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Manuel Vicent: "La nostalgia no es creativa, prefiero el caos"

Gran tertulia fallera con el autor de 'El tranvía a la Malvarrosa'

Sólo unos privilegiados tuvieron la suerte de ver, en vivo, cómo ardía, en ingenio y humor, la falla que montó ayer, domingo, en la librería Crisol de Madrid, Manuel Vicent con unos cuantos amigos; algunos, valencianos. El resto tuvo que contentar se con los monitores de la librería, abarrotada, que en días normales pasan videocortos. La tertulia giró en tomo a la novela de Vicent Tranvía a la Malvarrosa (Alfaguara), que va por la segunda edición y que García Sánchez va a filmar. "La nostalgia no es creativa, prefiero el caos", dijo el escritor.

La periodista Nativel Preciado presentó los materiales que iban a arder: esa que ella considera la mejor novela de Vicent, en la que parece que se ha superado y "ha dado todo lo que podía dar de sí", una novela llena de sonidos, luces y sensaciones, "en la que se mezcla lo sórdido y lo sublime".Para Víctor Márquez Reviriego, Manuel Vicent es un personaje engañoso, que no es lo que podría parecer: "Nunca es de los nuestros", advirtió. Lo conoció en los pasillos del diario Madrid, cuando se le hizo crítico de arte porque pasaba por allí, "sin que nunca fuera del Madrid, y pasó por Hermano Lobo y por Triunfo, sin que nunca tuviera que ver con ellos".

Y por si fuera escaso el elogio encendido que, como buen mantenedor, hizo Víctor Márquez, descubrió que, además de todo, Vicent arrastra desde hace años un delicado encargo: es por decisión del propio interesado biógrafo in pectore del mismísimo Duque de Alba.

Aunque posteriormente Vicent matizaría un tanto la valencianidad y el carácter fenicio-mercantil de quien con esas razones tomaba la palabra, Luis García Berlanga, éste enarboló desde su radical escepticismo y su vocacional individualismo el estandarte de luces, olores y sonidos mediterráneos para saludar una novela, la de Vicent, que había tenido que leer (forzado, eso sí, en un primer momento, pues él, como hombre de cine, no suele leer sino por encargo: ya leyó todo cuando era joven, se disculpó), y en la que había encontrado un caleidoscopio enciclopédico de lo que era la Valencia dé Vicent, la de los años cincuenta, que "es tan próxima, tan igual a la que fue la mía", aunque Berlanga (echó cuentas con los dedos), le lleva 17 años.

"Y la mía también, que soy nueve años más joven que Vicent". La roja y ondulada cabeza inmóvil como un anochecer de mar mediterráneo en todos los monitores de la librería, se encrespó al tomar la palabra, y a Carmen Alborch, ministra de Cultura, se le agitó la memoria valenciana y juntos -el que le llevaba 17 años a Vicent, el que tenía los años de Vicent y la que tenía nueve años menos que Vicent- recordaron olores y vivencias, sucesos y crímenes: "Manolo no habla", se quejaba la ministra, "de lo que supuso para nosotras la aparición de las francesas en las playas". Vicent, sereno, desde su pedestal, calmaba olvidos y repartía disculpas: "Es que, entonces, el tiempo no se movía nada, por eso compartimos todos vivencias".

Vivencias presentes en la novela, sí, pero vivencias que no se dejan dominar por la nostalgia, pues "Ia nostalgia no me atrae nada, porque no es creativa, no es estética; a mí lo que me gusta es lo absurdo, lo caótico, que es lo que me parece normal, pues el caos te salva", dijo Vicent, quien, según Carmen Alborch, "tiene la cabeza más bonita, por dentro y por fuera, del país". Vicent no pestañeó ante el piropo ministerial, sino que se limitó a sostenerle, galante, el micrófono a Charo López, para que ésta leyera un hermoso capítulo de la novela, aquel en el que el protagonista recorre el cuerpo de Julieta en la playa privada del Capitán General de la Región Militar.

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