Jugada maestra

En la crónica de urgencia que dio cuenta en este periódico de la revelación de este notabilísimo filme en el Festival de Valladolid leemos: "La construcción de Fresh [es decir, su escritura] es extraordinariamente audaz: mueve los hilos de la atención y la emoción del espectador mediante saltos de situación en situación y giros argumentales tan violentos y brillantes que, una vez ocurridos, parece imposible ir más lejos; y, sin embargo, la película va inexplicablemente mucho más lejos, como si la fertilidad de su urdidor [el curtido escritor y director principiante Boaz Yakin] fuera inagotable".Disculpen la autocita, pero la justifica que si los comentaristas de películas nos vemos forzados con frecuencia a matizar y a veces, incluso, autorrefutar las impresiones que nos provoca un filme visto a bote pronto y rodeado por otros que compiten con él por alcanzar un hueco en una lista de premios, no tener que matizar ni rectificar nada después de contemplada esta película en solitario dice algo muy serio acerca de ella: que tiene fuerza de impacto inmediato; que no emplea espejismos o tretas de engaño para lograr este primer impacto; que, como toda película verdaderamente compleja, se ve con facilidad. Es decir: que es lo que parece en su primera y desprevenida visión; y que todo esto equivale a descubrir en ella un firme acoplamiento entre el empuje de lo inédito y la garantía del mantenimiento de ese empuje en una respuesta posterior reposada.

Fresh es una. explosiva mezcla de frescura y cálculo. La primera brota del formidable reparto coral que gira alrededor del prodigioso intérprete niño Sean Nelson; y la segunda se origina en la algebraica precisión del guión, que narra el itinerario trágico -pues es violentísimo, pero finalmente liberador- de un camello de acera que, viéndose atrapado por las redes del infierno de sus abastecedores, urde inspirado por su padre -un ajedrecista que sobrevive en los bancos del mismo parquecito neoyorquino donde ocurre la maravillosa En busca de Bobby Fischer, con la que Fresh tiene muchos puntos de contacto, pese a estar en sus antípodas en lo relativo al tono, el tempo la trama-, del que aprende una jugada maestra que él aplica a la vida y mediante ella conquista su libertad.

Fresh nos pone ante las fuentes del verdadero gran cine estadounidense, que no es el que se fabrica a golpe de cheque en Hollywood, sino el que realizan a salto de mata gente no en venta -como Robert Altman, Arthur Penn, Clint Eastwood, Paul Newman, Sidney Pollack, Hal Hartley, Gus van Sant, Abel Ferrara, Woody Allen, Paul Schrader, Steven Zaillian, Robert de Niro, Quentin Tarantino y, a su manera, de una de cal y otra de arena, Steven Spielberg-, en Nueva York o Los Ángeles; y en cuyas más modestas nóminas entra ahora Yakin, escritor que ha decidido -como Steven Zaillian y John Millius- asumir, con equipaje de oficio todavía titubeante, pero orientado hacia la plena solvencia, el riesgo de filmar su escritura, tal vez harto, como Howard Franklin, de ver sus bordados destrozados por productores analfabetos y directores manazas.