El entusiasmo por el conocimiento
Dicen que los caminos de la filosofía son áridos. Pedregosos. Pero no lo parecen cuando se lee a esa mujer, María Zambrano. Da la impresión, ahí frente a cualquiera de sus múltiples libros, que ante la que fuera página en blanco la escritora hubiera desembarcado como quien desembarca para mecerse en una tumbona bajo un cocotero. Pura alegría de pensar, un irresistible impulso de embarrarse en el fango de las palabras para tratar de. aquello que, parece, acabara de llamarle bruscamente la atención: así respiran sus textos. Ella misma lo contó alguna vez cuando afirmaba que toda gran obra filosófica es también una gran obra literaria. Es decir, que lo que importan son las palabras que brotan después de que se dispara el gesto, el afán ése de ponerse a escudriñar en las curiosidades que la vida va derramando por doquier y que obligan, a algunos, a decirse: "voy a pensar y lo voy a contar".Curiosidades: no es gratuita la palabra. Las redes del tiempo, los trompicones de la razón, los misteriosos senderos de la poesía, las estrategias de los sueños, el ser de España, el origen de la filosofía... Todas esas cuestiones que ocuparon el interés de María Zambrano lo ocuparon como curiosidades que la asaltaban desde los márgenes ole la vida. De ahí la falta de ampulosidad de su obra y la transparencia de su prosa. "Qué curioso que el mito del Quijote se expresara a través de la ambigua forma de la novela": ése parece el resorte que la mueve, por señalar uno de sus ensayos, a ocuparse de Cervantes. El dolor, la tragedia, los conflictos, el acceso a la conciencia, la novedad de un género y, una escritura y, claro está, la peculiar imagen de España que de allí se destila..., vienen por añadidura. Van surgiendo cuando citen una detrás de otra las palabras sobre la página en blanco. Y el entusiasmo de los inicios acaso se doble en dolor o se convierta en una sosegada armonía, pero ésa ya sería otra historia. En cualquier caso, la escritura de María Zambrano ha tenido, por lo general, la sabiduría de la elegancia y la deferencia de no llenar sus libros de lagrimones. Ni sobre el tiempo ni sobre los males de España. Una distante, elegancia: su tarea ha sido más bien la de abrir las compuertas para que fluyan las ideas que la de construir una plataforma desde la que pontificar sobre lo divino y lo humano. El lector, más que acatar una voz que señala un camino, se ve invitado a sumergirse en un tejido de frases: para reinventarlo.
Una pensadora traviesa, pero sólo porque evitó el incómodo corsé de, la solemnidad y porque se sometió al rigor necesario dé la filosofía con el alegre espíritu de quien está encantado con su trabajo. El apasionante trabajo de darle forma a los interrogantes que muerden desde siempre la conciencia del hombre. El "sí a la vida" fue el preámbulo de su filosofía que es, por eso, una filosofia trágica. Que evita cualquier receta. y que no se propone otra cosa que alumbrar ese paisaje vacío en el que nos ha tocado vivir.
Por eso María Zambrano sigue estando ahí, aunque a muchos de sus libros les tocara pasar ese desierto al que se ven condenadas algunas obras gracias a las distintas modas del pensamiento. Y está ahí, porque los viejos mitos siguen inundando con sus aguas el presente; porque los sueños siguen abriendo sus fauces cada noche; porque el tiempo, vaya, sigue incordiando. El mal tiempo. Los malos tiempos.
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