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La cultura del estreno

Esta semana, la ministra de Cultura ha sido noticia. El pasado martes, ataviada con un discreto moño que escondía su frondosa melena, se presentó ante la Comisión de Cultura del Congreso para exponer su programa de actuaciones. Ésa es la noticia. Por una vez, y aunque sirva de precedente, Carmen Alborch no aparecía en un estreno, sonreía ante las cámaras o fulminaba a algún alto cargo de su departamento mientras tomaba copas con los periodistas. La sonrisa del Gobierno había decidido Ponerse el mono de trabajo.Desde que hace poco más de un año llegó a la Corte, la ministra se ha convertido en el amuleto de la cultura española. Por decirlo en pocas palabras: no se ha perdido un estreno, una inauguración, ni un sarao. Justificando lo que ella misma ha definido como "un proyecto plural", la responsable de la política cultural española ha desplegado una actividad exterior asombrosa.

Carmen Alborch ha sintetizado con inteligencia la esencia de la cultura española: aquí lo que reina es el poder del estreno. Atraídos por el olor de los canapés y los flases de los fotógrafos, los protagonistas del diálogo cultural se han convertido en una troupe itinerante, que se mueve a golpe de invitación. Todos van a los mismos estrenos, todos están en las mismas inauguraciones, todos sonríen con la misma expresión de felicidad, y quedan, a la salida, para tomar copas o verse otro día (se supone que coincidiendo con la próxima invitación). La flamante cultura española, que, según la ministra, ha entrado en los años noventa haciendo frente "con una saludable energía" a muchos de sus desafíos, se ha convertido en un catering que degusta, con la misma pasión, los aperitivos de Mallorca y la última película de Gonzalo Suárez. El pasillo de fotógrafos que comprime la entrada de cualquier acontecimiento es el síntoma de que algo se ha pervertido. Yo no podría asegurar si se va al estreno de una obra de teatro o a la inauguración de una exposición para ver o para ser visto. Para disfrutar o para salir en la foto. La propia ministra de Cultura no está libre de sospecha. Su última víctima, María Corral, acaba de asegurar que Carmen Alborch no soportaba que ella saliera en las fotos junto a la Reina. Un debate apasionante que amenaza con convertirse en el culebrón del otoño

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