Fresh juega al ajedrez con su padre
En aquel cine de pueblo éramos doce en la sesión de las seis y diez. En la pantalla, Harrison Ford y otras estrellas justicieras se enfrentan a un bandido festivo y despiadado que desde el centro de Colombia riega de droga todo el mundo y salpica de sangre la mar norteamericana; al lado del facineroso -Escobedo, para más señas-, un personaje que debe venir de Venezuela, pero que tiene habla de Líbano, le presta asesoramiento similar al que, cómo no le dio a Fidel Castro por menos dinero. Todo va como un reloj alocado y al final de tan multimillonaria trama ganan los buenos y pie den los malos, como en el Capitán Trueno y como en las Hazañas bélicas de nuestra juventud. Cuando el patoso Ford vence al fin en su lucha desigual (¿desigual?) por imponer lo que en los carteles publicitarios se llama la verdad, algunos espectadores que han acabado ya sus palomitas aplauden titubeantes porque queda a salvo la vida de los héroes frente a la canana de los que trafican.Otros héroes menos pertrechados viajan por el celuloide, con menos presupuesto, pero con más vida que esta patraña multiuso que ahora se paseará taquillera en todas las salas de cine del, mundo, con su proposición obscena y benéfica de lucha contra los malditos, en favor del orden que proviene de las conciencias bien lavadas, con la connivencia bondadosa y perversa de los presidentes y con la estúpida protección de los policías corruptos.
Y por fortuna al día siguiente de aquella visión maniquea de la realidad aparece en las pantallas (Canal + y los cines) un poema tremendo de la calle, Fresh, la película en la que un muchacho que no levanta aún dos palmos del suelo se entrena ya en la vorágine del tráfico de drogas a pie de tierra, ensuciado por la viscosa capacidad que tienen los adultos para destruir desde el inicio. Como en una sinfonía perpleja, Fresh va creciendo en la contemplación de la maldad va adquiriendo las claves del juego, como en, un ajedrez gigante que llega a dominar con las palabras y. con el silencio, pasando por todos los estadios posibles de lo maligno; distante, aparentemente, en la amistad y en el amor, azotado por la realidad, decide emprender, en efecto, un viaje contra el mal en el que él mismo participa, y su figura va creciendo en la pantalla desde que juega (por primera vez, al menos en la película) al ajedrez con su padre, un hombre que delira con su grandeza imposible, la del fracasado que ya abandonó otra esperanza que la de la ilusión de haber sido amigo y contendiente de los grandes del ajedrez; desfilan amigos, parien tes, malditos y cobardes, y Fresh, estimulado por la diabólica precisión del ajedrez ("no cambien de sitio este tablero jamás"), va poniendo las fichas en su sitio hasta que las sitúa de tal modo que al término todos mueren y él se que da solo en su calle, buscando silencioso y ausente la mano perpleja de su padre. Las lágrimas retrospectivas con las que el chico ve aquel mundo y la espectacular mirada de su padre, asustado ante la explosión final de Fresh, constituyen un cuadro de nuestro tiempo, una despiadada y tierna visión de la soledad urbana a la que estamos todos abocados, de una u otra manera, pequeños traficantes de drogas o ajetreado habitantes de una realidad cuya prisa frenética constituye en misma una despedida.
Fresh explica un estado de mundo y nos reconcilia con e cine como obra de arte, como literatura de las imágenes y también como capacidad para mostrar con la sencillez de los elemento de la calle la capacidad de destrucción y de autodestrucción que nos hemos dado los humano de hoy. En esa explicación de mundo reside la belleza del cine su utilidad y su sentido, y par eso merece la pena que duran un siglo sigamos pensando q valió la pena el invento y lo que supuso para desarrollar nueva maneras de ver la realidad. Lewis Carroll quería buscar la luz de una vela cuando ésta estuviera apagada; Fresh da la oportunidad de encontrar esa luminosida imposible cuando ya se acaba e filme.
¿Y qué pasó después de las lágrimas de Fresh? La película acaba ahí, y es ahí donde la herida imaginación se cobra sus víctimas, porque sabemos que ahí comienza también la realidad, en esa frontera en la que ya no cabe más destrucción o quizá aún cabe toda entera, el final de la infancia y el inicio del otro juego diabólico que ya no explica el ajedrez.
Cuando acaba el filme de Harrison Ford sentimos en la espalda el aliento de la estafa; cuando acaba Fresh dan ganas de salir la calle a buscar la ficha perdida de esta partida de ajedrez que tantos juegan solos.
Babelia
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