Viaje a la semilla
Ha valido la pena esperar por la larga pausa -tres años- que Antonio Gades (Elda, Alicante, 1936) se ha permitido. Su talento y magnetismo se han vuelto a imponer dando una muestra más de su capacidad catalizadora dentro de la danza escénica española; no resurge de sus cenizas, sino de su espíritu a todas luces indomable; en él la idea de hacer Fuente Ovejuna es incluso anterior a Carmen (1983), el tema le resultaba comprometido y hasta actual, de modo tal que lo pudo madurar, sin prisas ni urgencia comercial.Coral cuando quiere, intenso a ratos, volcado en una estructura dramática compleja y ambiciosa, Fuente Ovejuna es un bello trabajo de madurez, consecuente hasta la médula con los presupuestos estéticos y morales de su creador, tocando desde una cuidadosa estilización del folclor (con especial atención a Extremadura y la alta Andalucía) hasta las propuestas narrativas y dancísticas más actuales. Antonio Gades sabe lo que quiere hacer sobre la escena: viajar a la semilla de la danza española. Es honesto en su excursión a la esencialidad del género, y se ha rodeado para ello de un equipo solvente al que da y reconoce su papel, no lo fagocita, como otros coreógrafos de hoy. Así, Juanjo Linares posa su añeja sabiduría sobre una plantilla que se entrega; Antón García Abril vuelve a ilustrar -quizá como ningún otro compositor español contemporáneo- la atmósfera del drama (ya lo hizo para el propio Gades en Don Juan), y Pedro Moreno hace un brillante discurso plástico.Gades alerta desde el producto artístico por una danza española, que corre ya hoy el peligro de esquematizarse y olvidarse de sus ricas y variadas simientes; Fuente Ovejuna, de Gades, puede ser y llegar a consolidarse como La mesa verde (Kurt Jooss, 1932) de la danza española moderna, tanto por su contenido político como por su sentido social, ambas hablan de crisis globales, de recobrar la escala humana, de denuncia de los poderosos.
Fuente Ovejuna
Coreografía y dirección: Antonio Gades. Música original: Antón García Abril, Faustino Núñez, Antonio Solera y Freire. Escenografía y vestuario: Pedro Moreno. Luces: Dominique You. Maestro de bailes populares: Juanjo Linares. Adaptación del original de Lope de Vega: José Manuel Caballero Bonald y A. Gades. Teatro de la ópera Carlo Felice, Génova. Día 20 de diciembre.
Fuente Ovejuna es una creación militante que no elude su compromiso, algo rarísimo de ver en los tiempos que corren y dentro de un teatro. La obra empieza y termina con una misma escena de labranza, es decir, todo sigue igual para que necesite cambiarse siempre, hay abundancia controlada de palabra y canto, agilidad en las escenas, y sus cambios resultan dinámicos, aun acusando en algunos pasajes cierta frialdad que puede asociarse a lo sobrio y espartano del montaje. Las luces hacen un flaco favor a la obra, demasiado, densas y oscuras.
Antonio, por su parte, está en forma, huye de florituras, se expresa llano y conciso en el paso; su Frondoso es discreto con respecto al grupo, y la Laurencia de Marina Claudio, aunque bella, se queda algo corta de expresión. El cuerpo de baile funciona a base de bloques geométricos (como en la escena de la pleitesía al comendador o en la de la suelta de la vaquilla, ágilmente conseguida con sólo el acompañamiento de flautín y tambor).
Hay otras escenas brillantes (las lavanderas, la boda o la violación hecha al compás de los palmeros y a base de imágenes congeladas) con constantes e intencionales recuerdos a Bodas de sangre (1947) y a Carmen, a sus hallazgos perdurables, que ya se han vuelto factor y voluntad de estilo; ante ellas, el público se arrancó en aplausos en varias ocasiones durante la velada. El siempre fiel Candi Román -ha participado en las creaciones de casi todas las obras de Gades- hizo un comendador severo, mientras Juan Quintero bordó su veteranía en el papel del padre.
Los aperos de labranza
Los diseños de Pedro Moreno merecen aún otro comentario, desde la elegante gama de sienas y ocres hasta la magistral solución de los trajes de las mujeres del coro, que con simples anudados y vueltas del revés se convertían en otros; la utilería (aperos de labor, sillería) recordaba, por su dibujo, al Isamo Noguchi que servía a Martha Graham, aportando una verticalidad al conjunto capaz de compensar la desnudez del espacio escénico, sólo herido por una velazquiana valla de lanzas al fondo, recursos obviamente pensados para poder representar la pieza al aire libre.Ahora sí puede hablarse de una gran trilogía de Antonio Gades con base en la literatura teatral española: Don Juan (Zorrilla), Bodas de sangre (García Lorca) y Fuente Ovejuna (Lope de Vega): es como un tríptico que mira desde sus batientes siempre al sur, pero el coreógrafo no se queda en el flamenco teatral, situado muchas veces arbitrariamente como patrimonio exclusivo de esa zona de España. Gades no saludó solo ni una sola vez, sino siempre en segunda fila, haciendo gala de igualitarismo y hasta de una modestia excesiva. No era difícil ver en este Fuente Ovejuna un regreso en toda regla, y cómo su significado revulsivo tocará a más de uno de la profesión.En el Carlo Felice se dio cita toda la crítica italiana y gran parte de la europea, y a pesar de algunos notorios fallos del sonido y de los nervios del estreno, el éxito fue claro en cortinas y bravi.
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