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Asimetrías

Antonio Elorza

Entre los programas conmemorativos de la liberación del verano de 1944, que he seguido intermitentemente durante estas últimas semanas en la televisión francesa, sólo en uno, el relativo a la región de Toulouse, se hacía una mención precisa al papel jugado por los residentes españoles, antiguos republicanos que continuaron de este modo la lucha antifascista contribuyendo a la restauración de la democracia en Francia. El reconocimiento desde instancias oficiales fue siempre nulo. Así, y cuando el 16 de septiembre de 1944 el general De Gaulle visita Toulouse, expresa su malestar ante la participación en el desfile de los maquisards españoles, los cuales, además, desprovistos de otro equipo militar que el capturado al enemigo, llevan cascos alemanes (nueva irritación del general). Era el punto de llegada del desencuentro entre una izquierda española, marcada desde tiempo atrás por la adhesión a los valores de la Revolución francesa, y la escasa receptividad de la sociedad gala hacia un vecino pobre e incómodo. El reportaje incluía las reflexiones de algunos veteranos españoles del acontecimiento: se lo volverían a pensar antes de jugarse la vida por Francia como hicieron entonces. El que fuera responsable de las fuerzas francesas del interior en la zona, Ravanel, expresaba su diagnóstico: por parte francesa faltó generosidad, espíritu fraternal.Quizá sigue faltando y la simetría en las relaciones no esté restaurada del todo, a pesar de la participación común en Europa. Sirva de ejemplo el actual conflicto pesquero (que tengo bien presente, pues mientras escribo está ante mí la doble barrera de los boniteros guipuzcoanos cerrando el Bidasoa), donde también las imágenes de la televisión francesa resultan aleccionadoras. Tienen razón los voceros de las cofradías del Cantábrico al subrayar la diferente intensidad de implicación de los ministerios de los dos países. Por parte española, antes de su insólita ausencia del lunes, el ministro Atienza explicaba en correcto francés los planteamientos legalistas en el marco de la Comunidad. En cambio, su colega Puech, a favor del decorado que le creaban los informativos franceses, presentaba las cosas en términos de la lucha de la barbarie (española, por supuesto) y la civilización europea amenazada. Sin duda, el ministro patriota se olvidaba de los asaltos a camiones fruteros en las autopistas del Midi, pero también dejaba de lado la cuestión en litigio de las redes plurikilométricas. A su juicio, era un tema de piratería, frente al pacífico derecho a pescar de los franceses, y la Marina gala cumpliría su cometido. La cascada de imágenes respaldaba esa actitud unilateral, que difícilmente habría podido producirse en caso de conflicto francés con Inglaterra o Alemania.

Únicamente despuntaba, hablando de redes, el propietario de La Gabrielle, para dar "su palabra de honor" de que el barco tenía todo en regla y que cualquier cosa ilegal que se encontrase en su interior habría sido puesta allí por los españoles. El acceso de brutalidad hispana no tiene por qué contar con bases objetivas y de este modo el núcleo del conflicto puede ser obviado. La imagen del otro, arraigada en las mentalidades, y fundada en una radical asimetría, permitía así dar fácil solución a. un problema complejo ante la opinión pública, atendiendo por encima de todo a los propios intereses materiales.

Ahora bien, imágenes y asimetrías son también productos históricos. No estaría mal que, desde su serenidad, el Gobierno español lo tuviera en cuenta para evitar la sensación de encontrarnos ante un litigio entre "pescadores españoles", de un lado, y "Francia" de otro (cito palabras de un informador francés). Y que la reflexión se aplicara a la política interna, para abordar con algo más que una perspectiva a corto plazo de "gobernabilidad" (sic), las relaciones entre nacionalismo catalán y política de Estado. Es ahí, a mi juicio, donde reside el principal coste del pacto (no escrito) de Gobierno vigente: como en el caso del conflicto pesquero, los intereses deben ponerse sobre la mesa, así como los compromisos resultantes y la responsabilidad derivada de ellos. Otra cosa es abrir la vía a las relaciones asimétricas, a la satanización del otro, y, en. definitiva, a la irracionalidad que representa la vertiente xenófoba del nacionalismo.

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