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La batalla del Prado

Finalmente, hablamos de algo serio. La recta final del año ha traído el Museo del Prado al centro del debate cultural. El repentino interés de la clase política ha conseguido poner de moda uno de los problemas históricos de nuestro país. La teatral alarma de nuestros diputados, las declaraciones cargadas de optimismo de la ministra sobre el futuro espléndido de la pinacoteca por encima de los problemas siempre fatigosos del presente, la histórica visita del presidente del Gobierno -(al parecer la segunda en sus 12 años de mandato, lo que demuestra su pasión por la cuestión cultural), el paseo de los Reyes por la nueva reordenación de la pintura española del Siglo de Oro, han removido al gigante dormido, que lleva décadas esperando su ampliación.No es un problema nuevo. Hace 131 años, Federico de Madrazo, director del Prado, confesaba angustiado a su hijo Raimundo que "es verdaderamente una desgracia en este siglo haber nacido español y haber viajado algo. ¡Dichosos los que nunca salen de su país! Las obras del museo marchan, pero tan despacio y con tan poco dinero... Nada bueno se puede hacer sin gastar algo". Pese a que su sucesor, el actual director José María Luzón, asegura -recogiendo el órdago de Carmen Alborch- que no hay que esperar al futuro, porque "el presente ya es espléndido", la joya de la cultura española, una de las colecciones de pintura más asombrosas del mundo, se ha quedado vieja.

La historia reciente del museo es un cataclismo. Las ridículas circunstancias que han llevado a la dimisión (o al cese) de sus últimos responsables ilustran el drama: Pérez Sánchez se fue por no estar de acuerdo con la participación de España en la guerra del Golfo; Felipe Garín cayó víctima de una gotera en las salas de Velázquez y la tercera tormenta (esta vez por prestar las salas del museo para un reportaje comercial) se llevó por delante a Calvo Serraller. Motivos de peso. El paso de cuatro directores en apenas cinco años ha dejado la nave a la deriva.

Ahora se anuncia la gran revolución. El encargado de llevarla adelante, José María Luzón, es un director de compromiso. Sometido al estricto control de su ministerio, no va a poder imponer un' proyecto. Al contrario. La gigantesca lista de problemas con los que se enfrenta -que van desde el ridículo número de conservadores, hasta la patética librería del museo, pasando por la falta de aparcamientos, restauradores, cafetería o un simple guardarropas- tienen postrado a un museo que, como ya señalaba Madrazo, es lo único que atrae a Madrid a los visitantes extranjeros,

La solución para el Prado se llama gestión. Nuestro museo es una mina sin explotar. Mientras al director del Metropolitan, Philippe de Montebello, no se le caen los anillos por organizar mil sistemas para recaudar dinero y celebrar fiestas a diario dentro del museo, el Prado sigue sin un duro. El presupuesto para 1995, que asciende a 3.000 millones de pesetas, incluidos los,450 millones previstos para empezar a remozar el. tejado del edificio Villanueva, es ridículo si se tiene en cuenta que en los 18.000 metros cuadrados de las salas se exponen casi 2.200 obras y que el ordenador portátil. Toshiba que el directos del museo exhibe orgulloso tiene fichadas un total de 19.056 obras de arte propiedad del museo.

En estos tiempos de marketing y consumo, el Prado no pasa la prueba del souvenir. El Louvre acaba de abrir una inmensa galería comercial mayor que un hipermercado' el British Museum ofrece en su tienda hasta libros de recetas de cocina y el Metropolitan ha vendido- 100.000 reproducciones de los pendientes que lleva la Venus de Rubens; a cambio, el Prado va a recaudar este año la ridícula cifra de 33 millones de pesetas por la venta de libros y objetos. Menos que una tienda de barrio.

Los datos son tenaces. Mientras 1.500.000 personas llegan cada año al edificio central del museo, las salas dedicadas al siglo XIX en el Casón del Buen Retiro apenas reciben la décima parte de visitantes. Una cifra que demuestra que el futuro del Prado no será espléndido solamente a base de ampliar sus espacios de exposición. La solución, además de inversiones millonarias, necesita gestores.

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