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Tribuna:III CONFERENCIA SOBRE POBLACION Y DESARROLLO
Tribuna
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Superpoblación y superstición

Dos de las más Influyentes iglesias de nuestro tiempo, el catolicismo y el islam, parecen haber firmado una tregua en su secular enfrentamiento, unas veces abstrusamente doctrinal y otras francamente violento, para, de común acuerdo, poner en entredicho la III Conferencia sobre Población y Desarrollo que acaba de dar comienzo en El Cairo.Y sin embargo, hay hoy pocos problemas tan graves y de tanta repercusión sobre el bienestar, y hasta el mismo futuro de nuestra especie, como el de la superpoblación. Su relación con presentes y previsibles deterioros medioambientales, con el hambre y las privaciones de una gran parte de la humanidad, es evidente para cualquier persona de criterio independiente y objetivo. No es, desde luego, el único factor pero sí es uno de los más difícilmente modificables en un próximo futuro. En todas las especies naturales, incluyendo la humana hasta hace bien poco, se dan mecanismos de limitación demográfica: alta mortalidad infantil o por enfermedades infecciosas, hambre, falta de recursos y presión de otras especies; por no hablar, en el caso de las mujeres, del quebranto producido por los numerosos partos y el consiguiente aumento de muertes prematuras. Incidencias todas consideradas impropias de una sociedad verdaderamente humana.

Pero muchos de los logros de lo que llamamos civilización se han basado en aplicar el pensamiento racional a la superación de esas precisas circunstancias. Así se ha producido una utilización sin precedentes de todos los recursos imaginables sobre el planeta para protegerse de la enfermedad, la desnutrición, la presión de otras especies, el frío o las calamidades naturales. No hay, o no debería haber, pues, más limitación al crecimiento de la población humana que la libremente decidida por ella misma, la que se derive, también en este aspecto, de nuestra libertad, sensibilidad e inteligencia.

El documento base que se discute en El Cairo insiste en la necesidad de limitar el crecimiento incontrolado de la población, pero no puede ser más respetuoso con las necesidades de desarrollo y bienestar de todos los pueblos, con la libertad individual de las personas y la autonomía de las mujeres a la hora de decidir el número de hijos que quieren tener. No se plantean medidas coercitivas para nadie, pero sí la información, la educación y los medios necesarios para todo el mundo que quiera usarlos.El desenlace de la carrera por desactivar la bomba demográfica a tiempo será vital para el porvenir de la especie humana, sin olvidar que, junto a ella, existe la no menos insufrible de la pobreza en la mayor parte del mundo. Una carrera entre la razón y la previsión de los efectos catastróficos de la pasividad, de una parte, y la superstición, que no acepta el ejercicio de la racionalidad en ciertas áreas de la actividad humana, manteniendo en ellas pautas de comportamiento literalmente prehumano, de otra. No es más artificial, por ejemplo, un preservativo o una píldora anticonceptiva que un antibiótico; si la aplicación de éste se considera conveniente y no perturba ningún supuesto orden natural o sobrenatural, no se ve por qué no tener la misma consideración para con aquéllos. Ahora bien, si la primera tendencia no avanza con suficiente rapidez, es verosímil que la persistencia de la segunda desemboque en una situación insoluble. Las iglesias que tan ardorosamente han emprendido esta cruzada están contrayendo una grave responsabilidad. Para empezar, han conseguido que algunos países en los que su influencia es decisiva, boicoteen la Conferencia. Flaco favor a poblaciones que sufren señaladamente del problema que se intenta resolver, se cuentan entre las más empobrecidas del planeta y son las que menos posibilidades tienen de adoptar una actitud crítica e independiente. Porque el control de la natalidad es, promirdialmente, una cuestión de libertad, de cultura y de educación.

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