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Tribuna:42 FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN
Tribuna
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La gran producción

Ayer y anteayer, San Sebastián se convirtió en caja de resonancia de las dos primeras respuestas españolas a la llamada de la Unión Europea a la formación en sus países miembros de grandes grupos de producción de películas que cuenten con dispositivos financieros -propios o crediticios- y profesionales capaces de afrontar el desafío de competir con garantías de éxito en los mercados internacionales del cine.El primero de ellos carece de identidad empresarial propia y es una simple conjunción -aunque en sus entresijos presumiblemente compleja- de cuatro pequeñas entidades preexistentes cuya actividad abarca tres estadios -elaboración, distribución y exhibición- de la fabricación y comerciafizacion de filmes. Estas empresas, que se proponen coordinar e interrelacionar una parte de su que hacer en un esfuerzo conjunto, son las españolas Elías Querejeta, PC, que aporta la experiencia de 55 largometrajes en tres décadas; Alta Fims, que cumple dentro de un par de meses un cuarto de siglo de existencia como foco muy activo de distribución y exhibición de películas europeas en España; Esicma, entidad de nuevo cuño que se dedica a la adquisición de derechos de películas españolas y extranjeras para las diversas televisiones nacionales, y la francesa Lumiére, que abarca el espectro completo de la comercialización de filmes. europeos.

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El segundo foco de creación, presentado ayer en San Sebastián, es Sogepaq, que tiene un volumen, una identidad y una estructura marcadamente distintos del anterior: es una entidad autosuficiente y derivada de la coherente decisión del Grupo PRISA de fundar, poner en marcha y cohesionar una división audiovisual en sus múltiples tareas editoriales, cuya avanzadilla fue la puesta en marcha, hace unos años, de la cadena de televisión de pago Canal +, primera y única de su especie -un verdadero canal de cine- existente en España.

Si la primera iniciativa busca la gran producción a través de una lógica de concentración de varios y pequeños esfuerzos, la segunda lo hace siguiendo una dinámica de signo contrario, y obedece a una lógica de desgajamiento de un solo gran esfuerzo preexistente, con la formación de un sector dedicado dentro dé él a la creación de cine.

Ambos esfuerzos no sólo no son incompatibles, sino complementarios en la estrategia global de despegue del cine español en el marco envolvente de la Unión Europea y el vuelo hacia el largo alcance que requiere la supervivencia de la producción de nuestro cine en un mercado mundial libre, antes o después inevitable y finalmente necesario. Este doble proceso de concentración de la producción tiene como primer desafío que la imprescindible búsqueda de la cantidad no se convierta en su futura ejecutoria en un obstáculo para el encuentro o la conquista de la calidad.

La puesta en funcionamiento de solventes y afinados dispositivos de fabricación de películas que llenen la parcela cuantitativa del reto está ahí, a la vuelta de la esquina. Los equipos humanos empresariales y profesionales que los conforman no dejan resquicio a la duda de que pueden hacerlo, porque han demostrado que saben. Pero una cosa es fabricar películas y otra crear verdadero cine, de manera que la existencia de equipos humanos de imaginadores y constructores de buenas películas Capaces de llenar la parcela cualitativa de este formidable reto no está tan a la vuelta de la esquina, sino que hay que desencadenarla y crearla, y esto no se logra por la simple voluntad de lograrlo: hace falta algo más.

Ese algo más es una apertura, indistintamente ambiciosa y generosa, al filón del talento, del ingenio y, cuando surja, del genio. Para ello,. la filosofía de toda gran producción no puede desentenderse -y éste es el gran ejemplo de Hollywood de dos elementos vitales: uno es la obligación, por parte de la producción, de asumir el concepto de riesgo de ese inconfundible esmero que convierte a una película en un producto competitivo dentro del juego del mercado, y otro, la asunción, por la imprescindible gran producción, del derecho -e incluso a veces la necesidad- del error, de acuerdo con el principio de que, como todo artista, el cineasta hay veces que aprende a acertar equivocándose, pues sólo de la conciencia del porqué de un fracaso el creador de cine puede deducir cuáles son los caminos que conducen al éxito.

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