Burundi, todavía estamos a tiempo
FRANCISCA SAUQUILLO y PIERRE PRADIERNo sólo es Ruanda. El caos también está en el vecino Burundi. Para vencerlo, los autores piden ayuda internacional, económica y política, "intensa y prolongada"
Las carreteras están asfaltadas. A los lados hay jóvenes bulliciosos que se gritan y venden fruta y champiñones; hay una alegre atmósfera africana; autobuses sobrecargados llevan a los agricultores a las tareas del campo. No se diría que estamos en un país al borde del caos.Sin embargo, unos kilómetros más allá, una aldea donde una decena de casas han sido saqueadas e incendiadas nos recuerda que en Burundi la muerte acecha "buscando a quién devorar". Al final del camino está Gitega, la capital de la provincia, en calma; muchos jóvenes, entre ellos los misioneros españoles, deambulan charlando a la salida de misa. En pleno centro de la ciudad, en una plaza pública, hay un campo de desplazados. Unos centenares de tutsis que han perdido a miembros de sus familias, sus muebles, sus casas, sus herramientas, sus animales, están allí de pie, famélicos, harapientos y sucios. Hay un grave problema de abastecimiento de agua.
Al mismo tiempo, a algunos kilómetros al Norte, otros tutsis igualmente reagrupados bajo protección policial (la misma policía está constituida en un 80% por tutsis) salen de su gueto bien armados y se dirigen alegremente a masacrar a algunas decenas de campesinos hutus.
Por supuesto esto no ocurre en la capital, ni ante las hambrientas cámaras de las televisiones extranjeras; a esta región, por menos de 500 muertos, no se desplaza un equipo de reporteros. A veces los barrios son bombardeados y sufren operaciones de limpieza, entonces los cadáveres se alinean en las aceras durante unas horas, y la vida continúa. Uno se da cuenta rápidamente de que los barrios de Bujumbura se han homogeneizado en unos meses. La purificación étnica continúa horrorizándonos, aunque hay que reconocer que cada vez menos. Un hutu no se pasea por ciertas calles de la ciudad, un tutsi no se aventura por el barrio Kamenge a menos que vaya en un vehículo marcado con las siglas de la ONU o de la Unión Europea.
Burundi está al borde del caos, el espectro del apocalipsis de Ruanda atormenta los ánimos. En medio de esta angustia insorportable hay, sin embargo, ciertos rayos de esperanza. Ha sido elegido de manera regular un presidente de Ja República, un hutu cuya mujer fue asesinada hace algunos meses, cuando llevaba a su hijo pequeño en brazos. Este presidente, Silvestre Ntibantunganya, trae un mensaje de fraternidad y reconciliación: a pesar de la incontestable victoria electoral hutu (ganaron el 70% de los escaños y de los votos) ha formado un Gobierno de coalición constituido al 50% por hutus y tutsis. Este Gobierno se ha puesto a trabajar inmediatamente, pero la tarea es inmensa.
Escuelas destruidas, alumnos dispersados, profesores asesinados, ejército indisciplinado, hospitales miserables, policía inexistente, jueces desacreditados, bandas armadas asolando el país, miedo generalizado. Ante esta situación, ¿qué se puede hacer? Todos podemos aportar algo.
- La comunidad internacional puede y debe realizar un esfuerzo intenso y prolongado de apoyo al equipo ministerial al que se ha confiado el poder. Es, necesario tanto el apoyo político como el económico y financiero.
- Para los europeos, el deber es muy simple: estar presentes in situ en número suficiente para ayudar a restablecer un mínimo de confianza que permita el retorno a la paz civil. Devolver la confianza a los habitantes del país, darles seguridad, poner fin a las arbitrariedades, a las detenciones sin mandato judicial, a las ejecuciones sumarias y desarmar a los civiles que siembran la devastación con o sin el consentimiento de las autoridades policiales. Reformar las fuerzas armadas, disciplinarlas y abrir el acceso a las mismas y la promoción dentro de ellas a la población sin tener en cuenta su origen étnico. Darles el sentido de servicio nacional. Asimismo, la presencia europea debe contribuir a luchar contra la propaganda y los llamamientos al odio a través del establecimiento de un sistema de radio con cobertura sobre todo el país; reformar la justicia e informar mejor a la población sobre sus derechos.
- Organizar la vuelta de los refugiados en los Estados limítrofes y de los desplazados en el mismo Burundi, bien hacia sus lugares de procedencia, bien hacia zonas seguras. El hecho de que se trate de una operación compleja y lenta no es argumento para no llevarla a cabo.
Para la realización de estas tareas, que no son más que el mínimo requerido para abrir una esperanza de paz, es indispensable la ayuda internacional. La ayuda, como decíamos, tiene que ser intensiva y prolongada: hay que prestar a los países que lo soliciten y durante el tiempo necesario médicos, profesores, expertos, ingenieros, juristas, y administradores.
El sida amenaza a quienes escaparon a las balas enemigas: la tasa de seropositivos alcanza al 20% de la población, y en algunas ciudades, como Bujumbura, la capital, el porcentaje es aún superior. En Nyhabimanga, ciudad de 60.000 habitantes, sólo hay un médico. Se trata de un voluntario español. El 80% de la población es católica, la mayoría practicante; probablemente son los mismos fieles que a la salida de misa cogen sus machetes dispuestos a decapitar. El clero también ha sido desgarrado por las divisiones étnicas. A pesar del desastre y de las previsiones, hombres y mujeres de buena voluntad están trabajando por superarlo.
En estos momentos se debe estudiar la celebración de una conferencia internacional en la que participen los Estados de la región de los Grandes Lagos (Uganda, Tanzania, Zaire, Ruanda y Burundi). El interés de la comunidad internacional en que tal conferencia desemboque en proyectos concretos es una esperanza para los miles de desplazados y para la paz.
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