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Kuwait en el banquillo

La judicatura británica ha protagonizado en los últimos días uno de esos sucesos inesperados que llenan de satisfacción a quienes lo contemplan porque replantean de forma ingenua y directa algún principio democrático fundamental que el tiempo y el cinismo han deslavazado. Son cosas que traen a la memoria la descarga de adrenalina que experimentaba el espectador de la película ,cuando, a la chulería desafiante de los coroneles, el juez instructor contestaba con un seco: "Apellido, nombre, profesión".Un tribunal de Londres acaba de decidir que es admisible la querella presentaba por un individuo contra el Estado de Kuwait por un delito de torturas. Sulelman al Adsani, un kuwaltí nacionalizado británico, asegura haber sido torturado por miembros de la familia real kuwaití, que le acusaban de haber distribuido un vídeo pornográfico en el que uno de ellos aparecía en situación comprometida. En el auto del tribunal se asegura que "es obvio que el Gobierno kuwaití era responsable o al menos consecución en la persecución contra Al Adsani, que además fue amenazado de muerte por el embajador del emirato en Londres.

La defensa de los derechos humanos ha sido desde el final de la II Guerra Mundial un caballo de batalla político de primer orden en las relaciones entre Estados. Indefectiblemente, el Gobierno acusado de conculcarlos rechazaba cualquier alegación con la excusa de que se trataba de una intolerable injerencia en sus asuntos internos. Y es así como, una y otra vez, los tiranos de cualquier lugar (los países socialistas, las dictaduras en el Tercer Mundo, los regímenes militares en Latinoamérica y, en su momento, en España) se escudaban en la razón de Estado para perseguir a sus propios ciudadanos impunemente.

De nada sirvió la aprobación de la Declaración Universal sobre los Derechos del Hombre, un texto propuesto por la ONU y aprobado y ratificado masivamente por sus miembros. Y en Europa, de aún menos sirvió el Acta de Helsinki con la que concluía la Conferencia de Seguridad y Cooperación (CSCE). Los temas de derechos humanos, o. eran cínicamente ignorados por unos y otros, o se enquistaban en interminables negociaciones sobre la verdadera naturaleza de los verdaderos derechos humanos.

Uno de los grandes logros de la caída de los muros fue la creciente aceptación de que las reclamaciones por violaciones de las libertades del hombre habían dejado de constituir injerencia en regímenes a los que hasta entonces se había atacado supuestamente sólo porque eran diferentes de las democracias occidentales. De pronto, los derechos individuales parecen tender a primar (con algunas condiciones) sobre cualquier conveniencia política o económica. Ha dejado de ser peligroso para la seguridad colectiva. La acción de la opinión pública y de organizaciones como Amnistía Internacional va presionando poco a poco a los Gobiernos democráticos para que actúen, forzándoles, si bien aún tímidamente, a olvidar las fruslerías de la etiqueta diplomática aplicada caprichosamente. Porque sigue siendo más fácil enseñarle los dientes a Serbia que a China.

Pero ahora un tribunal londinense acepta ser competente en una querella en la que el acusado es un Gobierno extranjero. Es obvio que el asunto no pasará de ahí; únicamente contribuirá a enfriar un poco las relaciones británico-kuwaitíes y avergonzará a un Gobierno que tiende a escudarse en intereses superiores o inconfesables para no cumplir con su deber y así condonar cualquier tropelía cometida por un socio poderoso o simplemente comercial. Pero es significativo que un juez cualquiera (no el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, cuya autoridad es regional, o la Corte de La Haya, a la que se supone competencia mundial) se haya sentido con legitimación suficiente para defender en su sala a un individuo cualquiera de los abusos de un Estado cualquiera. Como gesto, es espléndido. Y como tendencia, por fin, revolucionario.

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