Obra maestra latinoamericana
Poco o nada conocido en España, en la medida que sólo se han estrenado comercialmente dos o tres de la veintena de películas que ha realizado en 30 años de profesión, el mexicano Arturo Ripstein es uno de los grandes directores latinoamericanos de todos los tiempos. Desde que a finales de los años ochenta comienza a trabajar con la guionista Paz Alicia Garcíadiego, su obra alcanza la perfección tal como demuestran El imperio de la fortuna (1986), Principio y fin (1993) y La reina de la noche (1994).Ganadora de la Concha de Oro del pasado Festival de San Sebastián, Principio y fin es una excelente adaptación de la novela homónima del premio Nobel egipcio Naguib Mahfouz. Tanto porque Paz Alicia Garcíadiego consigue crear una perfecta estructura dramática que se desarrolla impecablemente a lo largo de sus casi tres horas de duración, como porque Arturo Ripstein se ha apoyado en la tradición del melodrama latinoamericano para dar fuerza y verosimilitud a una desgarrada tragedia.
Principio y fin
Director: Arturo Ripstein, Guión: Paz Alicia Garcíadiego. Fotografía: Claudio Rocha. Música: Lucía Álvarez. México, 1993. Intérpretes: Ernesto La Guardia, Julieta Egurrola, Lucía Muñoz, Bruno Bichir, Alberto Estrella. Estreno en Madrid: Renoir y Princesa.
Siguiendo un esquema narrativo muy tradicional, cuenta cómo a la muerte del padre, un funcionario medio, la familia Botero, la madre, tres hijos y una hija, se va desintegrando por falta de dinero. Con la madre como cerebro rector, el hermano malo, la hermana prostituta y el hermano bueno tratan de ayudar al hermano estudioso para que triunfe en la vida y luego les ayude a ellos, pero todo les sale mal.
Sólido melodrama
Arturo Ripstein utiliza esta historia originalmente egipcia, pero muy bien adaptada a la realidad mexicana, para hacer un sólido melodrama, con controlados y eficaces elementos folletinescos y de bolero.En la medida que Principio y fin está rodada en largos planos -en la mayoría de los casos de una gran belleza formal, de muy compleja concepción, jugando con entremezclados movimientos de cámara, zoom e incluso al final cámara a mano, con el de los propios personajes-, cada escena, corta o larga, con mucho o poco diálogo, está rodada en un sólo plano, lo que da una máxima libertad a los actores y permite una completa integración al decorado.
Sin embargo, lo que da a esta gran obra maestra del cine latinoamericano su máximo atractivo es la fuerza de los ambientes en que se desarrolla. Las sucesivas casas ocupadas por la familia Botero, la de sus protectores, el excelente tugurio Tío Vivo, Ia casa de baños donde se desarrolla el largo y virtuoso plano final rodado con la cámara en la mano. Así como la obsesión por los espejos que hay en toda la película, la constante presencia de la muerte, el sexo y un peculiarísimo y retorcido sentido del humor que hace pensar en los mejores e iniciales trabajos del binomio Ferreri-Azcona.
Rodada con pocos medios, tan sólo los imprescindibles, pero muy bien aprovechados, Principio y fin también muestra a Ripstein como un eficaz director de actores. Su largo reparto, completamente desconocido entre nosotros, funciona con homogénea perfección, y dentro de él destacan Lucía Muñoz, en el papel de la hermana prostituta, Julieta Egurrolla, en el de la madre, y Ernesto La Guardia, en el del hermano estudioso.
Babelia
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