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Tribuna:42 FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN
Tribuna
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Fin y principio

Anoche, justo cuando en el teatro Victoria Eugenia, arrancaba esta edición de nuestro primer festival cinematográfico, Canal+ emitía un largo, complejísimo y formidable melodrama mexicano titulado Principio y fin, una obra de talla excepcional dirigida por Arturo Ripstein, que el año pasado fue precisamente la ganadora en este certamen.Leído el título de esta película al revés, fin y principio, nos proporciona sin proponérselo una clave para entender qué supuso en la trayectoria del festival donostiarra la edición del año pasado y que puede seguir siendo la clave de esta que anoche comenzó. fin de una etapa lamentable, situada bajo mínimos profesionales, y comienzo de otra abierta a la esperanza de que este viejo acontecimiento cinematográfico recupere la entidad y la identidad que dejó abandonada en una cuneta de su último itinerario.

Hace dos años, este cronista, que durante los otros tres precedentes no había podido acudir a la cita de cada septiembre en Donosti, se quedó malamente sorprendido, es decir: perplejo y asustado, ante el hoyo de incompetencia y falta de credibilidad en que se había metido un certamen que requiere 'inexcusablemente para funcionar mucha competencia, mucha profesionalidad y mucha credibilidad, ya que se celebra en último lugar de los cuatro -junto al de Berlín en febrero, Cannes en mayo y Venecia a comienzos de septiembre- festivales europeos- de primera categoría, encuentros nada fáciles de organizar porque están forzados por su reglamento a proponer en la competición únicamente películas inéditas.

La impresión que entonces produjo la situación de este festival fue que el conjunto de películas que proponía en el concurso, además del endeble planteamiento teórico y práctico de las secciones paralelas fuera de concurso, era consecuencia de una inconcebible amalgama, un saco donde todo cabe o un cajón de sastre lleno de rellenos, en el que se habían acumulado las películas que los festivales celebrados previamente habían rechazado y llegaron a éste como desperdicios o retales sobrantes elegidos sin criterio y sin haberse definido la parcela de convocatoria que las llamaba.

La singularidad de la película ganadora del año pasado fue un indicio de que el relevo llevado a cabo en la cúpula del festival donostiarra ese mismo año, fue algo más que una simple sustitución de personas para ir tirando, y que el nuevo equipo y sus criterios de convocatoria pretendían y en parte habían logrado poner la palabra "fin" a un periodo de caos selectivo e indefinición; y la palabra "principio" a una nueva etapa que ofrecía signos de lo contrario: sentido y definición de la oferta del festival a su audiencia internacional y española. De ahí que el título de la película ganadora del año pasado, vuelto del revés, tenga un eco emblemático.

Esta segunda edición elaborada por el nuevo equipo que dirige el festival es, por ello, sobre el papel. muy importante, porque tiene el deber de mostrar que el camino iniciado en 1993 no es sólo el final de una atajo insostenible hacia ninguna parte, sino el comienzo de una trayectoria recta, en busca de algo, es decir: de esa aludida identidad, de esa capacidad de convocatoria y de ese ingenio para delimitar una parcela propia, que impida a este nuestro primer festival de cine caer en lo que cayó: un acto mendicante y carro fiero, alimentado por las sobras de la parte del león, que se llevaban sistemáticamente Berlín, Cannes y Venecia.

Hay por tanto que esperar que las personas que componen el nuevo comité seleccionador se comporten en equipo como se comportan uno por uno, individualmente considerados. Todos ellos han puesto de manifiesto en sus trayectorias personales que son auténticos profesionales del arte, o la artimaña, de ver películas y se les debe exigir ahora que, convertidas en un conjunto coherente, contribuyan a definir colectivamente qué parcela ocupa San Sebastián en el desfile de los festivales europeos. El año pasado, Pérez Estremera y su equipo, trabajando contra el reloj, casi improvisaron una progamación que no obstante y pese a las prisas, sacó de golpe a la luz a un festival sumergido. Lo demuestra Principio y fin, una película que saltó directamente de la pantalla del Victoria Eugenia al libro abierto de la historia del cine. No hay ciertamente siempre a mano una película de esta envergadura, por lo que este año puede faltar y pese a ello San Sebastián debe seguir adelante en su trayectoria de recuperación. Basta con que del conjunto de la programación, aunque falte esa obra de excepción que lo redima y salve el barco del naufragio, se oiga por fin una llamada con voz propia, que permita acudir a San Sebastián en años venideros es obra maestra, cuando la haya.

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