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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Retirada de Ruanda

EL PROBLEMA de Ruanda le ha estallado a la diplomacia francesa en las manos con toda la intensidad de una tragedia, conocida pero inmanejable. París esperaba realizar. una operación política de una cierta envergadura, con riesgo menor y algún prestigio. En la antigua colonia belga del África central llevan matándose desde hace meses la minoría tutsi y la mayoría hutu. Los primeros estaban ganando una guerra civil, lo que iba contra los intereses de Francia, puesto que París había sido en los últimos años el principal proveedor de ayuda civil y militar al régimen hutu de Kigali; al mismo tiempo, las matanzas perpetradas sobre todo por la etnia mayoritaria horroriza ban al mundo, con lo que, posiblemente, había llegado el momento para una doble intervención de Occidente: política y humanitaria.

Un contingente francés de 2.600 hombres entraba hace dos semanas en territorio ruandés y establecía un cordón militar en torno a una región apartada del país, vecina a Zaire, donde también los intereses de París son muy notables. De un lado, se ofrecía la protección francesa a los refugiados que optaran por huir del horror, y, de otro, se dificultaba una victoria sin paliativos de los tutsis al negarles esa parte del territorio. Pero los estragos de la realidad han dado al traste con tan nítida estimación de las cosas.

Todos los testimonios recogidos por los franceses apuntan a que sobre una población de ocho o nueve millones de habitantes puede que las masacres hayan costado ya la vida a cerca de un millón de ruandeses; la afluencia de al menos otro millón de refugiados al santuario y a la vecina localidad zaireña de Goma excede con mucho la capacidad de atención de las fuerzas en la zona, y, finalmente, ese trozo de tierra es ambicionado por los dirigentes hutus en retirada para seguir existiendo como Gobierno dentro de su propio país.

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En lugar de catalizar los esfuerzos hacia una negociación que culminara en un acuerdo sin vencedores ni vencidos, la intervención ha coincidido con la fase definitiva de la ofensiva rebelde, que ha barrido los últimos bastiones gubernamentales hasta llegar al área protegida por los soldados franceses.

En estas condiciones, Francia, nada gananciosa en lo político, y abrumada ante la responsabilidad humanitaria que se le venía encima, ha tenido que pedir el concurso urgente de la ONU para acometer esa tarea y relevarla de sus autoimpuestas obligaciones de potencia protectora, anunciando al mismo tiempo la próxima evacuación de una fuerza expedicionaria que se plantó en Ruanda, ahora se ve claro, sin saber dónde se metía. El caso de la intervención norteamericana en Somalia, con final parecido, acude inevitablemente al pensamiento.

En estas circunstancias sólo cabe urgir lo único decente: que la ONU encuentre suficientes países voluntarios -lo que no es fácil, puesto que ya lo solicitó sin éxito hace unas semanas- que se presten a una intervención puramente humanitaria, sin pretensiones de acción militar de ninguna clase, que se dediquen a canalizar la ayuda a las autoridades ruandesas cualesquiera que éstas sean y contando con su anuencia previa. El puente aéreo de ayuda humanitaria sobre Goma iniciado el pasado fin de semana por las organizaciones humanitarias internacionales marca el camino a seguir. El problema es que por sí solo ese esfuerzo será difícilmente suficiente. Ni Francia ni la ONU parecen llamadas a decidir el resultado de la guerra civil en el país africano.

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