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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Menos da una Roca

LAS INTERMITENTES y eternas conversaciones de Londres y Madrid sobre Gibraltar no ofrecen resultados sustantivos desde que el tiempo es tiempo y nada parece indicar que las cosas vayan a cambiar. Ello no es razón, sin embargo, para que no prosigan los contactos, como ha ocurrido esta semana entre los ministros de Exteriores de ambos países, Douglas Húrd y Javier Solana, o para renunciar a resolver paso a paso un contencioso, rico en avatares, en el que la perjudicada suele ser siempre España.Por ello, más allá del mantenimiento de la presencia colonial en la Península, hay que exigir una inmediata solución al cáncer que supone para la economía española de la zona la práctica sistemática del contrabando en la bahía de Algeciras con base en el Peñón y el blanqueo de dinero en los bancos de la colonia. Para ello se han reunido Hurd y Solana.

Y parece que, por fin, Londres está decidido a hacer algo para acomodar las legítimas reivindicaciones españolas. En septiembre pasado, Londres comunicó a Joe Bossano, primer ministro del enclave, que la no adopción de docenas de directivas comunitarias podría entrañar la asunción del Gobierno directo de la colonia desde Whitehall. Esas directivas, entre otros efectos, harían mucho más difíciles las prácticas bancarias lesivas para los intereses españoles. Al mismo tiempo, se exhortaba a las autoridades de la Roca a combatir, con un vigor hasta ahora inexistente, el contrabando, principalmente de tabaco.

Londres jamás ha mostrado la menor convicción a la hora de persuadir a los gibraltareños de que cumplieran los acuerdos suscritos con España. Ahí está desde. 1988 la cuestión del aeropuerto, que debería ser de utilización Conjunta, bloqueado por la negativa de las autoridades de Gibraltar a acatar los acuerdos hispano-británicos, y la languidez de Londres por hacerlos cumplir. La reunión Hurd-Solana ha producido, cuando menos, el acuerdo para formar un grupo de. trabajo, con participación local, británica y española, que estudie los medios para combatir "los tráficos ilícitos". Menos da una Roca.,

El problema de fondo es realmente espinoso. Tras el cierre de las instalaciones de defensa británicas, Gibraltar, siempre con una vocación por la trampa, tiene que vivir más y más del hecho de que no sea España, de que haya una divisoria, de que ciertas cosas que se permitan o alienten en la colonia no sean licitas en el país circundante. Aparte del turismo, la colonia no puede hallar otras justificaciones económicas de marca para existir: viven de esa peculiaridad, y ello explica su resistencia a ser españoles. Su negocio consiste en ser gibraltareños. Por eso es tan difícil que alcancen eco los esfuerzos de parte española por convencerles de que se sientan españoles o de tranquilizarles respecto al estatuto de que disfrutarían si renunciaran a su condición colonial.

Todo ello no obsta para que España, en lugar de incordiar con pejigueras burocráticas como los controles en la verja en busca de un contrabando que se hace por mar, les dé las máximas facilidades para estar con España, si no para ser España. En estos tiempos en los que la colonia, por irritante que sea su existencia, no va a constituir ya un obstáculo para la cooperación hispano-británica en Europa, ni va a restar crédito a España en ningún foro internacional, el comportamiento de un Estado democrático hacia unos vecinos tan íntimos que hablan mejor el hispano-andaluz que el inglés de Oxford, ha de ser inmaculado. Aunque no sirva para nada.

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