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La necesidad de una ley de defensa del español divide a escritores y académicos

Lázaro Carreter prefiere una norma positiva sobre el uso del idioma

¿Cómo frenar el constante destello de vocablos extranjeros, especialmente ingleses, a través de la publicidad y los medios de comunicación? La vieja división entre habla coloquial y el lenguaje cuenta desde este verano con un tercero en discordia: la ley. La preocupación por la pureza y la conservación del idioma llevó a dos Gobiernos, el de Francia y Argentina, a intentar imponer por decreto las reglas de la comunicación entre sus ciudadanos.

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Ambas propuestas se han saldado, por el momento, con una derrota política más que una victoria cultural. El Consejo Constitucional francés anuló parte de la ley de defensa del idioma inspirada por el ministro de Cultura, Jacques Toubon, y su colega argentino, Jorge Asís, presentó su dimisión ante la ola de protestas levantada en su país. Pese a todo, la polémica continúa y España no es ajena. Escritores y académicos coinciden en regular el uso del idioma pero sin poner "puertas al campo".La lengua es una de las áreas más sensibles de la cultura de un país. Todos la usamos -mal o bien- y nos sentimos inmediatamente aludidos cuando, por alguna razón, se la intenta regular por decreto. Las polémicas en España sobre la eñe, o las más recientes sobre la eliminación de la eñe y la elle como una sola letra son algunos ejemplos.

El director del Instituto Cervantes, Nicolás Sánchez Albornoz, piensa que el proyecto argentino, "mimético" del francés, no es la forma de preservar la lengua. "Conozco Argentina y éste es un fenómeno reciente que sólo afecta a las capas más snobs de la población", afirma sin titubear al decir snob. "Argentina es un país de inmigrantes y nadie ha protestado por los italianismos y galicismos que se han asimilado a la lengua popular y han enriquecido la literatura de ese país". "No se puede regular la lengua por decreto, los problemas sociolingüísticos no se arreglan así", afirma Sánchez Albornoz "La introducción de vocablos extranjeros representa poco riesgo para un idioma que se ha mantenido durante siglos en todos los países que la usan. Además, nosotros no nos quejamos de que palabras en español estén haciéndose de uso popular en otros países, como Estados Unidos". Para él el problema de la defensa del idioma debe resolverse en la base. "La mejor manera de defender el idioma es en la educación primaria y básica. También hay problemas en el campo científico-técnico, donde se introducen unos 30.000 vocablos nuevos cada año. Ése es el gran reto".

Sin embargo, para el presidente de la Real Academia Española, Fernando Lázaro Carreter, "la ley francesa es asumible". "Pero hablo de una ley de uso y no de defensa del idiorna", puntualiza. "Es importante que el Estado tome consciencia de la necesidad de un estabilidad idiomática", continuó. "Pero no creo que se deba hacer una ley prohibitiva, sino una positiva que permita que los documentos y la publicidad no lleven a equívocos. En España podría haber una ley de uso del castellano, pero no de defensa. No se puede poner puertas al campo".

Todos los consultados en España están de acuerdo en que el decreto no es la mejor manera de contribuir a preservar el patrimonio de la lengua.

Mussolini fue el primero en crear una ley de defensa del idioma, en 1930 -recuerda Roman Gubern, director del Instituto Cervantes de Roma-, y ésa es la causa de que en Italia los doblajes cinematográficos sean aun más abundantes que en España. Franco imitó a su homólogo italiano en abril de 1941, "entregando el arma del idioma a Greta Garbo y compañía". "Un idioma no se puede definir desde la ley" dice Gubern, que se muestra contrario a cualquier tipo de regulación.

El poeta Antonio Gamoneda acepta que el idioma es "corrupto por naturaleza", si bien, visto el considerable acoso que sufre el español de nuestros días, él no vería mal una regulación en el uso del idioma oficial.

Ni el dramaturgo Francisco Nieva ni el novelista Justo Navarro se muestran partidarios de regular el uso del idioma de ninguna manera. Nieva, porque no cree en los purismos de ninguna especie y porque considera que las lenguas se afirman por sí solas". En cuanto a Navarro, estima que "una lengua es algo impuro por naturaleza, que se hace por contaminación con otras lenguas". Además, subraya, "todo dirigismo cultural es peligroso, incluso el lingüístico: una lengua es algo vivo y a la vez contaminado por definición".

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