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Tribuna:EL DEBATE DEMOGRÁFICO
Tribuna
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Ante una critica Situación mundial

El reconocimiento internacional del derecho a la plenitud de las personas podría tornarse según el autor de este artículo en el mejor regulador de la natalidad

Es de esperar que la reciente Conferencia sobre Población y Desarrollo de El Cairo, a pesar de los malentendidos, reticencias y declaraciones dogmáticas que ha suscitado, contribuya a alertar sobre la situación más crítica de la historia y al reconocimiento del peligro real a que ha de enfrentarse la humanidad: el problema del crecimiento incontrolado de la población.Es tiempo ya de plantearlo de un modo más radical y de ahondar en su causa primaria: la ignorancia de los requisitos de la vida humana, la ceguera ante los valores de la plenitud personal, con la consiguiente degradación masiva de los seres' humanos y sus terribles consecuencias.

La búsqueda de un consenso auténtico, integrador de dogmas religiosos e ideas políticas, es una meta inasequible: exigí ' ría que todos dejasen de bloquear los razonamientos con sus creencias, manteniéndolas en su intimidad; pero, sea cual fuere la virtualidad del alcanzado, se está más cerca de poner en práctica, democráticamente, las necesarias políticas reproductivas, humanizadoras de los condicionamientos biológicas, desde una ética universal: la ética de la plenitud humana; y de comprender que no es sólo una cuestión de recursos, como suele apuntarse, sino de los proyectos constitutivos de cada persona. Lo que está en juego es su plenitud humana: el reconocimiento universal de sus valores bien pudiera tornarse en el mejor regulador de la natalidad. El hombre -varón, mujer- nace incompleto: su pleno ser humano se fragua en la gestación biográfica su formación personal- durante la niñez y adolescencia. Si se reconociera, mundialmente, dentro de una elemental cultura universal este requisito gestante posuterino de la vida humana, cesaría el aumento biológico incontrolado de las poblaciones.

Es lo que, de hecho, ya está ocurriendo en los países desarrollados, donde las tasas de natalidad han experimentado un notable descenso, gracias a una libre sexualidad disociada de la procreación: una conquista más de la inteligencia humana que viene así a liberarse -como en tantos otros aspectos- de las constricciones de la naturaleza y de las creencias alienantes.

A cualquiera de los niveles históricos, coexistentes en el mundo, no basta con la supervivencia biológica. En la capacidad sustentadora del planeta (referida, primariamente, a los recursos) hay que introducir el coeficiente restrictivo de la fecundidad que impone la irrenunciable pretensión de plenitud humana, con la que participa el hombre en su evolución general. Es la razón de vivir que dramatiza aún más la urgencia de una planificación familiar, basada en la moderna tecnología anticonceptiva, que los organismos internacionales competentes han de facilitar a los poblaciones de las zonas más deprimidas. Y no se debe soslayar el problema escudándose en la necesidad de una previa educación básica, aun acentuando su componente emancipador de la mujer. Sin perjuicio de este Proceso general que por mucho que se impulse resultará demasiado lento, la grave situación presente requiere una intensa acción, formativa y asistencial (superadora del analfabetismo) por parte de la ONU, en un gran despliegue humanitario, que facilite la libre y responsable práctica de la sexualidad improductiva, con los métodos y fármacos adecuados, para un humano control de las concepcionales: es abrir el acceso a la libertad de procrear, como opción voluntaria, y a comprender la responsabilidad procreadora de los adultos, que la limita.

La proliferación de la especie humana es, para Claude Lévi-Strauss, "la mayor catástrofe de nuestro siglo y de nuestra historia", declaración trascrita por Jean Daniel, quien añade, el corolario de que "hay que revisar nuestra visión del mundo a la luz de la demografía". Son ciegos a esta nueva visión los fundamentalistas islámicos y el Vaticano, al oponerse a un control efectivo de la natalidad, basado en los modernos métodos. Esta oposición no es nueva. "Hoy todos sabemos", escribía hace años Octavio Paz, "que el excesivo crecimiento de la población no sólo es un obstáculo para el desarrollo de las naciones de América Latina, Asia y África, sino que es una amenaza contra la supervivencia de la humanidad entera". Y, refiriéndose a la posición de la Iglesia, "baste con decir que todo lo que se haga en este campo ha de ser sin ella o contra ella".Estas influencias retrógradas tienen un potente foco de irradiación en esta Iglesia, incapaz todavía de alcanzar la lucidez que debiera derivarse de la historia de sus propios errores, y son apoyadas por quienes, desde sus creencias sin legitimar, suministran munición retórica para atacar cualquier intento de abordar racionalmente el problema, sin advertir quizá el triste papel que asumen, unos y otros, de consentidores del sufrimiento humano, al emitir y corroborar tales consignas religiosas que obstaculizan la puesta en práctica de soluciones. Un planteamiento humanístico de esta hoy posible regulación de la natalidad, gracias a los actuales métodos anticonceptivo s, exige que se fundamente en el reconocimiento universal del derecho a la plenitud personal de cada criatura. La explosión demográfica de este siglo, con su inercia irrumpiendo en el siguiente -que impone a millones y millones de seres condiciones de vida infrahumanas no se puede justificar: contradice la razón de vivir. Considerado el hombre como un ser vivo de la naturaleza, no es razonable su multiplicación más allá de todo equilibrio, ecológico, hasta convertirse en una plaga. Tampoco lo es atendiendo a su realidad personal, puesto que impide generalizar las cualidades humanas irrenunciables para que todos puedan aspirar a vivir- y no sólo una minoría -a su correspondiente nivel histórico.

Enrique Olmos es autor del libro La plenitud humana.

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