Los charrúas
En el departamento uruguayo de Lavalleja, más conocido por el nombre de la capital, Minas, viven terratenientes de apellido Elola. Un Elola Olaso vino a combatir en la última guerra española, del lado que ganó. Ascendió a capitán y fue conocido jerarca en la primera época del régimen surgido de la contienda.De estar vivo y andar por Montevideo un vasco de ese cariz, difícilmente habría participado en los disturbios por etarras en danza, a no ser como coracero voluntario, para sacudirle la badana al personal revoltoso.
En ese follón hubo de todo, incluidos dos muertos aunque diferentes. Me explico: perdieron la vida dos varones jóvenes, pero mientras uno resultó ser alborotador cierto, el otro andaba al descuido, intencionado, afanoso de afanar al vuelo alguna billetera o monedero. Son cosas de una ciudad grande venida a menos, en crisis económica desde hace décadas y con un Ayuntamiento regido por la izquierda unida jamás será vencida, que en Uruguay se llama Frente Amplio, e incluye a ex terroristas tupamaros que fueron instructores de etarras, aunque los tupas creo que no enseñaron a asesinar niños o mujeres preñadas, ni a perpetrar matanzas como la del Hipercor barcelonés.
Por aquellas tierras, en general amables cuanto luminosas, fue posible la cruenta algarada, porque hay quienes la fraguan, batasunos y lunáticos locales, extremistas duros; pero además llega al alma el drama de Euskadi, como que la propia Montevideo fue fundada por recordado vizcaíno -militar y monárquico-, y los Gobiernos de Madrid envían para aclarar las cosas, astutamente, a funcionarios de Interior en nada obligados a ser genios de la comunicación. En la ciudad he conocido dos centros vascos tipo sociedad recreativa de antes; en uno se iza la bandera de España junto a la ikurriña, y en otro no, sólo la iña. Los de uno mandan a sus niños a dar la bienvenida al rey Juan Carlos en la avenida del Dieciocho de Julio -la fecha es el día de la Constitución, ojo con banderitas y vistiendo traje regional. Los del otro centro, ni hablar del peluquín. Con todo, no cabe asegurar que todos los unos aman al Señor de Vizcaya, Rey de las Españas, ni que todos los otros lo rechazan.
(En Santiago de Chile tenemos caldo de parecida gallina, en este caso con predominio de vascos que se definen si no españoles cristalinos sí hispánicos; mientras en Caracas puede darse más el bizcaitarrismo -de eso debe saber el señor Anasagasti, que es de allá o allá vivió-, si bien hay socios del gran Centro Vasco caraqueño que prefieren jugar al mus en el cercano y aún mayor Centro Canario, donde tremolan inmensas banderas de las islas Afortunadas, de España y de Venezuela; país éste donde se mueve poderoso lobby vascongado, como fue importantísima en tiempos' virreinales la Real Compañía Guipuzcoana, cuya sede perdura en La Guaira. No olvidemos que, ya desterrado, el lehendakari Aguirre fue padre o padrino del COPEI, el partido democristiano de Rafael Caldera, anciano que vuelve a ser presidente. En Caracas viven familiares de Mario Onaindía, a quien no sé si siguen admirando desde que ingresó en el PSOE. En cuanto a Chile, en Curicó nació un histórico de ETA, Julen Madariaga; pero en Valdivia lo hizo don Narciso Irureta Aburto, El Vasco, valiente veterano de la Democracia Cristiana, actual ministro de Transportes y Telecomunicaciones. Su padre era de Azkoitia o Azpeitia, donde queda familia. Narciso es un demócrata acrisolado, patriota chileno que ama a Euskal Herria y no acepta que ello pueda mermar su cariño hacia España).
Total, que el alboroto montevideano sorprendió a muchos españoles, como si aquí mismo no tuviéramos miles de sujetos que votan conscientes al partido de los terroristas. Como si no hubiera bípedas bestias feroces capaces de quemar vivos a unos ertzainas. En el eje del Kaputt de Malaparte rechinan la sangre y la miseria humanas, el fanatismo milenarista o etnocéntrico. Señaladamente, ya entonces, la crueldad de serbios, de croatas, aparte la de los bolcheviques y los nazis. Sin embargo, alienta un protagonista sectorial muy inteligente, cáustico: el escritor y diplomático Agustín de Foxá, conde de Foxá, ministro de España en Helsinki, que pasó más tarde a Montevideo con el mismo cargo.
