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LA GRAN NOCHE DEL SÉPTIMO ARTE.

Steven Spielberg alcanza la gloria con su cruda visión del holocausto en 'La lista de Schindler'

Antonio Caño

Doce años ha tenido que esperar el cine español para conseguir su segundo oscar. Fernando Trueba y su Belle époque ha recogido el testigo de Volver a empezar, de José Luis Garci, y la fiesta ha sido cumbre. En Los Ángeles, los jóvenes protagonistas del filme de Trueba armaron el taco; en España, la alegría ha salpicado a todos, que han acogido el oscar como bálsamo para suavizar el escozor de la crisis. Algo más que bálsamo recibió Steven Spielberg en la gran noche del séptimo arte, que presentó la heterodoxa Whoopi Goldberg: siete oscars por La lista de Schlinder y tres por Parque Jurásico. La rendición de Hollywood ante Spielberg ha sido tardía pero incondicional. Tan indiscutible como los demás premios, que pocos han cuestionado a pesar de los magníficos filmes que no han tenido tanta suerte.

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¡Qué oscars! Había tanto y tan bueno donde elegir que, por primera vez en muchos años, la Academia no podía equivocarse. Todo lo que Hollywood representa estaba reunido esta vez en el Dorothy Chandler Pavillion: buen cine, estrellas, mensaje, lágrimas, celebridades consagradas, promesas, nuevos ángeles y dioses de este mundo que sobrevive a crisis, incendios y terremotos en una permanente renovación. El ángel, sin duda, fue Anna Paquin, la carita dulce de El piano. Los dioses están más discutidos, pero Steven Spielberg dio el lunes un gran paso hacia su inmortalidad como figura cinematográfiica. Fernando Trueba, nuestra nueva divinidad nacional, pudo haber escandalizado a una audiencia más bien puritana al admitir que, si hubiera creído en Dios, le habría agradecido por su triunfo, pero que como sólo creía en Billy Wilder era a él a quien rendía homenaje al recoger su premio a la mejor película extranjera.Tom Hanks, el más emotivo, recordó a todos los enfermos de sida "que están en brazos de nuestro Creador". El ganador del Oscar al mejor actor por su trabajo en Philadelphia concluyó su discurso, el más largo de la noche, bendiciendo a los presentes y bendiciendo a América. Hanks resultó entrañable y sencillo después, en su conversación con los periodistas, pero recordó tanto a un predicador que una de las viejas columnistas que se patean los círculos de la industria presumió que el joven actor, habitualmente cómico, está enrolado en alguna nueva religión.

Con creces

Pero la noche, como todo el mundo sabía de antemano, era de Spielberg. El premio que le había sido esquivo tantas veces le compensó ayer con creces: siete oscars por La lista de Schindler (incluidos los de mejor director y mejor película) y tres más por Parque Jurásico. Con cierta ironía, Spielberg comentó que, en realidad, el único galardón con el que contaba era con el de mejores efectos especiales para su rentabilísima pero mediocre historia de los dinasaurios.

"Tengo muchos amigos que han ganado esto antes, pero yo nunca la he tocado. Es la primera vez que lo tengo entre las manos", dijo el director de cuatro de las 10 películas más taquilleras de la historia del cine, y que, sin embargo, parecía condenado a que, como dio a entender, hasta su jardinero fuera premiado antes que él. En todo caso, quiso dar por zanjado su desentendimiento con los miembros de la Academia y prometió que aceptaba esta distinción "sin resentimientos".

Steven Spielberg explicó que La lista de Schindler no era una película política. Su intención con esta cinta, según dijo, no es más que mantener viva la memoria del Holocausto judío en las nuevas generaciones. "Imploro a todos los educadores que están viendo este programa", declaró, "que, por favor, no permitan que el Holocausto quede reducido a un pie de página de la historia". Como testimonio, Spielberg llevó con él a un superviviente de la matanza perpetrada por los nazis, el preso número 83317, que vio morir a su lado decenas de personas en el campo de exterminio de Auschwitz.

Blanco y negro

La verdad es que a los amantes del cine les sobra un poco todo esto. La lista de Schindler es una gran película -la primera rodada en blanco y negro que obtiene el Oscar desde que Billy Wilder lo ganó en 1960 con El apartamento- y eso debería bastar. Pero ni Spielberg puede reprimir su tendencia a convertir en espectáculo todo lo que toca ni Hollywood puede resistirse a los mensajes de contenido emotivo.

Para ello estaba también allí Paul Newman, premiado con un oscar a la labor humanitaria por su gestión en una empresa de alimentos que dedica el ciento por ciento de sus beneficios a la ayuda de los niños desprotegidos.

También el rostro de un niño es irresistible para la Academia, sobre todo si ese rostro tiene el encanto de Anna Paquin, una criatura de 11 años -la segunda más joven en ganar este premio, después de Tatum O'Neal -que lo obtuvo con 10 años- que cautivó a todos con su risilla avergonzada por algo que confesó haber sido una gran sorpresa. El padre, a su lado durante la conferencia de prensa de esta pequeña y prometedora caja fuerte, trataba de orientar a la niña, a la que advirtió que no dejará ver El piano hasta que cumpla los 16 años, la mayoría de edad en su país de origen, Nueva Zelanda.

El fugitivo fue mencionada en el premio al mejor actor secundario para Tommy Lee Jones, que apareció ante la prensa con tanta agresividad como la que empleó en la persecución de Harrison Ford. A esta superestrella, que, junto a Tom Cruise, es en este momento el actor más cotizado de Hollywood, correspondió el honor de mencionar por última vez el nombre de La lista de Schindler como ganadora del premio a la mejor película del año 1993, quizá la mejor película premiada en Hollywood en la última década.

Steven Spielberg recogió ya el trofeo casi sin emoción, posó ante los fotógrafos, se sometió a algunas preguntas con cara de elegante desprecio y desapareció del teatro por una puerta trasera entre tantos guardaespaldas como los que cuidan al presidente Bill Clinton. Antes de irse, Spielberg dijo que se retira de la dirección por un año, pero sólo por un año.

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