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Guerra larga en Chiapas

Los zapatistas pueden resistir anos al Ejércíto ocultos en la selva y la montaña

Miguel Ángel Villena

MIGUEL ÁNGEL VILLENA ENVIADO ESPECIAL Una de las principales calles de San Cristóbal de las Casas se llama Avenida de los Insurgentes y algunos chiapanecos se han tomado el rótulo al pie de la letra. Entre 5.000 y 10.000 guerrilleros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), según fuentes militares, ocupan montañas y selvas de este Estado del sur de México y han colocado al Gobierno contra las cuerdas desde que el día de Año Nuevo lanzaran una ofensiva en toda regla, que en la versión de los rebeldes, se venía gestando desde hace una década.

El despliegue del Ejército mexicano, que ha incluido bombardeos aéreos y el cierre de todas las carreteras de la zona, sólo ha conseguido expulsar a los rebeldes de las ciudades, pero la guerra de guerrillas ha vuelto a este país y puede durar años. De momento, las ametralladoras del Ejército apuntan a los indios en caminos y vaguadas mientras esperpénticos turistas estadounidenses piden fotografiarse junto a los soldados.

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Un escalofrío recorre ya la espina dorsal de un México de sangre y paradojas, de corruptelas y falsa estabilidad Y de mitos como, Emiliano Zapata que igual sirven para la iconografía oficial que como banderín de enganche de los campesinos hambrientos y desheredados de esta sublevación de Chiapas.

Los controles militares cada 10 o 15 kilómetros, el continuo paso de camiones de transporte del Ejército y el vuelo de los helicópteros salpican toda la geografia de este Estado de Chiapas, de unos tres millones de habitantes. La represión de las Fuerzas Armadas, que se sitúa en el ojo del huracán de las denuncias por viol aciones de los derechos humanos, ha obligado a los insurgentes a agachar la cabeza. Pero muchos de los indígenas de estas tierras miran de reojo hacia las montañas como hicieran hace más de 70 años, en 191,9, aquellos antepasados que buscaban en el caballo libre del traicionado y muerto Zapata una esperanza de tierra y de libertad.

Manuel Rodriguez, un joven empleado de una gasolinera en San Cristóbal de las Casas, unaciudad de 73.000 habitantes, admite que la sublevación del pasado de enero pilló por sorpresa a la inmensa mayoría de los chiapanecos, aunque subraya que el Gobierno debía conocer-con anterioridad la polibilidad de una sublevacion armada. Rodríguez repite el mensaje, oficial que incluye llamamientos a la delación de los zapatistas que propagan todas las emisoras de radio, cuando comenta: "Son terroristas y muchos son extranjeros, en especial guatemaltecos, que van a arruinar todavía más la economía de esta región que se basa en la agricultura y en el turismo". Pero hasta ahora ni las autoridades militares ni las civiles han podido probar en Chiapas la siempre socorrida tesis del enemigo exterior para justificar presuntas ejecuciones con tiros de gracia, torturas indiscriminadas y un bombardeo de la avición mexicana sobre poblados indígenas.

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El Gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari que vivía una luna de miel con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio, el mismo de enero,,ha pasado de atribuir la revuelta a "cuatro transgresores" a verse obligado a afrontar la mayor crisis política de los últimos años en México.

Fuentes militares que dirigen las operaciones contra la guerrilla reconocen abiertamente que los zapatistas cuentan con buen armamento ligero -procedente de Estados Unidos y el Reino Unido, fundamentalmente-, centenares de guerrilleros con notable formación militar y un conocimiento, palmo a palmo, de, un terreno accidentado e inexpugnable. En testimonios que ya comienzan a rozar la leyenda en esta tierra de epopeyas, algunos señalan que los sublevados se ocultan durante el día en los árboles y atacan al Ejército a partir del anochecer.

En cualquier caso, un coronel del Ejército mexicano explicaba a ÉL PAÍS las razones de los bombardeos de la aviación: "Cuando 400 hombres bien armados dominan un cerro inaccesible y desde allí hostigan a las tropas federales, la única posibilidad de tomar la plaza es simple y llanamente bombardear con la aviación". Si alguna bomba alcanza a una diseminada población civil debe suponerse que son gajes del oficio. De todos modos, los bombardeos aéreos han abierto una brecha entre los que apuestan por una solución política al conflicto y aquellos que sólo confían en la represión militar.

Geografía salvaje

Entre el miedo al terrorismo y la confianza en el caballo blanco de Zapata la población se dispone a afrontar meses y quiza anos de guerra de guerrillas en medio de una geografía salvaje y de bellísimos ejemplos de arquitectura colonial española junto a la frontera de Guatemala.

Como anticipo del clima bélico, soldados jóvenes y asustadísimos, indígenas o mestizos en su mayoría se aplican con disciplina a registrar todo vehículo que circule por los accesos de San Cristóbal de las Casas, última ciudad a la que el Ejército permite la entrada de los periodistas. Familias enteras de indígenas, con una expresión de resignación de siglos en sus quemados rostros, descienden de los carros (coches) o de las furgonetas para que los militares registren cajas llenas de huevos, bolsas con sus ropas tradicionales o maleteros atestados de aperos de labranza. En estas escenas se entrecruzan inevitablemente las crónicas del México revolucionario, de comienzos de siglo en unas imágenes de color sepia, de un lado, con la realidad de un país de abismales contrastes.

Así, la endémica pobreza ha servido como indudable caldo de cultivo para una insurrección que parece rescatada de los manuales de historia.

Pero no cabe olvidar que, pese a los intentos de modernización, el 77% de la población infantil de Chiapas padece desnutrición, y el 30% de los habitantes mayores de 15 años no sabe ni leer ni escribir. Son cifras elocuentes en una. región donde el racismo impone su ley desde la época de la conquista española, a pesar de las críticas de todos los que han seguido los pasos de Fray Bartolomé de las Casas, que predicó precisamente en Chiapas contra la opresión de los indios.

La opinión de los ricos hacendados que poseen la mayor parte de la tierra resulta mucho más ilustrativa que cualquier ensayo político o económico. José Raya, un gran propietario agrícola de la zona de San Cristóbal de las Casas, declara sin ruborizarse lo más mínimo que "los indios son vagos y ladrones y además no quieren enviar a sus hijos a la escuela y por eso son pobres". Tras cinco siglos de escuchar estas sandeces unos miles de "vagos,y ladrones" han decidido empuñar las armas y echarse al monte.

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