El franquismo sufrió más, bien mala prensa en todas partes, y parece que al dictador le importaba un pimiento, con alguna excepción o matiz. A Chile y a Uruguay enviaron diplomáticos selectos, por tratarse de países de la familia con tradición y prestigio democráticos, cuyo voto en la ONU tendría una fuerza moral de la que carecían los votos de Cuba, Nicaragua o Bolivia, pongamos por caso y sin ánimo de herir. El Gobierno uruguayo, como el mexicano, se había mantenido leal al Gobierno -en el exilio- de la República española; pero si los mexicanos jamás reconocieron a Franco, los uruguayos lo pensaron, cayeron en la cuenta de que podrían vender carne a España, aunque fuera poquita, y un presidente, del Partido Nacional o Blanco, se reconcilió con Madrid; algo vergonzante.
Foxá no fue embajador, sólo encargado de negocios. Un día pudo sentar a su mesa a ilustres varios, ellos y ellas. Cierta dama, que suponemos de familia nacional y bella, se quejó amargamente de las hambres, las penurias que había constatado en reciente visita a la madre patria. Lamentaba sobre todo, insistía, la carencia o pésima calidad del papel higiénico en los hoteles. Deducimos que Foxá se había hartado cuando exclamó: "¡Es lástima que usted, señora, sólo haya visto a mi país por ese ojo!".
En los tiempos que corren, el espectáculo de la pobreza se percibe en la escena uruguaya con un realismo impensable ya en la española, pero perviven allá prejuicios tontitos de antaño, derivados del ínfimo nivel cultural que tuvo la inmigración económica española cuando fue masiva, como en Argentina, y justificó los estereotipos de Quino, Manolito y su papá; derivados también de la tenacidad con que han practicado la desinformación buenos escritores comprometidos, como Mario Benedetti, sin ir más lejos, y no digamos su paisano Eduardo Galeano. Desinformación referida a todo el universo mundo.
El país se llama formalmente República Oriental del Uruguay, que viene a significar "tierra a la derecha (o al oriente) del río Uruguay, según se mira contracorriente". La tierra a la izquierda del río es Argentina. El gentilicio oficial, en consecuencia, es "oriental", como suena, pero en los entusiasmos futbolísticos, sobre todo, los orientales se denominan también a sí mismos "charrúas" como se llamaban los autóctonos obligados a compartir su territorio con los españoles hasta la independencia. Una vez que los orientales se vieron libres, amparados por una Constitución republicana, mataron a todos los indios, sin dejar siquiera uno de muestra.
Desde sus orígenes con componente blanco, Uruguay ha conocido la presencia y acción de los vascos, empezando por el adelantado Juan Ortiz de Zárate en el siglo XVI, y siguiendo por el capitán general, fundador del puerto y plaza fuerte de San Felipe y Santiago de Montevideo, el durangués Bruno Mauricio de Zavala, ya en el XVIII. Por eso se llama de Durango la preciosa plaza en la parte más antigua, donde campea, caballero a caballo, la magnífica estatua del militar y colonizador, quien, para poblar la comarca de Montevideo y asegurar futura provisión de víveres a las guarniciones, hasta la frontera con Brasil, llevó familias completas de campesinos canarios, agricultores tinerfeños de La Laguna sobre todo. Por algo el carnaval de -Montevideo se parece al de Santa Cruz de Tenerife, y en ambas ciudades se llama murgas a las peñas o comparsas de música festiva.
Paulatinamente, bastantes vascos -y otros -españoles- cesantes en el servicio de armas al rey se convertían asimismo en colonos, ganaderos, y de esa vena salieron figuras del Partido Nacional o Blanco, como el caudillo Manuel Oribe. Luego llegaron desde España oficiales carlistas que se enrolaban en las milicias blancas uruguayas. El otro gran partido, el Colorado, que puede ganar las próximas elecciones, de nuevo -con Julio María Sanguinetti a la cabeza, es de estirpe más urbana y cosmopolita, con padre o caudillos no vascos, sino catalanes. En especial, José Batlle, hijo de Lorenzo Batlle, quien fue cadete en Toledo, hijo a su vez del Batlle naviero en el Plata que se arruinó por lealtad al rey.
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