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Tocado por la gracia

Juan José Millás

La fiscalía de Los Ángeles tiene una división sobre el crimen organizado cuyo jefe no se entera. O sea, que ha oído las cintas donde el representante del niño mancillado pedía una pasta por olvidarse de los tocamientos a que fue sometido y ha dicho que eso no es un chantaje, sino una negociación para llegar a un acuerdo civil. Groucho Marx, des pués de preguntarle a una dama si se iría a la cama con él por un millón de dólares y obtener una respuesta afirmativa, le ofreció cinco pavos; la dama, ofendida, decía que por quién la había tomado. "Eso ya ha quedado claro", respondía Groucho; "ahora estamos discutiendo el precio".En este caso ha quedado claro también quién es la puta: una ordenación social o jurídica, no sé, que ha permitido que se alcanzara el "acuerdo civil". El error de Jackson fue no discutir el precio antes de tocar, además de ser negro en Norteamérica, donde los negros sólo pueden tocar el saxófono. Con lo rico que es podía haberse ido a tocar a Rusia, por ejemplo, y hubiera tocado lo que le hubiera venido en gana por dos duros y sin riesgos. Y quien dice Rusia dice Cuba, que me han contado que los menores se te meten en la cama del hotel a cambio de que los invites a una ducha. Y, en fin, están todos los países del antiguo Este, donde los ni flos y las niñas se te ofrecen en la carretera, o sea, que puedes tocarlos en un plis plas y luego ni se acuerdan de ti, porque están ciegos de hambre. Y eso por no hablar de no sotros, porque no quiero líos, pero a mí me parece que el duque de Feria no está en la cárcel por tocar, sino por tonto. O sea, que si lo que te gusta es tocar hay un mercado inmenso a tu disposición, la cosa es que tus aficiones tocadoras se adecuen a tu presupuesto.

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A Michael Jackson le ha salido la cosa un poco cara porque es uno de esos románticos a los que les gusta charlar con la puta antes de llevársela a la cama. Además, como es muy hogareño, le gusta hacerlo en casa, sin prisas, o sea, a domicilio, y eso encarece mucho el tocamiento. Porque si algo ha quedado claro es que todo es una cuestión de precio. Ayer mismo, o antes de ayer, no sé, que con la diferencia horaria es un lío esto de los días, el juez del caso urgió a las partes para que llegaran a un acuerdo. Osea, que la justicia, si lo he entendido bien, ha actuado de intermediaria, de alcahueta, entre la puta y su cliente, y eso no es. O sí, porque en un mundo donde todo gira alrededor de la pasta, el deber último de la justicia es vigilar el justiprecio de las cosas.

Yo no voy a andar con mentiras: quiero decir que por diez millones de dólares que me permitirían alternar con gente de bien como Al Kassar, me dejo tocar lo que sea. Y usted también, y aquel que ahora cruza la calle, y mi tendero. No vamos a discutir ahora eso; ahora estamos hablando del precio, como Groucho, y el verdadero precio es que ésta sea la noticia cultural más relevante de la jornada. Y lo es, sin duda, porque esos diez millones de dólares nos dicen mejor que cualquier sesudo editorial lo que hemos llegado a ser. Yo a Jackson le haría un monumento porque todo lo que toca lo convierte en oro, como a ese niño que, más que por un negro con vitíligo, parece haber sido tocado por la gracia. De nada.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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