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Una exposición en París indaga en el arte europeo de hace 35.000 años

¿Cuándo nace el arte? A esa pregunta intenta responder la exposición que presenta, hasta el 29 de agosto, el Museo Nacional de Historia Natural de París. Se trata de un conjunto de fotografías, ampliadas hasta reproducir el tamaño real de las pinturas, procedentes de cuevas, abrigos o muros localizados en zonas que hoy son administradas por Francia, Italia o España. Todas ellas se sitúan en un período comprendido entre los 35.000 y los 11.000 años antes del nacimiento de Jesucristo.Obviamente, las grandes estrellas de la exposición son las imágenes rupestres de las cuevas de Lascaux y Altamira, que han merecido un montaje especial. Al descubridor de Altamira se le evoca recordando las peripecias de su hallazgo que, durante años, no se quiso reconocer y mereció todo tipo de acusaciones, entre las que no faltaba las de falsificación.

Lo artístico

La muestra está organizada en tres grandes áreas: La invención de las formas, Movimientos y colores y Códigos y símbolos. Para el estudioso la exposición es una oportunidad única de contemplar una serie de obras que se consideran las primeras, en Europa, merecedoras del calificativo de "artísticas".De pronto ya no todo es funcional, los utensilios que se exhiben llevan aparejada una cierta ornamentación, las formas geométricas, los signos o las siluetas remiten a un universo secreto o una simple voluntad o deseo de belleza.

Para el visitante que nada sepa de la cultura paleolítica y que no puede relacionar lo que ve con un entramado de informaciones puede que la sorpresa aún sea mayor: Paul Klee, por sólo citar un nombre famoso del arte del siglo XX, ya estaba en potencia ahí, vestido con pieles, manejando colores primarios e inventando señales.

En definitiva, esta modesta -casi todo son reproducciones- pero ambiciosa exposición -con la intención de fechar el nacimiento del arte y definir lo que se entiende como tal-, viene a acrecentar el asombro de este fin de siglo, cuando todo lo pintado o creado después de Duchamp parece la continuación de una broma.

Lo que se hacía 35.000 años atrás deja muy claro que, en materia de arte, no valen los mismos parámetros que para la ciencia, que la noción de progreso carece de sentido, que la historia de la humanidad expresando sus sentimientos puede ser la de una mejora de medios técnicos pero no la de una superioridad moral o conceptual.

Cada vez que alguien dice, ante cualquier salvajada o ante el mayor gesto humanitario, aquello de "parece mentira que estas cosas puedan seguir pasando en pleno siglo XX", está olvidando que, en el terreno biográfico, las experiencias no se acumulan y muy difícilmente se comunican. Ese es el trabajo reservado a los artistas, que son pocos y, a menudo, secretos.

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