, en enero de 1988, se cierran sus divisiones. Nacionalistas y no nacionalistas -con la exclusión de HB- acuerdan una estrategia común contra el terrorismo. El pacto político se articula con una importante movilización de masas, una eficiente colaboración francesa, el compromiso creciente de la Ertzaintza y una mayor eficacia policial. El resultado es la desarticulación de tres de las cuatro bandas y la detención de la cúpula de ETA Militar en Bidart, en marzo de 1992. La lucha contra el terrorismo vive un momento de esplendor. Los dirigentes vascos empiezan a proclamar que el final de ETA no está lejano.

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Sin embargo, el proceso se ha hecho más lento en los últimos tres años. Una nueva dirección de ETA, joven y radicalizada, sin referentes, se hace con las riendas del terrorismo. Es verdad que el entorno, de ETA pierde terreno -de sus más de 200.000 votos pasa a los 160.000-, pero esa masa es suficiente oxígeno para ETA. La impaciencia reabre grietas en el hasta entonces sagrado Pacto de Ajuria Enea. ETA está mucho más aislada que hace 11 años. Su rechazo en la calle es amplio. Pero su final está lejos.

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