Un poeta realista
"Ahora que lo he conseguido", decía García Márquez en 1971, cuando se comenzaban a intuir las dimensiones descomunales de su éxito, "ahora que he realizado mis sueños, me doy cuenta de lo que verdaderamente quiero ser: un gran reportero, un incansable buscador de noticias".Es muy posible que ni él pueda decirlo con certeza pues la leyenda ya ha deformado para siempre la memoria de aquel tiempo, pero es probable que uno de los momentos más felices de García Márquez fuera cuando se iniciaba en el periodismo con una columna de humor llamada La después de haber dejado los estudios de Derecho. Los tres pesos por entrega apenas le alcanzaban, y muchas noches tenía que dejar en prenda su manuscrito en la portería de El Rascacielos, el burdel donde dormía (la mejor residencia para un escritor, según Faulkner: juerga por la noche, silencio por la mañana), y de cuyas putas era amigo, confidente y paño de lágrimas. Era en los últimos cuarenta y Colombia vivía la dictadura disfrazada de Laureano Gómez, que inauguró una de las décadas más sangrientas de la tumultuosa historia colombiana.
Redactar en clave
Había que redactar en clave, y así lo aprendió a hacer García Márquez con una pericia que le permitiría escribir, pocos años después, la que para algunos es su obra maestra indiscutible: El coronel no tiene quién le escriba, formidable documento sobre la violencia en Colombia pese a estar escrito sin una sola gota de sangre. Para entonces -primeros cincuenta- ya trabajaba en El Espectador, un periódico que históricamente se ha destacado por su coraje civil. Allí escribía sueltos, críticas de cine (las primeras en Colombia) y reportajes; dos de ellos pertenecen a la historia del periodismo. El primero es el Relato de un náufrago, suficientemente conocido.El segundo es El Chocó que Colombia desconoce: Desplazados al Chocó, la región más remota e inhóspita de Colombia, por la noticia de una supuesta rebelión popular, el reportero García Márquez y su fotógrafo descubren que todo ha sido un invento de su corresponsal, que se aburría. Pero decididos a no volverse de vacío (la máxima humillación en periodismo), montan una manifestación e informan de ella. Y sobre la percha de ese amago de revolución, García Márquez escribe el más sutil y demoledor informe, en cuatro entregas, sobre la explotación de un territorio que es el más pobre pese a ser todo él una mina de platino; y ello, a causa de la consabida explotación multinacional.
Más de una vez se ha acusado a GGM de ser un falsario y colar como magia la pura realidad de su país increíble. Algo hay de cierto. Lucila Inés Mena ha demostrado que detrás de cada una de las anécdotas de Cien años de soledad hay una realidad comprobable, y la observación de su transformación poética es una alquimia inolvidable. No hay magia, cierto. Lo que hay es un respeto casi sagrado por la realidad de alguien que condena la fantasía, por falsa, y es al tiempo un poeta.
Babelia
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