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FERIA DE SAN FERMÍN

La mala lidia

Corte / González, Mora, Caballero Cuatro toros de Conde de la Corte y 2º y 4º de María Olea, con trapío y cornalones, en su mayoría mansos, de juego desigual. Dámaso González: pinchazo hondo descaradamente bajo (pitos); tres pinchazos, media y rueda de peones (silencio). Juan Mora: pinchazo bajo, estocada traserísima atravesada, dos descabellos -aviso- y descabello (silencio); pinchazo atravesado bajísimo, pinchazo bajo, descabello y se tumba el toro (silencio). Manuel Caballero: pinchazo y estocada (silencio); dos pinchazos, estocada corta y dos descabellos (ovación). Plaza de Pamplona, 8 de julio. 3ª corrida de feria. Lleno.

Con la mala lidia, lidia sórdida, escandalosa e infame a veces, que les dieron a los toros condesos, es imposible saber qué llevaban dentro; hasta dónde llegaba su bravura en. los que parecieron bravos; hasta dónde su mansedumbre los mansos; hasta dónde su nobleza o su bronquedad, según genios y temperamentos.

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Lidia de plaza de talanqueras, lidia propia de los gaches y los charlores tan frecuentes en la edad romántica del toreo, a los que acudían cuadrillas sin recursos. ni cartel; peonaje hambriento, aterrorizado hasta las trancas, para cubrir el expediente y salvar la vida quien pudiera sorteando los arreones de una moruchada revieja con instintos asesinos.

A buenas horas en los tiempos románticos del toreo unos picadores y unos banderilleros con plaza fija en la cuadrilla de un matador de postín iban a meter puyazos salvajes haciendo la carioca, iban a tirar las banderillas pasando por las lejanías del toro en vergonzante huída, iban a pegar los trapazos que se vieron en esta corrida pamplonesa. A buenas horas, porque, cometidos los desmanes con reiteración y alevosía, el matador los echaba con cajas destempladas y los ponía esas misma noche en el tren de regreso a casa.

La culpa, naturalmente, no es sólo de los picadores y los banderilleros, sino de los propios diestros, que desconocen la torería, han perdido el sentido de la dignidad, y a pesar del desastre, toleran a estos desgarramantas que les griten desde los burladeros cómo deben hacer la faena de muleta. La verdad es que hablan por no callar. Sus consejos no sirven absolutamente para nada y lo mismo daría que le recitaran La canción del pirata, pues se limitan a decir Pónsela, Amonó, Bién, que lo mismo vale para el bravo y para el manso, para el noble y para el pregonao.

El primer toro fue un manso de solemnidad, que incluso brincó al callejón en una de sus muchas huídas, y eso estaba claro. El cuarto, sin embargo, parecía bravo, pero los puyazos traseros que le clavé el asilvestrado individuo del castoreño desde la altura del percherón, al tiempo que le hacía la carioca, le tapaba la salida, le iba metiendo caña carnicera hasta los puros medios, impidieron precisar si el toro romaneaba el caballo crecido al castigo o simplemente intentaba quitarse de encima la insoportable tortura.

Vinieron después los capotazos violentos, el desorden en la brega, los carrerones alocados arrojando sobre el toro una banderilla al estilo comanche, los ayes y los suspiros, y el toro -ese y todos- llegó a la muleta maleado, desparramando la vista, sin fijeza y hasta desarrollando sentido. Los despropósitos abocaban al desastre y los propios matadores se encargaron de consumarlo. Dámaso González, perdida la confianza y sin ilusión por allegar sus conocidos recursos lidiadores, macheteó precavido. Juan Mora instrumentó a su primer toro unos ayudados primorosos con ambas manos, luego lo toreó por derechazos y naturales sin ajuste, y al quinto le aplicó un embarullado trapaceo.

Manuel Caballero, con el mejor lote, muleteó destemplado a uno, y a otro fuera de cacho, aunque animoso y bullidor, y acabó montando el número de los péndulos, las tocaduras de pitón y las espaldinas ora de pie, ora de rodillas, sin reparo de que el inventor de la patente -Dámaso González- estaba mirando y le podía pedir derechos de autor. Los alardes de Manuel Caballero alborotaron a los mozos de las peñas, que ya no pudieron más, se pusieron en pie coreando olés, y manifestaron su entusiasmo cantando a pleno pulmón el himno del Barça. Cuál sea la relación de causa a efecto, se desconoce, pero esta es la realidad: el himno del Barca hace furor en Pamplona.

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